Biografías

miércoles, 13 de mayo de 2015

El testimonio cantado de la gripe española

 Autor: Abel Medina Sierra 

A muchos se les va la vida y nunca se nos da por enhebrar el tejido de la memoria familiar y de su territorio de origen. Otros, dejan que el tiempo borre evidencias y silencie voces que son un verdadero tesoro de datos y testimonios. 

Confieso que solo en los últimos años me he entregado, sin mucha disciplina, a anudar datos que me permitan ir perfilando mi genealogía y reconstruir mi pasado familiar y su entorno. Recientemente, con el fallecimiento en San Juan del Cesar de mi tío materno Florentino Mejía, a la sorprendente edad de 107 años, pude recabar ciertos datos que apuntan a una misma desgracia que une a mi familia paterna y materna. 

 En los días de duelo, tras una conversación con mi madre, Lorenza Sierra, pude descubrir que durante la segunda década del siglo XX, el acoso de una enfermedad había hecho migrar a sus padres, Juanita Sierra y Esteban Mejía, desde Caracolí Sabanas de Manuela hasta la ribera fértil de Chorreras. La causa no podía ser tan funesta: una pandemia tan desconocida como mortal había acabado con la vida de sus cuatro hijos. Años antes, en otra charla con mi madre, se me había revelado también que mis dos abuelos paternos, Antonio Medina y Elodia Gámez, así como sus dos hijos mayores, habían fallecido en Machobayo, para esa misma época, bajo los estragos letales de la misma enfermedad. 

 La peste que mató a varios de mis ascendientes era la denominada gripe española, pandemia que mató aproximadamente a 50 millones de personas en el mundo en cinco años, siendo la mayoría en los años 1918 y 1919. Aniquiló cinco veces más que la I Guerra Mundial que acabó justo en 1918 y considerada el peor asesino en los registros de los epidemiólogos. Ni siquiera el SIDA se le acerca en su registro de víctimas, solo comparables con las pandemias de la Edad Media. La gripe española la ocasionó un subtipo del virus H1N1, igual que la actual gripe A. 

 Aunque los españoles han tratado de librarse del estigma que les representa ser el foco original de la pandemia nacida en las trincheras de guerra, recientemente científicos del Museo Vasco de Historia de la Medicina, en Bilbao, la Universidad Complutense en Madrid, los Institutos Nacionales de la Salud (NIH) en Bethesda y la Universidad Estatal de Arizona en Tempe publicaron en BMC Infectious Diseases lo que confirma que ciudades como Madrid pudieron anticiparse a los que, hasta ahora, se han considerado los primeros focos de la pandemia, que se ubicaban en Estados Unidos y en Francia. 

Con esto se corrige el dato según el cual, el primer caso se registró el 4 de marzo de 1918 en Camp Funston, uno de los campamentos militares establecidos en Kansas tras el comienzo de la I Guerra Mundial. En Colombia, se conoce una investigación retrospectiva llevada a cabo por científicos del Museo de Historia de la Medicina y la Salud de Tunja el cual demuestra que Boyacá fue el departamento más afectado junto a la ciudad de Bogotá por la gripe española entre 1918-1919.

 La pandemia llegó a Boyacá por carretera en octubre de 1918 y dejó un rastro de 2.800 defunciones en una población de 58.600 habitantes. Por mucho que uno trate de averiguar sobre los funestos efectos de esta pandemia en La Guajira, se encuentra con la cruda realidad que no hay registros históricos que den cuenta de esto. 

Esta y muchas desgracias que vivió el territorio hoy conocido como La Guajira permanecen aún invisibilizadas ante la oficialidad centralista del Estado, la luz de la academia y la cognición social. Lo peor es que se han ido perdiendo quienes aún preservan en el cuchicheo de la memoria algunos datos que puedan testimoniar nuestra dolorosa historia regional. Pero, hilando más delgado, tiene mucha razón el médico y compositor vallenato Adrián Villamizar al valorar en la música vallenata su gran capacidad testimonial y su potencialidad como registro histórico de nuestro devenir como pueblo. 

Su preocupación se hizo manifiesta cuando estaba al rojo vivo el debate sobre qué componentes o rasgos estaban en amenaza en la música vallenata para justificar su declaratoria como patrimonio intangible de la nación y de la humanidad. 

Las canciones vallenatas han perdido su capacidad para dar cuenta de las circunstancias que atañen a todo el pueblo, al decorado socio político y económico. Hoy se le canta la mujer coqueta y a la promiscua, a la bonita y a la parrandera, al amor y a la infidelidad, sabemos de la discoteca y del chat pero pasó el fenómeno del paramilitarismo, el del Niño y de la Niña y nuestra música no documentó esos episodios, la demencial violencia guerrillera y nada se ha dicho, pasa la recesión, el nefasto gobierno de Uribe con su estela chuzadas, falsos positivos y Agro Ingreso Seguro y nadie se acordó de hacer canciones sobre esos aunque el tema les raspara el ojo. 

 Las canciones contemporáneas son prolijas en datos de alcoba y urgencias lascivas del cuerpo pero no en los del contexto regional, se cuestiona la mujer infiel, rumbera y hasta la muy casta pero al cantor le importa un bledo tomar posición política, de compromiso social o al menos el dar testimonio de la que afecta a toda la sociedad. 

 Cosa distinta pasaba con los compositores de anteriores generaciones. Bien sabemos de la guerra entre Colombia y Perú por la canción “Sánchez Cerro” de Chico Bolaños el mismo que da cuenta de los chulavitas en la canción “El Padre Serrano”; Armando Zabaleta le cantó a “la situación desgarradora” del país durante el gobierno de Valencia, a la “Reforma agraria” y hasta al primer premio que obtuvo García Márquez y el olvido de Aracataca que esperaba redención. Santander Durán le cantó a la masacre de las bananeras y Julio Oñate al avance del desierto y la aridez por las bonanzas del dividivi y del algodón; Romualdo Brito a la de la marimba y como Hernando Marín, a expoliación gringa del Cerrejón, y hasta Rafael Manjarrés, en épocas más reciente menciona “el revolcón de Gaviria”. 

 Afortunadamente está el vallenato para testimoniar nuestra historia. También afortunadamente, Ángel Acosta Medina nos ha divulgado el libro “Mi pueblo historial: 200 años de soledad”, como para que no se quede en el olvido, la historia del sur del Municipio de Riohacha. Se trata del documento más completo que se haya publicado sobre el devenir y proceso de colonización y de definición identitaria de estos pueblos que tuvieron mucho que ver con el barro genésico de vallenato. 

En este libro se revela la obra de Francisco Moscote Guerra, el mítico Francisco El Hombre, con canciones que rescatadas del orín desgastante del tiempo. Una de ellas, “La quina” se refiere a una de las bonanzas que vivió esta zona, otra de sus canciones alude a Juancito Iguarán y su participación en la Guerra de los Mil Días; pero la que nos interesa se denomina “La gripe”. 

Según Acosta Medina, se trataba de la mismísima gripe española, pero que en los pueblos del sur de Riohacha también era denominada “El pájaro azul” por el color azulado que dejaba en sus víctimas. También apunta que fue tanto el letal efecto que se tuvo que construir en Cotoprix un cementerio para las víctimas de la región y que diezmó en un 15% la población de la zona. “La gripe” de Francisco El Hombre, constituye el único documento que en La Guajira registra y hasta hace inventario de las víctimas de la más notoria pandemia de la modernidad, prueba fehaciente que nuestros juglares, aunque no sabían leer ni escribir, si supieron escribir nuestra historia en sus versos cantados lo que les ha quedado grande a tantos profesionales que fungen hoy como compositores. 

He aquí el testimonio cantado de la desgracia, en algunos fragmentos: La gripe Ay, dice Rodolfo Solano Vaya que peste tan brava No hay médico que la cure Ni remedio pa ́atajala Dice Soledad Aragón Lo menos que yo creía Que la gripe se curaba Con quinina y homeopatía Que la gripe se sanaba Con quinina y agua fría Mujeres no lloren tanto Que ya la gripe pasó Por estar con su pendejá Murieron setenta y dos Lo dice Francisco El Hombre La cuenta la llevé yo De Cotoprix a Machobayo Murieron setenta y dos Y cuando olvidamos la gripe Entonces vino la hermana Que fue la viruela brava La que mató a don Felipe
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