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Podríamos iniciar como se iniciaron muchos escritos. “Esta es la triste historia de…” Pues bien, esta es la triste historia de una laguna que se murió, de un humedal que está agonizando y de un botadero de basura que nos amenaza con matarnos a todos. Maicao es un pueblo grande, habitado por 150 mil personas de diversas razas y distintas culturas que se han acostumbrado a los vaivenes de una frágil economía de intercambio con Venezuela y el resto del país.
Está enclavado en la media Guajira y su suelo es reseco en las largas temporadas de verano y muy húmedo en los inviernos cada vez más frecuentes gracias al clima enloquecido e impredecible del siglo veintiuno.
En este lugar existió hace muchos años una laguna que ya no está y existe un humedal que se resiste a morir y un vertedero de basura en donde se incuban enfermedades, se enquista la pobreza y se levanta la amenaza de una epidemia.
Vamos a contar entonces, sin más preámbulos y sin afanes la historia completa.
Majupay: una laguna que se convirtió en barrio
Eran los años setenta y cada año llegaban a Maicao miles de personas atraídas por la bonanza comercial y por la posibilidad de pasar a Venezuela por el camino verde, en donde, según sus cuentas, podrían ganar mucho dinero en poco tiempo, para tener con qué girarle a la familia y regresar todos los años para las fiestas patronales del pueblo y para celebrar la navidad.
Entre los que llegaron por una y otra razón, la mayoría se quedó y la demanda de vivienda se hizo muy grande, tan grande que no hubo donde ubicar a todos los peregrinos de manos laboriosas que ponían sus callosas manos al servicio del comercio local.
En los años 30 La Laguna de Majupay era un hermoso ecosistema ubicado al sur del naciente caserío, el cual se había comenzado a poblar alrededor de los pastizales que crecían a uno y otro lado de la importante fuente de agua en donde se alimentaba el ganado de familias wayûs que habían venido desde el norte desplazados por la fuerte sequía de la época. Enormes patos y otras aves migratorias provenientes Canadá y Estados Unidos y aves cantoras coloreaban un bello paisaje en el que el poeta Armando Torregrosa dijo haber visto un abuelo indígena en cuyas pobladas barbas de maíz titilaban las inquietas luciérnagas en las noches de luna nueva.
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Una vez, el agua de la laguna se evaporó, como ocurría en todos los veranos intensos y un grupo de ciudadanos sin casa escogió el enlodado lugar para fundar una nueva zona barrial. La laguna se murió. Bien muerta en apariencia, pero veinte años después, en el fuerte invierno de octubre de 1.995, cuando casi toda La Guajira se ahogaba bajo el agua, comenzó a pasar una costosa factura a los desdichados habitantes.
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Hoy, Maicao no tiene laguna y tampoco un barrio en el que los ciudadanos vivan felices. Lo que se evidencia es la nostalgia derivada del brutal ecocidio, el problema de nunca acabar con las inundaciones y la enseñanza del nunca más: nunca más abusar del medio ambiente.
El humedal no quiere morirse
Los wayû no se explicaban bien por qué los patos silvestres aparecían y desaparecían en su comunidad. Llegó el día en que capturaron uno de sus emplumados visitantes y en la pata le encontraron un anillo en donde estaba grabado un nombre bien nuevo y raro para ellos: Washington. Más adelante les explicaron que era una importante ciudad y que posiblemente en ella algún científico colocó la identificación en la extremidad del palmípedo.
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Los nativos no lo dudaron y a partir de ese momento le encontraron nombre al estanque en el cual juguetean sus hijos y en el que se surten del barrio necesario para sus labores de alfareros: Washington.
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El sitio era casi desconocido para la comunidad científica y para los investigadores hasta que un día el fotógrafo Luis Gutiérrez lo visitó, cámara en mano y filmó lo bueno, lo malo y lo feo del humedal: lo bueno eran sus paisajes, la diversidad de su flora y fauna, el barro adecuado para la fabricación de elementos de la artesanía wayûu. Lo malo era que los cazadores habían descubierto primero que los ambientalistas y estaban acabando con los patos, los pájaros y todo lo que se moviera. Lo feo era que a ese paso…el humedal se iba a morir.
Y para que el humedal no se muriera Luis, además de patéticas fotos y videos, reunió un colectivo de artistas ("Casimba", se llaman a sí mismos) para defender este hermoso lugar, en donde los niños se divierten jugando con los cartuchos vacíos dejados por la acción pacífica de los perversos cazadores.
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En julio del 2.009 el periodista Alcides Alfaro del canal Mao Televisión, atendío la invitación de Gutiérrez y logró una completa crónica sobre este patrimonio ecológico de los guajiros en grave peligro de extinción, para su programa "Buenos Días Maicao".
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Los esfuerzos de los artistas, y de los medios ha rendido sus frutos: el humedal aún existe y las autoridades hacen esfuerzos por conservarlo, incluso, Corpoguajira ha formulado un plan de manejo ambiental para este hermoso lugar.
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El que no pudo sobrevivir a la violencia y a la criminalidad en La Guajira, fue Luis Gutiérrez, el artista protector de Washington. En una horrible noche de marzo es asesinado por las balas de dos sicarios quienes le quitaron la vida delante de su familia en la casa del Barrio Parrantial y luego se perdieron en las entrañas del bosque y en las profundidades de la impunidad.
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El botadero que nos amenaza a todos
En Maicao, cada solar es un botadero a cielo abierto, debemos reconocerlo. Y solares hay muchos en cada barrio. Pero no son solo los solares, pues la cultura del comercio local indica que los cartones, plástico, bolsas y los demás subproductos, van derecho a la calle más cercana. De esta forma podría decirse que Maicao entero es un gran vertedero de basuras y lo será mientras sus ciudadanos no adquieran una cultura del aseo, del trabajo común y de la limpieza de las áreas comunes.
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Y mientras no se tenga un buen sistema de recolección, clasificación y disposición final de las basuras. A este botadero van a dar 38.325 toneladas de basura al año, según costa en el contrato interadministrativo de asociación No. 0019, suscrito entre Corpoguajira y el municipio de Maicao con el objeto de “Cooperar entre las partes para la ejecución del proyecto denominado cierre, clausura y restauración ambiental del botadero a cielo abierto del municipio de Maicao, departamento de La Guajira”
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Pero del denomiado “botadero municipal” es un depósito sin las más mínimas medidas: allá llega el camión, deja las basuras y vuele a buscar más. Mientras tanto un hato de vacas huérfanas de dueños, una nube de hambirientos goleros se disputa los desechos con un puñado de empobrecidos recicladores para quienes un objeto viejo, un trapo sucio o un utensilio desgastado, son su paga de cada día.
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Además está en lo que pudiéramos llamar el lugar equivocado: a unos pocos kilómetros de la ciudad, cerca del matadero público, a una distancia corta del nuevo mercado, no muy lejos del colegio San José y un poco retirado, pero no tanto, del hospital San José. En resumidas cuentas, tiene todas las condiciones para ser cerrado y, de hecho, Corpoguajira tomó la decisión de cerrarlo en julio del 2.010.
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Hoy en día, en virtud del convenio antes mencionado, se construyen unas piscinas (irónico nombre) para ubicar los desechos sólidos, al lado del antiguo botadero. Una vez concluya el trabajo se cerrará el lugar y se sembrarán árboles en el sitio. Todo parece bien, pero surge una pregunta: ¿dónde irán a parar las basuras cuando ya no tengamos el nuevo botadero?
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Ojalá no sea al margen izquierdo de la Troncal del Caribe, pues las comunidades indígenas del sector ya expresaron sus reservas. Y si no es allí ¿dónde? Ojalá sea en un lugar y en una forma en que no nos siga amenzasando, como ocurre hoy en día.
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