Escrito por: Mirollav Kessien
- Coronel, no es lo que usted está pensando, le interrumpió
Beruski, verá usted, lo que en verdad necesito es, todo lo contrario…acabo de
recibir un documento en el que se me exonera de viajar al desierto en una nueva
misión y…yo, pues lo que quiero es ir con mis compañeros, participar en esta
nueva experiencia, sacarificarme por mi país, comprende mi coronel?
-¡Y por qué lo han exonerado?
¿Quieres leer la segunda parte de Las historias de Beruski?
-Verá usted coronel, hace unos días hice la solicitud
para el descanso de un año al que tengo derecho por todo mi tiempo de servicio,
buena conducta y condecoraciones. No había obtenido ninguna respuesta, por lo
que supuse que no contaba con la aprobación, pero ocurre que cuando hacía fila
para embarcarme he sido llamado a la oficina de correos en donde me han
entregado el documento en donde se concede dicho descanso…
El coronel se rascó la barbilla, miró a Beruski con preocupación,
caminó dos pasos con nerviosismo, hizo silencio por algunos segundos antes de
responder:
-Si lo que usted desea es revocar su permiso, me temo que
tampoco podré ayudarlo…es un trámite que puede tardar varios días y, si lo que
usted quiere es viajar en esta misión, ya no podrá hacerlo.
- ¿Y si viajo, aun teniendo el permiso?
-No podrá hacerlo, y si lo hace será un grave acto de
indisciplina. Es más, quiero aconsejarle que se despoje lo más pronto posible
de su uniforme y de todas las prendas militares. En este momento usted es un
ciudadano del común, no un miembro del glorioso ejército nacional. Váyase a
casa y descanse, dedíquese a lo que prefiera y regrese cuando se termine el
plazo que le han dado. Y ahora, si me lo permite…tengo mucho que hacer.
Beruski comprendió que no había más nada qué hacer, de
manera que se dirigió a la habitación más cercana en donde comenzó a despojarse
de sus prendas militares. Estaba un poco contrariado porque ya se sentía
sumergido en una nueva aventura sobre las arenas espesas del desierto,
recibiendo en su rostro la brisa mezclada caliente del mediodía y abrigado por
la noche para sobreponerse a los mementos en que el frío azota sin
contemplaciones.
Se desvistió sin prisas, guardó todo en su maletín y se
miró al espejo. Los últimos meses habían sido intensos, así que muy pocas veces
se había vestido de civil.
Mientras caminaba hacia la salida se repetía una sola
pregunta: ¿Por qué no pude ir a este viaje?
No encontró respuesta, pero se dijo a sí mismo que la
vida es un manantial de señales desde el génesis del tiempo hasta la antesala de
la eternidad.
En el diálogo consigo mismo decidió que le dedicaría
mucho tiempo al jardín y saborear los libros cuya lectura tantas veces había
aplazado. Y algo muy importante: le haría el bien a toda persona que encontrara
en su camino, sin importar de quién se tratara y sin importar el tiempo que
tuviera que dedicarle.
Con esta resolución tomada les sonrió a los sauces de
flores amarillas que adornaban el camino. Una sonrisa, se dijo, puede reparar
hasta las roturas del alma.
Avanzó en silencio hasta su casa. Le gustaba tener conversaciones
consigo mismo porque pensaba que el silencio permite escuchar la ardorosa e insistente
voz de la conciencia y percibir las señales del cielo. Ahora iba convencido de que la forma en
que se frustró su viaje era una señal de lo alto. Había leído en alguna parte que una de la
forma en que la divinidad bendice a os hombres es diciéndole NO a algunas de
sus peticiones. Así que en ese momento se declaró convencido porque el destino
quiso evitarle que cumpliera el deseo de viajar.
Estaba absorto en sus reflexiones cuando de repente
contempló una escena que lo sobresaltó.
- ¿Qué era lo que estaba sucediendo en esa parte del
camino? Se apresuró un poco para avanzar
más rápido. Era urgente llegar al lugar de los acontecimientos, era necesario
actuar cuanto antes mejor.
Continuará
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