Mostrando entradas con la etiqueta Puerto lópez. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Puerto lópez. Mostrar todas las entradas

viernes, 20 de octubre de 2023

José Luis Palmar Díaz, el pintor que captura los colores de La Guajira (segundo capítulo)


Escrito por:  Alejandro Rutto Martínez

Capítulo 2: A veces llegan las cartas

Resumen del capítulo anterior:  Paulina Díaz está en estando de embarazo avanzado y, al parecer, el largo y duro viaje desde Puerto López hasta Riohacha le ha producido graves consecuencias. 

En la mañana del 6 de septiembre se levanta muy adolorida y le cuenta a su familia que ya no resiste más. Quienes la rodeaban comprendieron que la situación era muy delicada, le pidieron a Dios que no fuera muy tarde y se decidieron a actuar.

Corrieron   en busca de la comadrona Nieves Deluque quien acudió sin demoras.

-         -“Menos mal me llamaron, porque esta muchacha no aguanta más”, dijo  al llegar.

En seguida se dispuso a hacer su trabajo u pocos minutos después el planeta tierra comenzaba a escuchar el llanto de un nuevo habitante.

El 6 de septiembre de 1950 Paulina tuvo un buen día: no sólo recuperó su buena salud, sino que, además, trajo al mundo a su primogénito: un varoncito saludable, vivaracho, tierno y con ansiedad de alimentarse bien. Paulina era la mamá más feliz del mundo, en verdad no se cambiaba por nadie, aunque la vida suya cambiaría de manera radical.       

Disfrutaba al máximo de su maternidad, y hacía planes para el futuro. Ya tendría tiempo para pensar en las nuevas exigencias económicas y cambios en los hábitos cotidianos, puesto que no debía pensar solo por ella sino también por su bebé.   

Ella sabía que contaba con el apoyo de su compañero, protector y padre del niño, Julio Elías Palmar Ramírez

Al momento de ser   bautizado el niño recibió el nombre de José Luis Palmar Diaz,  crecería entre el mar y el desierto, entre la dina arena del suelo calcinado por las altas temperaturas y el milenario mar en el que sus ancestros habían contemplado el vuelo de las gaviotas y el ir y venir de los cayucos repletos de redes para pescar. Desde muy chico tuvo una hermosa amistad con la naturaleza.  

Pasaba largas horas frente al mar, le seguía el rastro al vuelo del cardenal guajiro con interés supremo, miraba los árboles descubiertos de hojas pero protegidos por millares de  espinas, se deleitaba al ver a los chivos en su larga procesión en busca de pastos y de agua; iba a los molinos en donde el pueblo se reunía para obtener agua de las albercas y dar de beber a los animales; lo enamoraba el sonido de las aspas cuando el viento las golpeaba de frente y se oía el roce del hierro contra el hierro;  disfrutaba del aroma del campo abierto y de la libertad propia de las grandes extensiones de tierra  a cielo abierto, sin murallas ni paredes altaneras.

Conversaba a menudo con los mayores, quienes les enseñaron que la lluvia no era sólo agua que descendía de las nubes sino vida y amor, y se quedó sin entender del todo lo que un día le dijo un día le dijo el anciano:

-         "Las cosas no son ni grandes ni pequeñas, ni altas ni bajitas, todo depende de dónde estés tú en el momento de mirarlas”

Esta afirmación, aunque indescifrable en ese momento, sería clave en sus futuros aprendizajes.

José seguía creciendo y pasó una buena infancia que le trae recuerdos de libertad:

-"Me la pasaba viajando de Puerto López a Puerto Estrella y de   Puerto Estrella a Castilletes. De ahí nos íbamos para Riohacha donde jugaba todo el día con los amigos”

Lo único que pudo interrumpir su plan viajero fue el comienzo de los estudios de primaria en el colegio Divina Pastora de Riohacha, en donde tuvo como profesores al legendario Luis Alejandro López, autor de la letra de los himnos de La Guajira y Riohacha, y a Jaime Maya, profesor de dibujo.

En el mismo plantel haría también la secundaria al lado de compañeros como Edgar Brugés, Francisco Morew, Víctor Arizmendi y Mariano Pérez.

Cierto día llegó al barrio el cartero de Adpostal, la empresa estatal de correos, quien fue perseguido sin piedad por los perros de cada calle. El pobre hombre por poco cae de su bicicleta aturdido por la implacable persecución de los animales. Al fin un buen samaritano apareció en escena para dispersar a los agresores peludos y darle un respiro al visitante.

Éste, después de haber sobrevivido al susto, preguntó:

-  "Usted sabe dónde vive por aquí el señor José Luis Palmar

 - "Hermano, le voy a decir dos cosas, la primera es pedirle perdón por esta catajarria de perros que casi se lo comen con todo y bicicleta...me da pena usted que viene luchando contra ese enemigo que es el sol de mediodía…”

-"No se preocupe mi amigo, estoy acostumbrado a enfrentar el sol y también al peor enemigo del cartero, que no es el sol sino el perro o más bien los perros...  ¿Cuál es la segunda cosa que me iba a decir?

-"La segunda cosa que le iba a decir es ésta, por aquí no vive ningún José Palmar Díaz, como usted pregunta”

- ¿Está seguro?

- Bueno, en aquella casa vive un José Palmar, pero no es un señor, es un pelaito bien chiquito.

El cartero se despidió de su salvador y se dirigió a la casa indicada con la intención de entregar el sobre correspondiente.

Registró la tula y sacó un paquete grande, con estampillas extranjeras, marcado a nombre de José Luis Palmar Díaz.

Acto seguido llamó a la puerta.   ¿Qué contenía aquel sobre? ¿Qué noticia recibiría el joven José Luis? 

Leer el capítulo tres

miércoles, 18 de octubre de 2023

José Luis Palmar Díaz, el pintor que captura los colores de La Guajira (Primer capítulo)

Escrito por: Alejandro Rutto Martínez

Primer capítulo: Un parto muy difícil

El vehículo avanza  a toda la velocidad que le permiten sus ruedas y su motor a través de una angosta trocha inundada de fina arena y rodeada en algunos tramos de cardones, tunas y trupíos.

Por momentos se hunde del todo y es cuando el motor se torna incapaz de continuar el viaje. Es necesario que los pasajeros varones se bajen para ayudar a empujarlo y ponerlo en marcha de nuevo. Ha salido desde puerto López con destino final Riohacha y en el camino ha pasado por numerosas comunidades en donde algunos pasajeros se bajan con sus aperos y otros suben a bordo para llegar a alguna parte.

En algunos tramos no hay vegetación ni puntos de referencia para guiarse, pero el conductor conoce el camino como la palma de la mano y no tiene ningún problema en su orientación.

En el cielo se mueve perezoso un sol inclemente y tan sólo unas pocas nubes escuálidas y presurosas que no dan ninguna esperanza de sombra y mucho menos de lluvias. Es apenas el mes de septiembre, de modo que faltan aún algunas mañanitas para que comiencen las lluvias de octubre.

El conductor sabe que entre sus pasajeras viene Paulina Díaz, mujer wayuu, nativa de Uribia, a quien mandaron de viaje de manera urgente porque tiene cumplidos sus nueve meses de embarazo. Como no hay partera en Puerto López la familia ha decidido mandarla a Riohacha para que tenga su criatura. Por esta razón el vehículo no puede ir todo lo rápido que quisieran sus ocupantes, porque la muchacha puede sufrir algún percance de salud. 

Pero tampoco pueden ir tan lentos porque corren el riesgo de no llegar a tiempo al hospital. En una de sus paradas advierten que el vehículo está recalentando, situación que los obliga a hacer una pausa más prolongada de lo normal. Paulina y sus acompañantes se preocupan y le piden a Dios que el carro pueda reanudar la travesía y llevarlos sin contratiempos a su lugar de destino.

Tras largas jornadas de desplazamiento, paradas, pausas, revisiones mecánicas y negociaciones entre los transportadores y los pasajeros que piden rebaja, el vehículo por fin llega a Riohacha al atardecer del 5 de septiembre de 1950.  Paulina y sus acompañantes se instalan en la casa de sus familiares en la calle cuatro, cerca al Cementerio Central, sector conocido como El Guapo.

Las oraciones habían dado resultado en cuanto a la llegada, ahora faltaba que la criatura naciera sin ningún contratiempo. El rostro de la mujer indicaba que sufría los rigores propios de los últimos

días de su embarazo.  Podría decirse que habían llegado sobre el límite del tiempo. Esa noche Paulina no durmió mal y, al día siguiente se sentía bastante decaída. Al parecer el maltrato sufrido en el viaje le estaba pasando factura. Cuando despertó, con el último hilo de su voz debilitada le hizo saber a sus familiares lo dramático que era su estado de salud: 

-         "Ya no aguanto más, creo que me voy a morir, todo me duele, todo me da vueltas.” 

Quienes la rodeaban comprendieron que la situación era muy delicada, le pidieron a Dios que no fuera muy tarde y se decidieron a actuar.

Leer el segundo capítulo

jueves, 21 de septiembre de 2023

El maestro Guillermo Ospina Vélez, constructor de casas y promotor de felicidades ajenas (Segundo episodio)

Sara y Guillermo, siempre juntos

Escrito por:
 Alejandro Rutto Martínez

Resumen del episodio anterior: He llegado a la casa del maestro Guillermo y, sólo en ese momento me doy cuenta de un detalle en el que no había pensado…

El detalle consiste en el maestro Ospina y su esposa se encuentran padeciendo algunos quebrantos de salud y preferirían no recibir visitas por esos días. Pero yo estoy ahí, en su casa y ellos sólo tienen la opción de despacharme o de recibirme. Para mi fortuna, ellos escogen la segunda posibilidad.

Antes de mi llegada ocupaban sus sillas de tardear. La de él tiene cojines especiales y pieceros, la de ella en cambio es una mecedora normal. 

Han estado juntos desde que se dieron el sí en la iglesia Nuestra Señora del Carmen de Puerto López, departamento del Meta, en una ceremonia efectuada a finales de los años cincuenta cuando eran muy jóvenes.

Renovación de votos de Guillermo y Sara cuando cumplen 50 años de matrimonio

Una vez que se ha roto el hielo me invitan a entrar a la casa más acogedora y famosa del barrio San Antonio.  En la conversación me entero que   Guillermo Ospina Vélez nació en Ibagué, departamento del Tolima viernes el 13 de septiembre de 1938. Sara nació en Villavicencio el 10 de agosto de 1.940.

Él era un joven trabajador y respetuoso y, además con un espíritu de aventurero heredado de su padre Efraín Ospina Castillo, un constructor andariego que fijaba su lugar de residencia donde quiera que consiguiera un nuevo trabajo y en esto era apoyado por su esposa Tirza Vélez Latorre, una ama de casa experta en animar a su esposo para que siguiera siempre adelante. 

Además, era experta en empacar los trastos cada vez que había necesidad de una nueva mudanza. Era consciente de la necesidad de trabajar duro donde fuera, para poder levantar a la numerosa familia que Dios le había regalado, integrada por su compañero y sus hijos Efraín, Wilson, Alaín, Campo Ignacio, Guillermo, Walkiria, Tirza y Díber.

Guillermo conoció a una joven blanca, esbelta de frondosa cabellera y muy buena conversadora. Se propuso ser su amigo y de la amistad surgió la llama del amor.

Eran muy jóvenes, se enamoraron perdidamente el uno del otro y deseaban casarse cuanto antes, pero debieron esperar algún tiempo porque él se preparaba para comenzar el curso como suboficial del ejército y uno de los requisitos exigidos era el de ser soltero.  La celebración de la boda tendría que esperar un tiempo más.

Guillermo salió adelante en sus estudios, comenzó una brillante carrera en la que ganó varios ascensos hasta obtener el grado de sargento. Era un militar recio, disciplinado y convincente para ganarse el aprecio y el respeto de los soldados a su cargo.

Además, los conocimientos aprendidos al lado de su padre en el arte de la construcción le permitían abrir nuevos espacios en la vida militar, porque en el tiempo libre podía ayudar en obras sociales de las comunidades aledañas, tales como reparar un parque, construir el aula de una escuela, pintar la casa comunal o refaccionar la iglesia en donde escuchaba misa todos los domingos.

Llegó el día en que se sintió preparado para asumir una nueva responsabilidad, así que decidió pedir la mano de Sara. Se vistió con su mejor traje y habló con sus futuros suegros, quienes accedieron sin presentar objeciones. Los padres de Guillermo también dieron el visto bueno.

-         “Me parece bien que te cases, ya estás grandecito y es bueno que tengas tu propia familia”, le dijo doña Tirza.

La hora del matrimonio, por fin había llegado.   La ceremonia se efectuó, como ya dijimos, en la Iglesia Nuestra Señora del Carmen en Puerto López, Meta. Ella iba ataviada como una princesa extraída de un cuento de hadas y Guillermo vestía a la usanza de los caballeros mejor vestidos del siglo veinte.    Los dos no cabía de felicidad cuando el sacerdote pronunció las consabidas palabras:

-         “Los declaro marido y mujer”

Guillermo recuerda que ese fue el mejor día de su vida, en el que ha recibido el mejor premio y una de las mejores bendiciones que ha podido tener.

A la media noche la pareja desapareció de la fiesta y sus familiares sólo volvieron a saber de ellos una semana después cuando regresaron de la luna de miel.  

Guillermo dejó a Sara en su nueva casa y se reincorporó al batallón una vez terminado el permiso que le habían concedido.

Un día, al regresar a casa, después de los recorridos y tareas de la Jornada Guillermo regresa a casa, en donde Sara lo recibe con una noticia sobre un hecho que les cambiaría la vida para siempre…. (Continuará)

Leer el tercer episodio


Analytic