"Con este escrito estoy asumiendo en nada honroso rol de abogado del Diablo o aún más abyecto, el de apátrida"
Escrito por: Abel Medina Sierra
Comienzo estas líneas previniendo que
para algunos, con este escrito estoy asumiendo en nada honroso rol de abogado
del Diablo o aún más abyecto, el de apátrida.
En mi ámbito de desempeño como
analista y melómano de la música vallenata como proceso cultural, he escuchado
miles de veces la expresión que en Valledupar le “robaron” la música vernacular
a La Guajira, en este caso, la hoy llamada vallenata, pero que
antes se le llamaba “de parranda”, “provinciana” o simplemente “de acordeón”.
El celo de los guajiros, y
especialmente de los riohacheros con los valduparenses por el vallenato, se
exacerbó desde que esta música pasó del estadio folclórico, campesino y
localizado a ser el principal referente sonoro del país, la música popular y
masiva de mayor dinámica en Colombia. Antes de esto, el vallenato tenía pocos
dolientes en el norte de La Guajira y todavía hay gente en Riohacha que
asevera, que esa música nunca ha representado a la ciudad aunque esa
es una mentira insostenible.
Recuerdo el día, por allá en el 2006
cuando en el Centro Cultural, maestro Escalona nos enrostró que el vallenato
fue acunado por Valledupar porque “el riohachero era muy pretencioso en gustos
musicales y no le pararon bolas al acordeón”. Aunque exagerado en sus
calificativos, algo de razón tenía Escalona.
No se sabe aún con exactitud
dónde nació la música vallenata, parece ser que fue una expresión que se fue
gestando por creación colectiva en varios lugares de manera simultánea y luego,
esos rudimentos se fueron agrupando en un género musical. Bien es
cierto que los documentos más antiguos registran la trifonía de acordeón, caja
y guacharaca en Riohacha y eso le da protagonismo también el norte de La
Guajira.
También es cierto que la llegada del
vallenato a Valledupar fue a través de colonos campesinos que fueron, en su
mayoría del sur de La Guajira. Así como Barranquilla recibió y se apropió de
las danzas y músicas ribereñas a partir de su carnaval, Valledupar se convirtió
en el epicentro del vallenato que llevaron los provincianos y vecinos de
Patillal, Atánquez, San Diego o El Paso. Mientras en Riohacha se miraba de
soslayo esta música, la élite cesarense vio en esta música un referente
identitario y un instrumento cultural en el proceso de
departamentalización y de creación de industrias culturales.
¿Hubo apropiación del
vallenato por parte de los natos del valle? Primero hay que aclarar el
sentido de la palabra “apropiación”. Para la Rea Academia de la Lengua,
significa
“Tomar para sí alguna cosa, haciéndose dueña de
ella”. Si alguien toma esta primera acepción, dirá
que si en Valledupar se apropiaron
del vallenato, eso quiere decir que no era de ellos y que se lo robaron a otro,
en este caso a La Guajira.
Pero resulta que esta música es una
manifestación del patrimonio cultural y allí se aplica el concepto de
“apropiación social”. Esto implica que el patrimonio cultural tiene un valor
real y simbólico para el grupo humano que lo ha heredado, no vale en sí mismo
sino porque el grupo humano le da una valoración positiva. Una comunidad se
apropia de una música cuando la mayoría de los actores sociales son
conscientes de su valor patrimonial, particularmente del inmaterial y eso
ocurrió en Valledupar con esta música que hoy reclamamos.
Si bien es cierto, con relación a
esta música, a veces se hacen injustas exclusiones y se obra con espíritu
centralista en Valledupar, no es menos cierto que allá le han dado un valor al
vallenato, lo han integrado a su economía que eso dinamiza más el nivel de
apropiación social. En Valledupar no han sido tan celosos como lo son algunos
guajiros con relación al vallenato, tanto así que el acordeonero más
querido de la élite valduparense ha sido Colacho Mendoza; el habitante de
Valledupar que ha sido más famosos en toda su historia ha sido Diomedes Díaz y
allá auparon como nuevo ídolo a Silvestre Dangond. Nunca se pusieron con
reparos que eran guajiros.
Con mi experiencia personal puedo
refrendar esto. Recientemente fue postulado para hacer parte de la Academia de
Estudios del Caribe por actores de Valledupar y no por la
institucionalidad de La Guajira. La Gobernación del Cesar me ha llamado en
varias ocasiones para ser oferente u organizador de eventos sobre música vallenata.
Hace tres años en un evento organizado por el Ministerio de Cultura sobre
música vallenata en Aguachica, en lugar de invitar a investigadores cesarenses,
me escogieron a mí. La Universidad Popular del Cesar me encarga de coordinar la
revista Vallenatología del Encuentro de investigadores de la música vallenata,
me está ofreciendo honorarios solo para sea su investigador exclusivo de esta
música y está interesado en publicar mis obras mientras llevo 22 años en la
Universidad de La Guajira y nunca he podido publicar ni que se me reconozcan
mis investigaciones.
El innegable protagonismo de La
Guajira sobre el vallenato se demuestra con políticas públicas y privadas de
apropiación social fomento, formación e investigación y no con golpes de pecho
y dudosos certificados de paternidad. Nos falta la
apropiación del vallenato que sobra en Valledupar, y el patrimonio no es de
donde emerge sino de donde tiene mayor relevancia social y valor para la
comunidad.
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