Escrito por: Alejandro Rutto Martínez
Benjamín Disraelí: "Nunca el hombre ideó más perniciosos sinsentidos que en los tratados de comercio".
Los habitantes de la Península de la Guajira han sido comerciantes por siglos y lo han hecho sin que nadie les enseñe: es lo natural para quienes están frente al océano inmenso, un amigo que le sirve para estar en contacto con el mundo y al lado de la frontera, la cual atraviesan libremente en uno y otro sentido como uno de los escenarios de la cotidianidad.
Los guajiros has sido negociantes consagrados incluso desde antes de que aparecieran en escena los conquistadores españoles. Durante decenios Maicao fue el epicentro de la actividad comercial de La Guajira.
Atraídos por su ubicación geográfica llegaron a esta localidad personas procedentes desde diferentes lugares de Colombia y el mundo quienes lograron convertir al pequeño poblado en una ciudad próspera, promisoria y vigorosa, punto de llegada y salida de mercancías desde los puertos más importantes del Caribe hacia varias ciudades de Colombia y Venezuela.
Los empresarios organizados del país siempre vieron con desconfianza el comercio de La Guajira y presionaron al gobierno nacional para que impusiera medidas de control y así sucedió especialmente en los años ochenta cuando el país se embarcó en la denominada apertura económica.
Fue en esa misma década cuando los dirigentes locales, luego de intensas negociaciones con el gobierno central lograron la creación de la Zona de Régimen Aduanero Especial de Uribia, Manaure y Maicao y, posteriormente, la creación del Fondo de Desarrollo de La Guajira.
Con las normas expedidas se reguló la actividad comercial y se puso fin (o eso quiso hacerse) al estigma de considerar a los guajiros como contrabandistas y causantes de graves daños a la economía nacional.
Diversas situaciones hicieron que el comercio de Maicao perdiera su atractivo y cientos de comerciantes emigraron hacia otras regiones y países en busca de mejores condiciones para sus negocios. El comercio de Maicao se convirtió en un muy pobre reflejo de lo que fue en las décadas de los setenta y los ochenta y se dedicó, prácticamente a sobrevivir.
Pero la supervivencia no fue fácil: debió soportar nuevas adversidades como el retiro de las entidades bancarias y nuevas restricciones de las autoridades.
Sin embargo, lo más absurdo, perjudicial y discriminatorio aun estaba por venir y llegó envuelto en la figura repudiable del decreto 3038, una medida confeccionada con la talla justa del condenado a muerte, con las especificaciones precisas para afectar a una víctima en especial y eliminarla del escenario de la libre competencia, de la igualdad de condiciones y de la estabilidad jurídica en la cual se basan las economías sanas y las democracias de los pueblos libres.
El decreto, concebido de forma artera y malintencionada, tiene el sospechoso propósito de eliminar el comercio de licores de Maicao para favorecer intereses distintos a los del departamento de La Guajira.
Por fortuna la mesa de trabajo creada luego del debate promovido en buena hora por el representante Wilmer González, ha logrado retardar los efectos de la norma aunque, en ese mismo escenario de concertación, se ha podido palpar la intransigencia de quienes representan al Gobierno.
El comercio de Maicao y el de La Guajira han debido luchar contra todo. Incluso contra la incomprensión de algunos de sus hermanos colombianos quienes no han entendido aún que en la península el comercio no es un asunto de comprar y vender solamente sino que es la opción casi única de generar recursos para el sostenimiento de miles de familias.
Alejandro Rutto Martínez es un prestigioso académico colombiano dedicado a la docencia, el periodismo y al mundo de las conferencias y los seminarios. Póngase en contacto con él a través del correo alejandrorutto@gmail.com o visite su página MAICAO AL DÍA: http://maicaoaldia.blogspot.com/
Fuente del artículo http://www.articulo.org/autores_perfil.php?autor=525
Benjamín Disraelí: "Nunca el hombre ideó más perniciosos sinsentidos que en los tratados de comercio".
Los habitantes de la Península de la Guajira han sido comerciantes por siglos y lo han hecho sin que nadie les enseñe: es lo natural para quienes están frente al océano inmenso, un amigo que le sirve para estar en contacto con el mundo y al lado de la frontera, la cual atraviesan libremente en uno y otro sentido como uno de los escenarios de la cotidianidad.
Los guajiros has sido negociantes consagrados incluso desde antes de que aparecieran en escena los conquistadores españoles. Durante decenios Maicao fue el epicentro de la actividad comercial de La Guajira.
Atraídos por su ubicación geográfica llegaron a esta localidad personas procedentes desde diferentes lugares de Colombia y el mundo quienes lograron convertir al pequeño poblado en una ciudad próspera, promisoria y vigorosa, punto de llegada y salida de mercancías desde los puertos más importantes del Caribe hacia varias ciudades de Colombia y Venezuela.
Los empresarios organizados del país siempre vieron con desconfianza el comercio de La Guajira y presionaron al gobierno nacional para que impusiera medidas de control y así sucedió especialmente en los años ochenta cuando el país se embarcó en la denominada apertura económica.
Fue en esa misma década cuando los dirigentes locales, luego de intensas negociaciones con el gobierno central lograron la creación de la Zona de Régimen Aduanero Especial de Uribia, Manaure y Maicao y, posteriormente, la creación del Fondo de Desarrollo de La Guajira.
Con las normas expedidas se reguló la actividad comercial y se puso fin (o eso quiso hacerse) al estigma de considerar a los guajiros como contrabandistas y causantes de graves daños a la economía nacional.
Diversas situaciones hicieron que el comercio de Maicao perdiera su atractivo y cientos de comerciantes emigraron hacia otras regiones y países en busca de mejores condiciones para sus negocios. El comercio de Maicao se convirtió en un muy pobre reflejo de lo que fue en las décadas de los setenta y los ochenta y se dedicó, prácticamente a sobrevivir.
Pero la supervivencia no fue fácil: debió soportar nuevas adversidades como el retiro de las entidades bancarias y nuevas restricciones de las autoridades.
Sin embargo, lo más absurdo, perjudicial y discriminatorio aun estaba por venir y llegó envuelto en la figura repudiable del decreto 3038, una medida confeccionada con la talla justa del condenado a muerte, con las especificaciones precisas para afectar a una víctima en especial y eliminarla del escenario de la libre competencia, de la igualdad de condiciones y de la estabilidad jurídica en la cual se basan las economías sanas y las democracias de los pueblos libres.
El decreto, concebido de forma artera y malintencionada, tiene el sospechoso propósito de eliminar el comercio de licores de Maicao para favorecer intereses distintos a los del departamento de La Guajira.
Por fortuna la mesa de trabajo creada luego del debate promovido en buena hora por el representante Wilmer González, ha logrado retardar los efectos de la norma aunque, en ese mismo escenario de concertación, se ha podido palpar la intransigencia de quienes representan al Gobierno.
El comercio de Maicao y el de La Guajira han debido luchar contra todo. Incluso contra la incomprensión de algunos de sus hermanos colombianos quienes no han entendido aún que en la península el comercio no es un asunto de comprar y vender solamente sino que es la opción casi única de generar recursos para el sostenimiento de miles de familias.
Alejandro Rutto Martínez es un prestigioso académico colombiano dedicado a la docencia, el periodismo y al mundo de las conferencias y los seminarios. Póngase en contacto con él a través del correo alejandrorutto@gmail.com o visite su página MAICAO AL DÍA: http://maicaoaldia.blogspot.com/
Fuente del artículo http://www.articulo.org/autores_perfil.php?autor=525
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Tu opinión es sumamente importante para nosotros. Te invitamos a enviarnos tus comentarios sobre las notas que has leído.