Leer la primera parte de esta interesante crónica
Era una mañana lluviosa y el transporte estaba en verdad muy escaso. Al fin pudimos embarcarnos en un automóvil cuyo conductor nos prometió dejarnos en el Barrancas setenta minutos después de que se iniciara el viaje.
Julio Larios y Alejandro Rutto |
Impulsado por su poderoso motor de auto nuevo el
vehículo avanzaba raudo por la Carretera de la Esperanza que nos llevaría desde
Maicao hasta Paradero y desde ahí por la Vía Nacional hasta la ciudad natal de Luis
Díaz el flamante extremo del Liverpool de Inglaterra.
Avanzábamos a cien kilómetros por hora, tuve la intención de pedirle a Fernando que bajara a la velocidad reglamentaria pero el caballero atendía la llamada de uno de sus numerosos clientes a quien debía recoger unos pueblos más adelante. En el asiento posterior Larios miró su reloj con aire de impaciencia: eran las nueve de la mañana y veinticinco minutos, de manera que ya no podríamos cumplirle la cita a Abel.
Ante la evidencia de que ya era imposible llegar
temprano como deseábamos nos tranquilizamos y nos concentramos en el viaje.
Las últimas dos semanas habían sido atípicas en el
pueblo: nuestra geografía fue azotada por dos tormentas que dejaron barrios y
calles inundadas y en medio de las dos un temblor de tierra de 4.3 en la escala
de Ritcher con epicentro en el Lago de Maracaibo.
Dispuesto a olvidar esos malos momentos y para
distraer la mente inicié conversación con Fernando a quien le pregunté por la
seguridad en una carretera que tiene fama de ser muy peligrosa por el accionar
frecuente de los atracadores.
La respuesta movió las placas tectónicas de mis
emociones:
-“Viajar por aquí es una lotería. Sólo estaremos seguros cuando lleguemos a Paradero. En el momento menos
pensado sale gente armada y se nos atraviesan. A mí me ha sucedido diez veces.
En seis ocasiones me he salvado pero en otras cuatro nos han quitado todo lo
que llevamos”
Con la intención de encontrar una respuesta más consoladora y para darme esperanzas a mí mismo me escuché decirle:
-Me imagino que el horario más peligroso es en la
tarde o en la noche y no en una mañana tan bonita como esta
A lo que Fernando no tardó en responder:
-“Ellos no tienen horario, salen a cualquier hora y en
todas partes, nadie está seguro hasta que no lleguemos a la curva en forma de S de Paradero”
Un poco más adelante vimos a dos personas a la vera
del camino que nos hacían señales para que nos detuviéramos, lo llamativo no era su solicitud para que nos
detuviéramos sino los objetos que llevaban en las manos. ¿Serían armas?
No nos detuvimos a averiguarlo. Fernando fue hundió a fondo el acelerador
hasta que la aguja del velocímetro marcaba 120, 140…160 kilómetros por hora.
¿Quiénes serían esas personas?
Leer de inmediato la tercera parte de esta emocionante crónica
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