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sábado, 23 de julio de 2016

Maicao, una ciudad empobrecida

Escrito por: Alejandro Rutto Martínez

Quise titular este escrito de la siguiente manera: “Maicao, una ciudad de locos”. Porque ¿Cómo no va a ser una ciudad de locos ésta en la que la gente arriesga la vida tan de seguido y de tan diversas maneras para conseguir variados objetivos, algunos de ellos encomiables y otros, repudiables?

¿Cómo no va a ser una tierra de locos ésta en la que los motociclistas zigzaguean a altas velocidades en medio de cardúmenes de vehículos con los que pudieran colisionar y sufrir un accidente terrible en el que pueden perder hasta la vida?

¿Cómo no va a ser esta una tierra de locos ésta en dónde las autoridades no están totalmente convencidas si es mejor gestionar la apertura de la frontera o continuar con ésta cerrada mientras se den las excelentes condiciones que hoy no tenemos para recibir a los compradores venezolanos que pudieran ayudarnos a mover la aguja estática de nuestra deprimida economía?

¿Cómo no va a ser una tierra de locos ésta, en la que no hay nada que hacer, en donde nadie encuentra en qué emplear sus manos inactivas, en donde los padres de familia sufren para llevar el diario a la casa, en donde los comerciantes pasan días si bajar bandera y a la fuerza pública no se le ocurre mejor manera de “ayudar” que persiguiendo a los vendedores informales a sangre y fuego?

¿Cómo no va a ser esta una tierra de chiflados si los niños ya no pueden estar tranquilos en la guardería porque en cualquier momento pueden ser víctimas de un susto y un trauma causado por las balas de fusil disparadas contra las nubes (afortunadamente contra las nubes) y por el aire enrarecido después de la explosión de las bombas lacrimógenas, todo esto después de una absurda persecución por las calles del barrio o del centro?

¿Cómo no va a ser ésta una ciudad de locos si te cobran el agua que no te llega y te facturan por un servicio de energía eléctrica que te suspenden tan a menudo?

¿Cómo no va a ser ésta una ciudad de excéntricos si ves que en una motocicleta transportan un colchón, una puerta de hierro, una bombona de gas o varias largas varillas de hierro para la construcción?

¿Cómo no va a ser esta una tierra delirante si matan a tanta gente, y cuando esto sucede siempre hay una tertulia en donde el sabio de la cuadra pontifica diciendo “por algo lo mataron, porque aquí a nadie lo matan de gratis”?

¿Cómo no va a ser esta una ciudad al borde del desquiciamiento si hasta las prostitutas se quejan de que la competencia importada desde aquel lado de la frontera les está quitando los pocos clientes que aún pueden pagar los servicios del amor clandestino?

Quería escribir sobre una ciudad de locos, en la cual soy posiblemente el menos cuerdo de todos, pero me enteré de la noticia de una señora que con un rústico y oxidado machete se instaló a dos cuadras de su casa para atracar al primero que pasara y cuando la primera víctima estuvo a su alcance lo amenazó con su temible arma a un desprevenido ciudadano. Éste quiso entregarle su celular de alta gama, su reloj reluciente, su cadena de metal brillante, pero ella lo paró en seco y le dijo:

-En este atraco sólo se acepta dinero en efectivo. Mis hijos tienen tres días que no comen y nada hago con sus pertenencias. Bájese del bus con un billete, pero rápido.

El hombre estaba sorprendido. Buscó en los refundidos rincones de su escasez y halló por fin un par de arrugados billetes y se los dio a la mujer que se perdió en los laberintos de la noche como una poseída a la que acaban de liberar de una legión de demonios.

Al día siguiente la noticia era la del “robo del siglo”: un hombre penetró en la casa ajena y se llevó la bolsa de las compras: dos libras de harina, tres papeletas de comino, y cuatro dientes de ajo. Al pobre asaltante lo capturaron un poco más adelante y la policía devolvió el botín a su legítima propietaria, una madre soltera que recuperaba la materia prima para hacer las arepas pero no tenía para la liga.  El costo del botín no justificaba ni la gasolina que los agentes invirtieron en el operativo para atrapar al ladrón, pero cumplieron diligentes con su deber.

Después de pensarlo bien decidí no titular este escrito como al principio había pensado “Maicao, una ciudad de locos”.

Ojalá fuéramos solamente una ciudad de locos. Ahora, lo que somos en realidad es una ciudad empobrecida. Y tenemos que luchar para salir de ahí. 


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