Escrito por: Abel Medina Sierra
Nota de la redacción: Este texto fue publicado por primera vez en febreo de 2005 en la Revista Ranchería. El lector juzgará si se han producido algunos cambios desde entonces.
La estridencia sacude el piso y las paredes de las casas vecinas, hasta la sangre de los congregados da tumbos con el frenético estampido de los bajos amplificados y el efecto doppler que materializa el sonido.
El sumo regente de los fines de semana ha convocado su parroquia, es la voz sagrada del picó. Al frente de esta descomunal máquina sonora está el líder de esta religión, el chamán del sonido y la mezcla musical, es el picotero, el DJ local. Él preside esta ceremonia, él convoca a la alegría combinando ingredientes sonoros, con mágicos efectos y “exclusivas” producciones.
La pista está desierta, pero afuera, decenas de oídos se ponen a tono con el ritmo ensordecedor. Los pies ensayan la pirueta, el cuerpo se predispone al sudor. La gente solo espera, paladeando la faena. Como todo gozo, tiene su paciente espera, su ritual preparatorio.
Algunos comienzan a medir la real capacidad sonora del picó, otros valoran que el repertorio de música sea de su agrado. Los que esperan son prietos jovenzuelos de rostros pringados de sudor y manos callosas, lucen sus mejores galas y ya no se acuerdan de la ardua tarea de los días anteriores. Son los champetús, en pocos momentos, llenarán la pista con los espasmos de sus cuerpos. La champeta los ha atraído al despeluque.
La música retumba ¡Viene! La estridencia no
deja resquicio para que las voces se escuchen, de nada sirve hablar, aquí
comunica el gesto, prima el movimiento ¡viene!, es el nuevo lenguaje en la
verbena. No se necesita convencer a la “jeva”, no se requiere “la parla”, sólo
el guiño, sólo el poder kinésico del cuerpo, la champeta es también culto al
cuerpo.
El DJ combina los sonidos, el picó pregona su potencia: “! aquiiii suena ... el Gran Latino, la potencia atómica, el papá de los picós ¡”. Los cuerpos se juntan, se pegan, forcejean, se contorsionan epilépticamente, se sacuden el sudor, se entretejen anudados en un solo ente andrógino, es la comunión corporal, es el ritmo frenético de la champeta que los incita, que los transfiere a los linderos del delirio, del éxtasis. Es la expulsión de los demonios interiores a través de la danza, es la catarsis del espíritu, es también terapia para el alma.
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