Albania era el pueblo más olvidado del mundo, pero en los años 90 comenzaban a llegar muchas personas atraídas por su cercanía con las minas de El Cerrejón, y especialmente con la garita desde donde podía accederse a uno de los complejos mineros más importantes del continente y el mundo de oportunidades que había de la puerta para adentro.
También comenzaron a regresar los muchachos que se habían ido a estudiar y encontraron a pueblo casi igual que como lo dejaron, con la diferencia de que algunas personas de otras latitudes ahora se movían por sus escasas calles con actitud de quedarse a vivir a allí.
Los que regresaron tenían un bulto de ilusiones, una carpeta de sueños y un diploma profesional.
Una de esas personas fue Oneida Pinto, graduada como Trabajadora Social, a quien la vida y el esfuerzo de sus padres, le habían dado la oportunidad de estudiar lo que le gustaba y ahora pensaba aplicarlo en servirle a los amigos de su pueblo.
Hubo cosas que le gustaron y otras que no. Le gustó mucho la felicidad del reencuentro con los amigos de la infancia y con la sonrisa de los mayores, cuyas cabezas estaban adornadas con nuevas hebras plateadas que antes no les había visto.
Y entre lo que no le agradaba, era la imagen de pueblo colgado en el balcón del olvido con sus casitas viejas y derruidas y los sardineles derruidos por la acción del tiempo.
Otras cosas que tampoco le gustaban: una de ellas era el nombre con el que se conocía la amada patria chica y otra el nombre de una de sus calles más conocidas e importantes.
Al pueblo le decían Calabacito algunos y Albania otros. Y a la calle, larga, angosta y situada en una pronunciada pendiente, la llamaban con el sonoro nombre de "Rabolargo".
La nueva trabajadora social propuso cobrar una multa de cincuenta pesos al que se le ocurriera decir "Calabacito" y otra de 20 pesos al que llamara a la inclinada calle por el malhadado nombre.
No se sabe cuántos pagaron la multa. Ni siquiera si alguien alguna vez la pagó. Nadie quería dejarse sorprender pronunciando los nombres impronunciables,
Hoy pocos se acuerdan del antiguo Calabacito y nadie menciona a ese rabo inclinado, angosto y largo. Albania ahora es Albania y la calle...bueno la calle tiene su número. Mejor no repetir su antiguo nombre no sea que la multa aún esté vigente.
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