Por: Nuria Barbosa León
Periodista de Granma y Radio Habana Cuba
Orlando Herrera Fernández cumplió su Servicio Militar a los 17 años, en la zafra azucarera de 1966.
La tarea de choque para los jóvenes resultaba ser el corte de caña y se movilizó en Güines, municipio rural que rodea la capital cubana.
Las palabras “¡De pie!” rompía el sueño más profundo y el inicio de las faenas se enfrentaban con el cansancio acumulado, con la oscuridad en un frío húmedo del mes de diciembre que brotaba como humo por los orificios de la nariz y un temblor en todo el cuerpo.
Las conversaciones giraban hacia las carencias del momento: las historias familiares, los manjares de la cocina, el agua caliente para el baño y la comodidad de una cama cálida, con colchón y almohada de plumas.
Su brigada se ganó un pase de estímulo por el sobre cumplimiento de las normas en el corte de caña y todos estaban felices con la salida hacia la casa. El entusiasmo reinaba en los rostros juveniles.
Se llegó a un acuerdo: los camiones recogerían a los movilizados dentro del campo para incrementar los rendimientos porque la caminata hacia y desde el campamento era agotadora.
Con todos los movilizados encima y listo para partir, uno de los camiones soltó una chispa en medio de la paja seca de la caña y ahí mismo se abrió la candela que caminaba más rápido que las acciones emprendidas para sofocarla.
Inmediatamente mandan a sacar a todos los carros del campo y todos los jóvenes olvidan su anhelado pase a la casa para con el machete separar la paja y con las telas apagar el fuego hasta que llegaron los bomberos con su manguera.
El carro rojo se parqueó en el lado contrario al fuego y en la plataforma sobre la cabina del chofer se apostó el chorro de agua que enfiló hacia el cañaveral por la parte que aún no había cogido candela rematando una diagonal.
Aún no recuerda Orlando cómo fue a parar junto a la manguera en lo alto de la cabina del chofer, pero en dúo con el bombero, hicieron múltiples peripecias hasta que el campo quedó humeante y sin un solo vestigio de fuego.
El pase se pospuso, la orden fue de corte inmediato para que no se perdiera la caña y sin mucho tiempo para el descanso comenzó el corte, alza y tiro para las carretas.
Orlando no olvida la historia.
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