Por: Danny Daniel López Juvinao
Eran dos amigos, Iguanito Mansito e Iguanazo Pelmazo. Vivían en las estribaciones del Cerro de la Teta, lo más septentrional que La Guajira tiene, con un hermoso cielo despejado.
Iguanito era huérfano de padre y tenía muy buenos principios, le gustaba leer mucho sobre su naturaleza, normalmente pasaba suspendido de las ramas de los árboles; a los 16 meses de edad, viajó para la Sierra Nevada de Santa Marta a seguir formándose gracias al esfuerzo de su madre Iguaneta, quien vendía igüarayas en la puerta de su cueva arrendada.
Iguanito tuvo que sacrificar su periodo reproductivo, prefirió esperar y dedicar su vida a examinar detalladamente la biósfera de aquella extraña selva, sabía que ello le significaba mejorar sus mecanismos de defensa para enfrentar los peligros presentes en su monte nativo; prepararse lo llenaba de satisfacción, toda vez que aumentaba el tamaño de su cola, espinas y papada.
A Iguanazo, sus padres Sceloporus y Phrynosoma, lo mandaron a asimilarse para San Andrés; pero él, muy lagarto y trepador, los engañaba y malgastaba su tiempo fumando hierbas y entrelazando su lengua corta y gruesa con numerosas muescas. Iguanazo se salía todas las noches de su zona, exponiéndose a ser cazado, conoció muchas especies de otras latitudes, pero se relacionó con Cocodrilos y Buitres de malas costumbres.
Por su parte, Iguanito aunque carecía de competencias para relacionarse, de sus orígenes lo conocía todo, sus amigos Iguánidos lo buscaban y salían a pasear a las inmediaciones de estanques y ríos del área circundante; él tenía un horizonte muy bien definido en su género, sabia donde quería alcanzar su madurez y se disponía para ello, irse a vivir a las riberas del Rio Ranchería era su sueño.
Iguanazo lo pasaba tomando sol en las playas de aquella paradisíaca isla, nunca aprendió a nadar ni a correr con rapidez, prefería lo divertido, lo nocturno y lo riesgoso. Adolecía de muchos valores, era rebelde, la notada Phrynosoma sabía que eso podría no terminar bien, pero le acolitaba con su silencio.
De nuevo en su hábitat natural y en vacaciones las cosas eran a otra pitanza, los cactus, las charcas, los trupillos, el terrario, los juegos, contando sus chascos y experiencias afuera, compartían sus secretos de manera jocosa. Tan opuestos pero tan cercanos, Iguanito e Iguanazo, crecieron y pasaron juntos sus primeros meses de existencia; sus amigos en el Jagüey más contiguo eran Caimán, Tortolita, Culebra, Ciempiés y Gaviota.
Después de un periodo en la Sierra, Iguanito culminó su faena, gran felicidad embargó a esta criatura y a su madre, engendrado como huevo único. Volvió a su cueva, de nuevo a la semidesértica Guajira, donde ahora si cortejó a una hembra y ella le correspondía adorando su orla dorsal.
Sceloporus viajó sorpresivamente al archipiélago a percatarse de los rumores de muchos grupos de saurios y de ese modo se enteró de las andanzas de su hijo; aunque fue muy difícil, nunca le dio látigo con su larga y delgada cola. Iguanazo se independizó, entabló "amistad" con Gavilán y empezaron a contrabandear tallos desde la Serranía del Perijá en las montañas Venezolanas, los cargaban al por mayor, eso multiplicó sus provechos; sobornaban al Rey Guajiro para el transporte aéreo de la flora. Compró todo un territorio florido y se alimentaba solo con las exclusivas algas marinas.
La naturaleza se confabuló e Iguanito Mansito pudo llegar al Rio Ranchería, tal y como siempre lo deseó, solía encontrarse siempre en el borde del mangle, cerca del agua o también en los arbustos, logró sus fines con mucha ética y pudo poner en práctica todas las habilidades adquiridas.
La vegetación creció y los amigos del Cerro se trasladaron a diferentes extensiones de Colombia, ya se habían reproducido y desarrollado, incluso algunos ya tenían hembra; probaron suerte en otras zonas selváticas y montaraces, destinos comunes y silvestres.
Iguanito fue desplazado por los salvajes, dos grupos de burros se plantaban por el dominio de las periferias del rio y amenazaban con sus dentones y rebuznos a todas las especies del monte. La visión de Iguanito se desvanecía antes sus tres ojos; lagrimas y deseos de ser devorado a manos de un águila, pero su destino era otro.
Con la ayuda de la astuta y megáptera Ballena Jorobada, Iguanazo diversificó sus negocios y empezó a traficar por el océano atlántico de las hierbas que él humeaba; aquel comercio lo hizo poderoso, pintó su cuerpo vertebral. Ahora si era todo un animal, al cual nada lo satisfacía e hizo un acuerdo con los burros para su custodia especial.
Lo oscuro pasó e Iguanito empezó una nueva vida, más robusto, mas grisáceo, con rayas transversales marginadas por su dolor interno, con sus cuatro fuertes patas provistas de uñas duras y afiladas, decidió caminar perenne hacia los paisajes de la Jagua del Pilar en el Sur de La Guajira; replanteó sus metas y encomendó su existencia al Creador.
Iguanazo muere, otros reptiles lo matan, mucha envidia y maldad en la floresta, su exuberancia lo delató, había elegido la ruta equivocada. Caimán cavó un hueco para enterrarlo, todos asistieron desde Culebra hasta Gaviota, asimismo Phrynosoma lo lamentó, pero estaba anunciado.
Iguanito lloró la caza de Iguanazo y prometió formar a las nuevas especies para que ninguno cometiera los errores de su amigo; después de aquel triste suceso, el invierno cesó en el bosque y las plantas florecieron. Iguanito ahora aporta su conocimiento y destrezas por el bien común de las razas de su Naturaleza Guajira, Dios le condujo a eso, él entendió y placenteramente aceptó.