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martes, 15 de enero de 2008

Alejandro Rutto Martínez, pulso firme y mente abierta


(*) Por Elbert Romero Barrios
Luego de parquearse en reversa el viejo Volteo del señor Ernesto Rutto en uno de los tantos arroyos secos contiguos a las rancherías próximas a Maicao, los ayudantes de este, iniciaban labores de cargue de arena para la construcción. Hacían uno, dos, tres y más viajes diarios. En medio del golpetear de cada palada que caía en el fondo del oxidado vagón, allá, debajo de un Trupillo cualquiera, sobre una piedra o en suelo limpio, un extraño “ayudante” del conductor, se dedicaba a una desconcertante faena que nada significaba para los sudorosos obreros, como tampoco para ningún joven de su edad, que si bien se internaban en la rala vegetación, era para cazar pájaros o dedicarse al correteo de otras especies.

Aquel espécimen de otras dimensiones, flaco, de escuálida fisonomía, desde muy niño se recluía apetente por los laberintos de las letras escrutando con avidez una a una las palabras, líneas y párrafos escritos por autores de aquí y de allá.

De esta manera fue transcurriendo la vida de Alejandro Rutto Martínez, motivado por su padre que en cada fecha le regalaba un texto. Eran sus juguetes más preciados, los tenía en el cuarto, en la sala, patio, garaje, cocina e inclusive en al baño. En ellos encontró a sus amigos e instrumentos más preciados, los utilizó como almohadas, improvisados asientos e incluso, cuentan que cuando se la partía una pata a la cama o a la mesa, la acuñaba con libros y si eran de administración o liderazgo mucho mejor.

Una hermosa anécdota me compartió su hermano Víctor. Estaban en el colegio, era hora de recreo. Alejandro se le acercó invitándole a merendar. Se sentaron bajo la sombra de un árbol de mango. ¿Que trajiste? Preguntó Alejandro. Víctor, inclinado por las leyes sacó del bolso una tasa repleta de arequipe, galletas y leche condensada, golosina que fue devorada por los dos en el acto. Luego preguntó Víctor ¿Y tú Alejo que trajiste? Alejandro, sin inmutarse abrió el bolso, sacó la lonchera colocándola en manos de su hermano. Este la abrió con curiosidad, luego de mirar con asombro por un momento el contenido de nuevo preguntó ¿oye Alejo y esto que es? El “mono”, con inocente naturalidad respondió: Manito son dos sopas, pero de letras y crucigramas. Agarra la tuya, la mía ya la llené.

Así, de esta manera, con el hábito por el ejercicio lector cada vez más fuerte Alejo fue desarrollando su talento escritural, hasta convertirse en una reconocida autoridad muy nuestra, muy criolla, con el toque magistral que solo los maestros saben darle a su oficio, como es el caso de Quiroga, Benedetti, Rulfo, Cortazar y del realismo mágico del hijo del telegrafista. No son exageradas mis afirmaciones, los elocuentes escritos de Alejandro que reposan en el ciberespacio, en los periódicos, en revistas y obras de su autoría lo validan.

Nóbel Coincidencia. El día seis de marzo debe tener una fortuna muy particular de la que gozan las personas que escogieron esa fecha para nacer sea cual sea el pedazo de suelo. En Aracataca, Gabriel García Márquez y en maicao la guajira tierra de magia, sueños, arenas cardones y costras de sal, Alejandro Rutto Martínez, espacio terrígeno, donde se convierte en lector de la cotidianidad, conferencista de talla internacional y en maestro de las letras

Somos afortunados por tener entre nosotros un ciudadano común y corriente provisto de talento criollo, pulso firme, mente abierta y unas obras que por si solas se recomiendan: Aunque tiemble la Tierra y se Desplomen los Cielos y, Si Mañana Fuera Hoy.

elbetromero@hotmail.com

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