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martes, 3 de marzo de 2015

Ernesto Rutto Piano, un corazón italiano que palpitó en Maicao

En la década de los años cincuenta Maicao era un pueblo que crecía de manera impetuosa: se abrían nuevos establecimientos comerciales,  se construía el parque principal y se producía un gran intercambio comercial con otros pueblos de Colombia y de Venezuela.  

También fue una época en que

lunes, 30 de mayo de 2011

Horacio Campo, el amigo de la sonrisa perenne



Por: Alejandro Rutto Martínez



Por lo menos una vez al año mi padre cruzaba la ancha y arenosa calle de su taller de herrería para dirigirse a una casa de la acera del frente en donde funcionaban las oficinas del departamento Administrativo de Seguridad, DAS.

Una vez allí caminaba hacia un pequeño aposento en donde funcionaba la Dirección de Extranjería y entregaba su pasaporte y su cédula de extranjero. Después de contestar unas cuantas preguntas de rutina, y de llenar algunos formularios, un empleado moreno, alto y sonriente, firmaba y sellaba los papeles y se los devolvía con una amable frase: “Puede permanecer en el país todo el tiempo que quiera”. Después le daba un abrazo de amigo y se despedían hasta el próximo encuentro. ¡Cuánto me hubiera gustado presenciar aquel fraternal abrazo!

Aquel empleado no era otro que Horacio Rafael Campo Granados, un samario de nacimiento que se enamoró de La Guajira y se quedó a vivir para siempre en Maicao, en donde se constituyó en un hombre ejemplar, funcionario honesto, padre de familia cumplidor de su deber y amigo de sus amigos.

En Santa Marta laboró en la oficina de catastro municipal y después ingresó al DAS en donde un día de 1.960 le notificaron su traslado a Maicao, ciudad de la frontera en donde se dedicaría a supervisar la entrada y salida de extranjeros. Empacó sus cosas y, junto con su familia hizo el tortuoso viaje que por ese entonces duraba más de diez horas. Una vez en su nueva sede pudo conocer una ciudad en plena ebullición visitada constantemente por sirios, libaneses, turcos, egipcios, españoles, panameños, italianos…Una ciudad en donde las voces de los vendedores se mezclaban con la fuerte brisa que mecía los árboles de trupillo y el balido de los rebaños que pastaban en cercanías de la plaza principal.

Desde bien temprano cumplía con las labores de su empleo y no veía la hora de regresar a casa para darle calor al hogar en donde lo esperaba su esposa Magola Ester Salas Salamanca y sus pequeñas hijas Luisa, Rosario Xiomara y Rocío. Conformaba una familia feliz, llena de lindas mujeres a la que un poco después llegarían nuevos miembros: Horacio, Martha, Marlene, Glenda y Lorena.

En algunas ocasiones sus jefes del DAS le encargaban la dirección local y entonces debía hacer un recorrido por los sitios que más demandaban la presencia del organismo: la frontera de Paraguachón, los terminales de transporte terrestre y el aeropuerto San José desde donde veía llegar y salir los doce vuelos diarios de esa agitada época.

Su proyecto de vida siguió adelante y del Das pasó a desempeñar varios cargos en la administración municipal en donde se destacó como Inspector de Precios, pesas y medidas, inspector de policía y secretario de gobierno.

En todos los cargos cumplía con lujos de detalles. Su lema de vida era cumplir con seriedad y nunca quiso fallarle a la comunidad que confiaba en su talento pero sobre todo en su honradez. Y capacidad para resolver los más graves problemas y convertirlos en sencillos asuntos propios de la cotidianidad. No había un problema que no resolviera por grave que éste fuera ni una situación que pudiera borrarle la sonrisa de su rostro.

Los mejores días de su vida, eso es indudable, los pasó en la tierra del sol brillante y la tierra candente, en Maicao, esta “Sinfonía mestiza de iguaraya y luna, atalaya firme de patria Colombiana”, como la define Ramiro Choles en el himno de la patria chica.

Había nacido en Santa Marta, un 28 de diciembre de 1.928 en el hogar formado por Víctor Modesto Campo, de ascendencia antillana y Luisa Granados. Realizó sus estudios en el Liceo Celedón, en donde compartió sus días de jovencito inquieto con uno de los más ilustres estudiantes de ese claustro: Rafael Escalona.

Un día decidió separarse de los atafagos de sus labores como empleado público y pasó a hacer uso de buen retiro al lado de su familia. Tuvo más tiempo para pasear por las calles de su amado Maicao, para revisar una y otra vez su valiosa colección de históricos recortes de prensa y hermosas fotos del “Maicao Viejo”, como él mismo le llamaba. Tuvo también más tiempo para los amigos, entre quienes tuve el privilegio de contarme, y para las deliciosas tertulias de cualquier esquina del centro.

Por estos días se le dio por irse para la eternidad y ya me lo imagino en su llegada a ese lugar que algún día habremos de visitar también. Ya veo a mi padre extendiéndole la mano y dándole una muy cordial bienvenida y con una frase más o menos como ésta: “Podemos permanecer en este lugar todo el tiempo que queramos”. Cuánto me gustaría verlos cuando se produzca ese fraternal abrazo.




miércoles, 23 de junio de 2010

Historia de Maicao: será recordada durante celebración de los 84 años

Maicao-. El lanzamiento de la revista Maiko´u, la exaltación de ilustres personajes y un conversatorio sobre memoria histórica local hacen parte de las actividades programadas para conmemorar el cumpleaños número 84 del municipio de Maicao.

La agenda académica y cultural es organizada por la Casa de la Cultura y la Academia de Historia de Maicao y aspira generar reflexión sobre los hitos más relevantes de la memoria colectiva de esta ciudad.

La revista conmemorativa incluirá artículos y reseñas históricas y se lanzará en el conversatorio de memoria local que se efectuará el 29 de junio a las 6:00 PM en el auditorio de la Universidad de La Guajira.

También se anunció que durante éste acto académico se impondrá la Orden Maiko´u a algunos personajes que han incidido en la historia local como Ovidio Mejía Marulanda, y dos exaltaciones póstumas que serán entregadas a los familiares de Fanny Moscote y Leopoldo Solano.

domingo, 28 de junio de 2009

Maicao, tierra providencial

Por: Manuel Palacio Tiller

Providencialmente situada al arrimo del ramal oriental de la cordillera de los Andes, aquí conocida como Montes de Oca, o Serranía de Perijá, franja de territorio guajiro privilegiada por su hermosa pradera, tendida hasta las estribaciones de Majayüle por el sur, y, por el occidente hasta las fértiles riberas del Rio Ranchería; bañada por el Rio de Paraguachón, ricamente vestida por una alfombra de pastos naturales.
Maicao, fronteriza ciudad colombiana a 12 kms de Paraguachón en el límite con Venezuela, lugar de paso de la carretera transversal del Caribe, a 76 kms de Riohacha, 152 kms de Maracaibo, se une con Valledupar pasando por todos los floridos pueblos de la antigua Provincia de Padilla, ubicada en la cabecera del desierto, construida sobre un arenal a 52 kms sobre el nivel del mar, con 28º de temperatura, sitio de negocio, trozo de estepa inmemoriablemente poblada por caciques guajiros.

Maicao, hoy en la leyenda, tierra del “abuelo de la barba de maíz”, hija del destino, de la suerte y el azar, cuando en las playas del norte, las goletas contrabandistas que discurren calladas y ebrias, como sus marineros en las noches lúbricas de los puertos… de aquellos puertos, después de aquella última mirada que hizo cada quien de los que partieron desde la ensenada verde de Tucuracas, profundamente verde, con verdura de puerto tropical, se perdió de vista, confundida, disuelta en el agua del mar.

Tucuracas, puerto natural cuya fundación ordenada por el ingeniero y Brigadier español Antonio de Arévalo cuando vino a pacificar a los indios guajiros en 1773 cerca a una laguna que llevó el nombre completo de San Pablo de Tucuracas.

Los que partieron solo trajeron el recuerdo de aquella inmensa rada donde llegaba un rumor confuso de voces, cantos, gritos y disparos; y todo, lo que guarda el recuerdo de las siluetas de aquel escandaloso puerto, mezcla imprecisa de colores, de pitos y rostros, donde en la arena habían florecido tiendas sonoras como las olas, con el viento del mar, aquellos tabucos improvisados donde se acomoda la vida y los marineros margariteños, con la faja atravesada, por un cuchillo y el andar vacilante y rostros señalados por cicatrices profundas, donde las rameras de Santa marta, Maracaibo y las Islas Antillanas se confundían con los comerciantes, “turcos”, franceses, colombianos, venezolanos, que formaban la mezcolanza de razas y tipos, donde abrían las conchas de moluscos y si encontraban el prodigio de nácar, gritaban… perlaaa, perlaaa… y sonaban disparos por todas partes en el sur de Cabo de la Vela.

Maicao, enclave wayuu, cuando la sabana con su estampa descolorida se entregaba libre y anchurosa con sus harapos de miseria, su canícula ardiente y su soledad inmensa de dolor, de abstinencia, de abandono y se negaba vitalidad alguna, cuando, como signos adustos y milenarios de toda una tragedia, estaban los cardones diseminados en la pampa llevando sus duras espinas como único mensaje de la tierra y sólo el soñar cuajaba volcanes de esperanza que mantenían sobre la tierra dura, hosca al indio, en la inclemencia inveterada el desierto.

La península guajira clamaba mas fuerte su canto de dolor en sus agónicos veranos, cuando el ganado, los caballos y chivos en época de abundancia alegraban la sabana, ahora se arrastraban sin aliento entre ramazones de espinas hasta caer desvanecidos de hambre y sed; los wayuu, alucinados por la ardiente fascinación de la pampa y los ojos vidriosos de miedo, en un trance de angustia insuperada, emprenden viaje hacia las sabanas de ANOUI con sus animales por delante y sólo pocos llegaron con vida, pues, quedaron regados a lo largo de la estepa rajada por el verano que excedía de duro y producía rasquiñas en el penoso viaje que narró “Briscol” Antonio J. López, en su libro Los dolores de una raza.

Maicao, la de aquellos tiempos de Amaiceo, la hija predilecta del gran cacique José Dolores – UNUPATA-, la que pobló con labradores venezolanos traídos para sembrar potreros y levantar pajonales para los caballos de dos mil guerreros indios que se habían convertido en una máquina de guerra a lo largo y ancho de la península; también los núcleos familiares arrimados de la antigua Provincia de Padilla que deambulaban como hojas secas de otoño en busca de piedra grande que los atajara; otros tantos, los comerciantes riohacheros que buscaban sitios para establecer tiendas de abarrotes después de la guerra de los mil días, unidos entonces, los playeros, los desplazados por el verano, formaron un pueblo que tomó el nombre de un lugar de acopio de quintales de maíz que producía la tierra feraz, de lo que hoy se llama Carraipia y sin saber qué le deparaba el destino, poblaron a Maiko-ou.

El poblamiento fue rápido y se dio el comienzo de un comercio de trueques con los comerciantes venezolanos que traspasaron la frontera en busca de carne, leche, queso, ganado en pie para proveer la demanda marabina, la demanda que con la presencia de las petroleras que daba comienzo a una bonanza allá y aquí, a los dueños de aquellas crías que se multiplicaron después de haber llegado y dejado en el camino la gran parte de sus animales por la sed y el hambre en las desoladas estepas que llenaron de esqueletos. Maicao, se convertiría en lugar de paso y transito al norte peninsular, luego el destino a la par la convirtió en “La luz de la frontera”.

Maicao, convertida en prospera población, no sólo se trasladaron y se concentraron los negocios, también las contradicciones. Los límites del derecho colombiano y el consuetudinario wayuu, y el respeto cultural estaban lejos de resolverse y sobre su geografía de asimilaron viejos conflictos llegados de todos los rincones de la penínsulas y otros nuevos que surgieron en la lucha por la vida, el espacio y la primacía por los negocios.

La venganza aplazada de confrontaciones claniles y entre indígenas y alijunas la convirtieron en campo sangriento y todo se posibilitó en su plaza. De allí en adelante se tomó un marcado signo de tragedia y dolor y un destino de infortunio, pues el comercio estuvo amparado por el poder de las armas dispuestas asomar la trompetilla cuando fuere necesario. Fenómeno que se replicó en casi todas las actividades. La tradición y el prestigio de obtenían por la fortaleza económica venga de donde venga. Se perdió toda ética de prosperidad.

Maicao, en la década de los años 40 se comienza a construir la capilla para el santo José padre putativo de el hombre que se convirtió en Dios, cuando los feligreses maicaeros se cansaron de ir a Paraguaipoa en el vecino país a venerar aquel santo padre, que un día se quedó definitivamente en la pequeña iglesia y en el corazón de los creyentes que los días 19 de marzo se reunían alborozos a expresar su religiosidad bajo la sombra dulce de un árbol que llamaron “cacaíto”, símbolo este árbol de retaso de historia.

Nació esbelto y en su frente aquella capilla donde los hijos del poblado recibieron el agua sagrada de la pila bautismal. Bajo su sombra se abrieron las esperanzas. Y como los habitantes de cualquier pueblo, el árbol, sufrió los embates de la inconsciencia de muchos que no supieron comprender la bondad de su presencia.

Agraviado tantas veces a machete, hacha, y por último destrozada sus raíces y convertidas en leñas; el árbol de cacaíto, demostró su garra de “viejo invencible”. Toda vez que nos preocupaba su suerte ya convertido en tronco el volvía reverdecer contagiándonos el animo a seguir adelante. Fue un símbolo. Los inmorales dañaron sus fibras pero no sus entrañas, siguió de pie hasta convertirse en emblema de fortaleza y seriedad.

Sólo, tierra de Dios, a los treinta años te hiciste mayor de edad cuando te elevaron a la categoría de municipio y fuiste reconocida a nivel de patria al incorporarte a los cuadernos de la nación y los gobernantes pusieron los ojos en ti, no para ayudarte sino con el deseo de domarte y no pudieron, por eso te volviste rebelde y no creíste en nadie sino en el destino que tenias predestinado por Dios y tus hijos; no tuviste ley que regulara tus comportamientos y te relajaste; las cantinas y los burdeles con coyas abordo fueron el espectáculo de su existir, y en carros lujosos los venezolanos venían a saciar su lujuria pecaminosa y tus hijos contaminados también sufrieron el paso de aquella trata una de las tantas que pasaron por tus calles arenosas.

Maicao, tierra de Dios, también fuiste testigo de los que aconteció a la laguna Moju’üpay, que como decia el vate, nació en un ojo de agua, que parecia una cacimba que se fue agrandando en las lluvias cuando Maleiwua miraba el desierto con ojos de cristal; aquella laguna se convirtió en refugio, cuyo cuerpo de agua se llenaba de estrellas y luciernagas cuando en las noches reposaban los reptiles cuando apareaban en noches de luna llena. La mítica laguna puesta por Dios, los hombres bajo el imperio de la inmoralidad la segaron y se sembraron sobre su lecho.

Maicao, eres la única ciudad en el mundo donde el espacio sagrado de tu iglesia, parque y sementerio ha sido invadido por todo el que quiera ante la mirada fusilamine de tus hijos. Eres única de tener tantos hijos bastardos que se han ensayado en ti y te han robado hasta dejarte descuadernada bajo la complicidad de tu propia sociedad que hoy se hunde en tierras movedizas. Triste suerte has tenido por felibusteros desnaturalizados. Sobre ti han pasado muchas cosas, cosas muy graves y que, en la galeria de los próceres no estan los que verdaderamente lo son, pues, quienes tienen su retrato en el salon de los prestigiosos mas deberian tenerlos en los carteles de la policia y en el C.T.I. de la fiscalia.

A pesar de todo, Maicao, con el peso de la crisis se sigue caminando, en un sendero pringamosero en busca de la aurora de los encuentros, cuya luz se encuentra mucho más arriba sobre otras cumbres, pero que se alcanzará porque el deseo es comtemplarla en la cima de la esperanza, con el poder de la fuerza y desde alli mirar hacia el vale de ls lagrimas para observar cuanto hemos caminado; caserío del ayer que el destino te tenia separado un lugar de privilegio en la pamapa escandalosa y como dijera un poeta hijo tuyo: como luz desatada en un mar de colores, como regio consorte de la pampa desnuda, pueblo que se yergue como arco de flores, en amplio sendero su porvenir escuda.

Con la estepa y la arena tiene sus amores en los cielos azules ya diluyendo dudas y embiste ante la vida sin temores, como soberbio león de frente melenuda, con mirada fúlgida que se asemeja una lanza que domina los ámbitos con fuerza de gigante.

martes, 23 de junio de 2009

Apuntes sobre la historia de Maicao

Por: Alejandro Rutto Martínez

El siglo veinte avanzaba con paso firme hacia su tercera década. Colombia y Venezuela tenían mapas diferentes pero en el plano de la realidad no existían las divisiones. Los nativos se desplazaban con libertad a uno y otro lado de la imaginaria línea fronteriza y les importaba poco en qué país se encontraban porque desde tiempos de sus mayores se habían acostumbrado que la suya era una nación distinta que trascendía la historia y el espacio aunque se sentía representada por el amarillo, el azul y el rojo sin que fuera relevante el ancho ni el largo de las franjas horizontales en la bandera.

En el centro de la Guajira los wayüu vivían felices: tenían pastos para sus animales y agua para que éstos calmaran su sed así como tierras extensas, vírgenes y privilegiadas para la cría de ganado bovino y caprino. Varias familias de las más reconocidas se habían establecido en la zona. Parte de su tiempo estaba dedicado al cuidado de la ganadería y otra parte al comercio de maíz y a los viajes a diferentes puntos de la Península.

En uno de sus viajes al norte del territorio descubrieron que los parientes estaban pasando una difícil situación: los animales perdían peso rápidamente y otros habían muerto en medio del más intenso verano de que se tuviera noticias. Juyá los había abandonado y, al parecer, sus intenciones no eran las de regresar en un corto tiempo. Y durante su ausencia los pastos eran arrasados por el sol abrasador del semi desierto y la tierra se encontraba más desprotegida que nunca por la muerte de los últimos rastrojos y la desaparición de los pastos y las malezas.

La conversación entre los del norte y los del centro fue corta y provechosa: los primeros fueron invitados a trasladarse a la tierra de los segundos en donde encontrarían todo lo que solucionaría sus problemas.

A decir verdad no se hicieron esperar y en un plazo más bien breve, estaban en la tierra de sus amigos y familiares dispuestos a iniciar una nueva vida.

La llegada de los huéspedes hizo necesaria una reasignación de las tierras y de la ubicación alrededor de la Laguna de Majupay, generosa proveedora de agua y pastos frescos, equidistante de todos los puntos cardinales lo cual facilitaría sus traslados en plan de intercambio comercial o simplemente para visitar a todos los parientes esparcidos a lo largo y ancho del territorio de los sueños y la paz.

A unos les correspondió el costado occidental de la laguna y a otros el norte. Los anfitriones se reservaron la zona sur y la oriental. Cuenta el historiador Manuel palacio Tiller que de esta manera comenzó a poblarse el lugar en donde más adelante habría un caserío y luego un pequeño pueblo llamado Maiko que posteriormente se convertiría en una de las más importantes y prósperas ciudades del Caribe Colombiano.

De esta manera nació Maicao. Con la llegada lenta de unos y otros, de los de aquí y de los de allá quienes entrelazaron su sangre, su vida y su pasado para escribir una historia común y un futuro en el cual se abran las puertas de la fraternidad y brille la luz del progreso.

lunes, 28 de enero de 2008

MAICAO AL DÍA: LA COLUMNA DE JESÚS SOLANO RODRÍGUEZ

Jesús Solano es una de esas personas que contribuye a formar la esencia y la identidad de un pueblo. Cuando una ciudad, pequeña o grande, carece de un personaje con las características de vitalidad y compromiso de Jesús, se puede decir que no está completo. Desde hoy disfrutaremos de sus escritos deliciosos y nostálgicos. Para comenzar nos presenta un recorrido por el Maicao que ya se fue y el de hoy, el cual vivimos juntos, con la frente en alto y de cara al viento.



De mis recuerdos y otras cosas:
EL MAICAO DEL AYER.

Por: JESUS ENRIQUE SOLANO RODRIGUEZHace poco vi una foto de Maicao de los años 50s ó 60s en donde se muestra a una persona conduciendo un burro, el cual arrastra un barrilón o cacimba, con la que se distribuía el agua en mi pueblo y no pude sentir menos que nostalgia; nostalgia que me hizo recordar al Maicao del otrora. Dicha foto fue publicada en el blog Maicao al Día y titulada el Maicao del Ayer, tal como yo titulo el presente artículo.

Esa foto me remontó a otros tiempos; quizás de los mejores momentos de mi vida. Aquellos tiempos en que andaba, en vacaciones, como “torniquete” de mi tío Manillo Solano, cuando la totalidad de los taxis de la ciudad eran camionetas Dodge y Ford 100, o Ranger último modelos en los años 70s.

Era la época en que me levantaba temprano y me iba para la esquina del mercado público (calle 11 con carrera 17) a tomar la tradicional avena frente a la casa de la vieja Rebeca. Eran los tiempos del “TODDY” y de la Crema de arroz “POLLY”

Me hizo recordar los tiempos de la Poza Mona y de la Laguna de Majupay. ¡Quién lo creyera…! En lo que es hoy el Barrio Majupay fue una inmensa laguna en donde incluso se pesquecaban bocachicos, mojarras y “guarajaches”. Sí señor. Además se cazaban iguanas, guaratinajas y armadillos. Claro todo eso fue antes de que los seres humanos invadieran sus tierras en épocas de verano y poco a poco se fueron adentrando hasta secarla por completo.

De esos tiempos de la Poza Mona quedan muchos recuerdos entre mis amigos y contemporáneos o mejor dichos muchos pencazos tallados en nuestras piernas por nuestros respectivos padres o mayores por irnos sin sus permisos a bañarnos allá.

Como no recordar, tal como lo hizo en un reciente escrito el Doctor Alfonso Choles Quintero, “Alfonsito”, el hijo de Ocha; sí la de Choquín, al Viejo Carraipía, al peluquero del mercado. Recuerdo que quedaba por donde hoy vende el pescado en la misma plaza y recuerdo también, como Alfonsito, el sello del corte del Viejo Carraipía: Cabeza casi rapada y un mechón en el medio a la altura de la frente.

Aquellos tiempos de un Maicao tan distinto al de hoy. Recuerdo por ejemplo los molinos de viento para extraer el agua del subsuelo: el del colegio Rodolfo Morales; el de la Bomba de Jesús León, diagonal al legendario Farolito, tienda que aún existe, y uno que había en el Loma Fresca. Estos, precisamente, servía de abastecimientos a las cacimbas jaladas por los burros.

Recuerdo los tiempos de tantas bonanzas. La época en que no faltaba nada en Maicao, quiero decir en la despensa de cualquier casa en Maicao. Eran los tiempos en que no se padecía por alimentos. No había agua pero había Old Parr y María Farine para los hombres mayores y ropa nueva casi todos los días para los niños. Fue en la época en que comenzaron a llegar los almacenes con ropa colombiana. Recuerdo particularmente al Almacén Caribú. No había agua pero había televisores a color que nos convirtieron en los primeros colombianos en disfrutar de este adelanto tecnológico, gracias a que en Venezuela, no la de Chávez, la de ante de Jaime Lucinchi, ya la tenía a través de la extinta Radio Caracas Televisión.

Y a propósito de recuerdos, qué es de Chila…? ; la marchanta ida de la mente que recorre desde hace varios lustros el mercado y el comercio de Maicao pidiendo una moneda. Oye… y ahora que caigo en cuenta en los años 70s ya Chila andaba por ahí y Ripoll se peleaba entonces, con el Señor Pinilla los cadáveres para sepultarlos.

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