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sábado, 6 de marzo de 2010

Homenaje a Roberto Enrique Pineda

Por: Manuel Palacio Tiller

Sobreponiéndome al dolor y la tristeza que me causa la muerte de Roberto Enrique Pineda, me nace darle el postrero adiós, porque fuimos amigos y compañeros de periodismo, y porque siendo un hombre excepcional que marcó con actuaciones importantes su paso por este mundo, no puede irse silenciosamente, sin que en nombre de tantos que supieron apreciar su valer, se haga reconocimiento póstumo a la meritoria misión que supo cumplir en beneficio de la sociedad de este departamento.

Se fue Roberto Enrique Pineda, liberado su espíritu de padecimientos carnales, a caso como recónditamente siempre lo quisiera, por innata repulsión a la grosería de la materia, obstáculo hacia un mundo mejor.

Roberto Enrique Pineda Lengua, puede ser descrito, si caben definiciones para las personas, como un ejemplar de inteligencia, la cual fue su característica esencial en todas las manifestaciones de su personalidad. El fue eso, inteligencia, que explicó su manera de ser y su vida, si también es posible un hilo conductor para entender las contradicciones que hacen a veces incomprensible al hombre.

De ahí su manera de ser atrayente, sencilla, casi que humilde, su cultura y dominio de los diferentes espacios del periodismo, lucidez de disertación, elegancia de estilo, todo bajo el encanto de un refinamiento humilde pero solemne. Su excepcionalidad no provenía de alguna manifestación extraordinaria de la naturaleza, sino de una animación e impregnación de su calidad humana, de una especie de intuición innata de todo aquello que supera por causas intrínsecas a las demás cosas. Su manifestación externa de esta idiosincrasia se advertía en la estética de su postura y de comprender la vida, en la elegancia de su manera y tratos, en el refinamiento de sus palabras, en sus programas periodísticos y aún en la sencillez de sus placeres.

Andaba por la vida, pues, con la desenvoltura de que premonitoriamente sabia por donde y a donde iba en el logro de sus objetivos, evadiendo conjeturas consecuencias de la acechanza y la envidia.

Naturalmente, siempre triunfaba y, no de cualquier manera deprimente o compasiva que afearan su postura, ni jadeos de agotamiento angustioso de la resistencia, sino con elegancia deslumbrante de sortear la dificultad del momento con la facilidad de la destreza.

Lo que en él constituía una cualidad influyente sobre lo demás era, no el viento, sino el torbellino de su portentosa imaginación que lo empujaba hacer un periodismo mejor a favor de la sociedad en el marco de sus actividades profesionales. Su originalidad, la magnitud de su imaginación y su deslumbramiento fueron cualidades innatas sin sustraer envanecer su sencillez interna.

Como periodista, fue un hombre combatiente y descolló siempre en la buena información para bien de todos. Su noticiero mañanero y el programa Línea de 500 fueron marcas para incrustar en los pañales de su cariño a todo un pueblo que lo vio crecer y prosperar y lo reconoció como uno de sus hijos en el ápice del triunfo y del éxito, lo que le dio la supremacía de su calidad profesional por encima de tantos enanos.

Nos duele profundamente su desaparición. Valoramos con exactitud resignada el vacío que nos deja su presencia de intelectual y de periodista, en una región plegada de conceptos adversos donde campea la inversión de valores y se nota el atrevimiento de la ignorancia, más no el equilibrio de la balanza de la profesionalidad y la compostura.

Sus amigos, - que fueron muchos – sus colegas, siempre lo admiramos con deleite, por lo que hoy sentimos el frio de su ausencia, que sólo calma la calidez de su recuerdo. Su partida irreparable hoy lloramos con mucha tristeza, pero hay un día Roberto Enrique Pineda, como dijera el poeta Se levan anclas para nunca más volver: Un día en que discurren vientos ineluctables…. Un día en que ya nadie nos puede retener, cuando vamos al puerto de la buenaventuranza en la eternidad donde llegan todos los buenos hijos de Dios.

viernes, 1 de febrero de 2008

La columna de Jesús Solano. De mis recuerdos y otras cosas: el Maicao del ayer

Yo quiero seguir recordando cosas de mi infancia e inicio de mi juventud en las calles polvorientas y arenosas del Maicao que me motiva.

Recordar sitios y situaciones comunes para muchos nativos y forasteros, muchos de ellos, más maicaeros que los que nacieron en esta ciudad pero que le son indiferentes.

En un escrito anterior hacía alusión a algunas cosas que no podrán olvidar ninguno de los maicaeros de los que aquí nacieron o de los que aquí se criaron, sin haber nacido aquí.

Hoy recuerdo por ejemplo, las carreras, muy en las madrugadas, tras los camiones cisternas o “carros tanques” para obtener un poco del preciado líquido; carreras incluso que nos llevaban hasta las instalaciones del acueducto, alguna vez en Pastrana, otra en Santander y luego a la salida de Carraipía, en donde debíamos entrar en una verdadera puja con otros “usuarios del agua” y con el mismo conductor del carro tanque para obtener un viaje o unas cuantas “latas” del preciado líquido.

Recuerdo las radionovelas criollas de Radio Península y Radio Tribuna. “Yo soy la maldad” por ejemplo, en donde un pequeño elenco de artistas locales quisieron, sin apoyo, salir del anonimato.

Cómo olvidar, las veladas nocturnas de los teatros Sandra ubicado en la calle 13 entre carreras 10 y 11, justo a un abajo de Juan Hotel, que junto al Teatro México transmitían películas del país aztecas. Películas de rancheras como las de Antonio Aguilar, Pedro Infante y otros más; de lucha libre como las de Blue Demond, y Santos “El Enmascarado de Plata” y aquellas cómicas de Tintan, Capulina y Cantinflas que tanto le gustaban a mi tíos Chulo Polanco, Manillo Solano y a mi viejo Tacio. A propósito a quienes muchos por cariño en el pueblo les decían los tres mosquetero.

También el teatro Amira y posteriormente el Imperio divirtieron a muchos nativos y extraños que les tocaba pasar la noche en Maicao, luego de hacer sus compras para salir tempranito en buses de las empresas interdepartamentales que se ubicaban al frente de la alcaldía, pero en la parte de atrás. Campanella, el locutor más recordado por sus miles de anécdotas decía: “… es la única alcaldía que la entrada es por la culata”.

En ese Maicao de antes había diversiones, aunque no le parezca. Imagínese que teníamos hasta cancha de bolos. Sí… ¿No me cree? Pregúntele a la Negra Alicia para que vea que justo diagonal en donde ella coloca su mesa de comida todas las noches desde hace más de 30 años, por ahí al lado de los tradicionales “Plátanos”, quedaba la cancha de bolos.

Ah… y a la vuelta de La Negra Alicia, es decir en la carrera 13 entre calles 12 y 13 quedaba un sitio de diversión masculina que difícilmente podremos olvidar quienes estemos en los 40 años hacia arriba. Apuesto a que sin decirlo más de uno evocará aquel nombre muy extraño para nuestro léxico: Normandí. Sí Residencias Normandí en donde estaban las más jóvenes y hermosas meretrices que se disputaban sus atributos con las chicas del Juventud y con las de Residencias Ligia, por los lados del Mercadito Guajiro.

Pero no sólo sitios como esos tuvo mi pueblo. Apuesto que no muchos recordarán que aquí existió un periódico semanario que se llamaba La Polémica y por cierto en donde yo hice mis escritos cuando tenía unos diez u once años. Bueno eso no tiene nada de curioso, en efecto aquí ha habido muchos periódicos locales; hasta yo tuve el mío. Lo especial de este es que se tiraba en Maicao, se imprimía en Maicao. El taller, con su grande imprenta, estaba ubicado en la calle 16 (la calle negra, como ya nadie le dice) en la esquina de la carrera 22; al píe del “Águila”.

Del Águila… ¿Qué es eso? ¿El aviso del “Águila”…? Una valla publicitaria que vio nacer y crecer a varias generaciones de maicaeros que injustamente se olvidaban de esa publicidad y se degustaban sus primera cervezas de la venezolana “Polarcita”.

Maicao era, y sigue siendo una ciudad sui generis. Aquí lo se exponía para vender se vendía y se vende aún. Yo recuerdo al tipo que vendía agua helada en vasos de vidrios en la esquina caliente, que ya no es la esquina caliente y recuerdo a un joven negrito que se paseaba todas las calles del comercio pregonando sus cigarrillos: Winssssssnnnnnnnntonnnnnnnnnnn, astor, keeeeeeennnnt, maaaaaarlboro y Parliameeeeen.

Bueno de ese personaje dicen que después de que se hizo millonario con su peculiar pregón, se fue del Maicao y no se sabe dónde, murió solo y muy pobre. No se pero es común ver a muchos que de aquí se van, regresar pronto azotando al burro con el sombrero.

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