Escrito por: Miguel Calderón Guerra
-¿Te acuerdas el
día del rayo ese que cayó en el patio del colegio?
-Sí, como no me
voy a acordar si me costó trabajo sacarte debajo del pupitre donde te metiste.
Leer la primera parte de La apuesta de Manaure
-Eso fue mucho
susto, yo creía que el mundo se iba a acabar yo vi con mis ojos como si el sol
se hubiera estrellado contra el suelo y se hubiera enterrado hasta la mitad. La
imagen era hasta bonita, como un girasol gigante partido por la mitad, clavado
ahí en el piso, pero sólo duró como un segundo. Imagen bonita pero aterradora,
más aterrador todavía el ruido que hizo, los cuadro se cayeron de la pared, por
eso me metí debajo del pupitre.
-Tienes buena
memoria
-Esos sustos no
se olvidan nunca
Cuando el
locutor de la radio anunció las 12 en punto, Yadelis se levantó de su silla y
avanzó hacia el interior de la casa, cinco minutos después regresó con
individuales y cubiertos para el almuerzo
-Es chivo
guisado y asado dijo la muchacha sonriente mientras iba a la cocina por los
platos
-Delicioso,
manifestó Luis Augusto, y me cuentan que por acá lo preparan muy bien
-Especial, muy
especial para un invitado de honor, agregó Isabel.
Luis Augusto
disfrutó al máximo el momento, por primera vez en muchos meses se consideraba
un hombre libre, liberado de las presiones del trabajo y en la agradable
compañía de aquella ex compañera de estudios y su hija que se habían esforzado
por atenderlo bien y por hacer que el tiempo pasara casi sin que se dieran
cuenta.
Luis augusto
señaló con su dedo índice los mangos maduros que se movían suavemente empujados
por la brisa en las ramas de un árbol cercano al quiosco.
-Ese sería un
buen postre después de semejante almuerzo, les dijo a sus anfitrionas
-No señor, le
dijo Isabel, esos mangos son mírame y no me toque, son la decoración del patio,
el que los quiera debe ganárselos.
En ese momento
apareció Yadelis con tres generosas porciones de postre napoleón
-Espero que este
postre le haga olvidar otros antojos, manifestó la joven
-Delicioso,
manifestó Luis Augusto al saborear el primer bocado.
Cuando terminó
miró el reloj y dijo:
-Nicolás,
Nicolás, ya comiste ya te vas…
-Espérese un
momento señor Luis, repose el almuerzo, siéntese otro rato. Juegue una partida
de ajedrez con mi mamá.
Acto seguido
colocó el tablero en la mesa
-Mi mamá me dijo
que a ustedes les enseñaron a jugar ajedrez en el colegio. Un día compré este
tablero y no lo hemos estrenado. Jueguen
una partida ustedes dos
Luis Augusto
volvió a sentarse en la silla que ocupaba, tomó para sí las fichas blancas y
dijo:
-No me acuerdo
muy bien de las reglas del ajedrez, dijo Luis Augusto, pero jugaré la partida
con una condición
-¿Y cuál es esa
condición?, preguntó Yadelis
-Si gano, me dan
veinte mangos de esos que son marca “mírame y no me toques”
-¿Y si pierde?,
preguntó Yadelis con cierta inocencia
-Si pierde, que
pague penitencia, se apresuró a contestar Isabel
-Me parece muy
bien, contestó Yadelis ¿Qué opina, señor Augusto?
-Estoy de
acuerdo, porque sé que no voy a perder, dijo Luis Augusto
-¿Y cuál sería
la penitencia? Interrogó Yadelis
Continuará
¿Te gustaría leer la tercera parte de La Apuesta de Manaure?
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