En cada país, existe un prolijo repertorio de eufemismos y disfemismos para dar cuenta de la sexualidad.
escrito por: Abel medina sierra
Si un fenómeno semántico demuestra el poder que desencadenan las palabras son los tabúes lingüísticos y dentro de estos, los eufemismos. Existen palabras que se tornan “impronunciables” por la carga negativa, religiosa o supersticiosa que implican. También hay otras, que se evita pronunciarlas directamente por considerarlas obscenas, pecaminosas, desagradables, muy explícitas o de poco prestigio social en determinada comunidad lingüística. Este tipo de palabras entran en la categoría de tabúes morales.
Agradezco a mi amigo Pedro Rosado la inquietud por rastrear el origen de la expresión “echar un polvo” para referirse al acto sexual o coito, como es el nombre técnico y acepción de mayor prestigio según la Real Academia de la Lengua Española. Tan intrincada búsqueda me llevó a descubrir muchas sorpresas y no menos rubores.
Para iniciar, la expresión “echar un polvo” que Diomedes Díaz tanto alude en la canción "El polvo", viene de la aristocracia de comienzos del siglo pasado en España. Para entonces, era común que los caballeros portaran un recipiente de plata con rapé, una forma de tabaco pulverizado y aromatizado que se inhalaba. Era un acto de cortesía invitar a los amigos a “echar un polvo”, lo que solían hacer fuera de salones o en las alcobas de arriba para no molestar a las damas. Lo cierto es que esas escapadas a “echar un polvo”, también se prestaban para algunas “aventurillas” de alcoba con alguna dama, así que la excusa de “echar un polvo” comenzó, desde entonces, a asociarse con el coito.
La historia de la lengua castellana nos ofrece muchos casos en que expresiones “inocentes” terminaron aludiendo el acto, posturas u órganos sexuales. No olvidemos que existe un fenómeno semántico llamado envilecimiento según el cual, una palabra adquiere connotaciones negativas. Como las obscenidades no son socialmente aceptables, se buscan otras palabras que no hieran los oídos de las personas “decentes”, entre éstas los eufemismos que cumplen con la función retórica de “poner dulce” a agrias palabras: decir «miembro» en lugar de «pene» o «acostarse» en lugar de tener coito. También existen los disfemismos que resaltan los aspectos más grotescos o humorísticos de la palabra tabú, como cuando decimos “estoy con el semáforo” en lugar de decir “me ha llegado el periodo menstrual”.
En cada país, existe un prolijo repertorio de eufemismos y disfemismos para dar cuenta de la sexualidad. Un portal en Internet, ofrece la friolera de 235 voces o expresiones para referirse al coito que se usan en distintos países de habla hispana. Los hay desde las ya aceptadas por la Academia como “follar” que, originalmente fue soplar fuelle, luego pasó a soltar ventosidades hasta llegar a coito. Palabras inocentes como “coger”, “tirar”, “revolcarse”, “montar” o “joder”, que terminaron siendo secuestradas y puestas al servicio de la jerga sexual. También en estos países se han creado ingeniosas metáforas o imágenes populares para el coito: mojar el bizcocho, soplar la caña, meter el preso a la cárcel, abrir la almeja, bañar a nutria, limar el candado, regar la lechuga, hablar con el diputado, entre muchas. Se suman los verbos productos de la creación léxica como fifar, garchar, empomar, trincar, pirovar, toletear. Cerramos esta corta lista con expresiones onomatopéyicas que imitan las sonoridades del acto sexual: chiquichiqui, chas chas, tracatraca, ñikiniki, mete mete, trastras.
El origen de tanto eufemismo no solo surge de tantos prejuicios sociales y tabúes sobre el tema del sexo, en especial si se habla delante de menores de edad. Existen teorías que explican, que durante el acto sexual evitamos las formalidades (“vamos a tener coito”, por ejemplo), ya que las pulsiones sacan palabrotas espontáneas desde las zonas más primitivas, las que gestionan las emociones y el instinto. En el acto sexual, la formalidad verbal se convierte en cursilería y allí la metáfora emerge como redentora, pero a veces cargada de obscenidad. De igual manera, algunos estudios han descubierto que esas palabras tan directas se graban más en la memoria que otras que no son sexuales ni emocionales, y provocan un efecto físico excitante no solo en quien las oye, sino en quien las dice.
Tales eufemismos también dependen del ámbito en el que se dé la interacción. Un zoólogo, naturista o antropólogo llamaría al acto sexual entre todo animal como “apareamiento”, la ciencia y academia llama “cópula” o “coito” ese acto ente humanos, pero el ciudadano de a pie diría “acostarse” mientras en el lenguaje jurídico se llamaría «relaciones íntimas». No falta quien en su jerga hable de “joder”, “follar”, “tirarse a alguien”, “coger” o “culear”.
En resumen, aunque hoy somos más tolerantes frente a la expresión directa de realidades íntimas como el sexo, los mecanismos semánticos siguen siendo la vía de escape para nombrar lo innombrable y nuevas metáforas y eufemismos nos esperan para remplazar la escamosa y soslayada palabreja “coito”.
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