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domingo, 30 de marzo de 2008

Literatura infantil: un bello cuento de César Castro

La batalla de los colores





Escrito por:  César Castro Hernández

En el país de los colores nadie sabe como empezó la cosa. Las relaciones entre los colores se fueron deteriorando y poniendo tensas al punto que el Arco Iris empacó todas sus pertenencias en sus maletas transparentes y gritó desde el cielo:

-----Si vuelven a pelearse desaparezco, me llevo mis autopistas de sol y ya no tendrán más en donde patinar con sus pequeños colorcitos y terminarán muriendo de tristeza. Al principio todos temieron y en verdad hicieron esfuerzos por llevar una vida normal y sin problemas entre vecinos; pero, al poco tiempo olvidaron todo y volvieron los chismes y los enfrentamientos. 

Los periódicos registraban las noticias y todo indica que el centro y origen de los problemas es el color amarillo, a quien de hecho los demás acusaban de presumido y creerse el más bello de todos los colores. Sin embargo, estaban de acuerdo en que la sonrisa del amarillo alegraba los campos y las calles por igual, era generoso, no se negaba a nadie y sin ningún esfuerzo le hacía favores a todo el mundo. Reía y Servía. Servía y Reía. Así transcurría la saludable vida del Amarillo.

Más, así como el Amarillo despertaba simpatías, también despertaba rencores. -----Rencores gratuitos. Decía él. Cuando Amarillo salía temprano los domingos, era todo un espectáculo de belleza. Sin embargo, el Verde, se ponía verde de la envidia. El Azul se ponía eléctrico. El Rojo sangraba por dentro. El Gris miraba para otro lado. El Morado cerraba los ojos, apretaba los dientes y levantaba los puños en señal de amenaza. El marrón rumiaba su rabia y entre todos formaban un coro triste y calumniador.

El Amarillo, ajeno a todos, seguía su camino con los brazos abiertos, mirando al cielo y bebiendo sol a grandes sorbos.

Diferente era el sentir del otro grupo de colores. El Negro, cuando veía a Amarillo no ocultaba su alegría y corría a su encuentro. Y seguían al Negro en un coro de sana alegría, el Anaranjado, El Rosado, El Fucsia y toda una enorme y larga galería de colores suaves. Se formaron así dos bandos entre admiradores y enemigos del Amarillo.
 
Los intentos de diálogo y conciliación por parte del Arco iris fracasaron y todo presagiaba lo peor, hasta que se dio la terrible batalla.

Todos los colores se trenzaron en una batalla formidable que culminó cuando una brisa enorme, como impulsada por la mano de Dios, los envolvió a todos.

Todos los colores desaparecieron y en lo que fuera un país vivo y lleno de colores sólo quedó un horizonte blanco y sin fin.

Mayo / 1998.

jueves, 20 de marzo de 2008

Sección de literatura infantil

Hubo un tiempo en que todos los árboles se movían libremente por todo el mundo.
Y era hermoso – según dioses pequeños que aún sobreviven – ver a todo el reino vegetal en movimiento por todos lados, en los bosques, en las selvas tropicales, en las tierras sembradas y sobre el mar.

Era normal y bello ver a los Robles, hermosos amarillos y morados, detenerse, entrecruzar sus ramas y hablar en medio de los caminos reales, las coquetas ceibas gustaban de que se les tocase en sus sonoras cinturas, árboles gigantes realizaban competencias para llegar al cielo y servir de escalones para que bajasen los ángeles, rosas y flores se reunían para perfumarse entre sí y hacían enormes rondas jugando a la marisola. Todo era bello.

Más llegó un día en que apareció El Encantador como lo llamaban algunos, era un hombre fortísimo que cuando hablaba todos los árboles y las plantas corrían a esconderse en donde podían y los animales aprendieron a temerle.

El Encantador era terrible y se divertía jugando al ¡ Encantado!. Cada vez que sorprendía a un árbol corriendo, rascándose, pensando o dialogando con otro lo señalaba con su poderoso dedo y le gritaba: ¡Encantado!. El árbol señalado no tenía más remedio que quedarse allí en donde estaba y con el paso del tiempo y la acción del agua y del sol, las raíces temerosas se hundían más y más en las profundidades de la tierra y el árbol se quedaba allí, plantado, imposibilitado para moverse.

De hecho no se movía más.; pero, desde su nacimiento los árboles y las plantas aprender a fabricar su propio alimento de tal manera que el hambre no fue su preocupación. Aún más, no solamente comen, sino que, lo que les sobra lo almacenan en jugosas frutas que con mucha hambre devora El Encantador.

Poco a poco El Encantador fue encantando a todo el reino vegetal y llegó un tiempo en que todos quedaron encantados, olvidaron que un día se movían con plena libertad y hasta la nostalgia se borró de sus almas.

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