Ante todo, permíteme que te tutee, porque después de tantos
años de seguirte, considero que ya eres un miembro de mi familia. En segundo lugar déjame decirte que
te escribo desde un rincón de la nostalgia, desde un promontorio de los
recuerdos, para decirte que a ti te debo tres cosas muy importantes: mi amor
por el fútbol (que, como sabes, es el más hermoso de los deportes), mi calidad
de seguidor convencido e irrevocable del Atlético Nacional y mi admiración ilimitada
por quienes en el fútbol eligieron la posición más difícil, que es la de ser el
custodio de las porterías y hacen lo
humanamente posible, y a veces también lo imposible, para evitar que el caprichoso
balón atraviese total y rigurosamente la raya de gol.
En 1972 yo gozaba de la inocencia de mis ocho años y el fútbol para mí no era más que la pequeña pelota que armábamos en casa con los calcetines que le hurtábamos a mi papá y con la que nos divertíamos hasta el cansancio. En mi caso, no me interesaban los campeonatos internacionales ni los encantos del fútbol nacional. Nuestra pequeña pelota de trapo era la única diversión.
Después me enteré que existían Millonarios y Santa Fe, los equipos
por los que suspiraban mis hermanos mayores y Junior, por el cual se volvían locos
nuestros vecinos barranquilleros.
Poco a poco, a través de la radio me enteré de que existían otros equipos, entre ellos uno que comenzó a llamarme la atención: Atlético Nacional. Creo que esa larga historia de amor se inició en noviembre de ese año cuando los relatores narraron una impresionante hazaña tuya: atajarle una pena máxima a Adolfo “El Rifle” Andrade. ¿Te acuerdas? ¡Al Rifle!, ese extraordinario jugador a quien apodaban de esa manera por la potencia de sus disparos.
Fue un momento de gran tensión
en el que todos pensábamos que iba a ser gol pero, cuando escuchamos al
enloquecido locutor narrando tu hazaña, supimos que para contrarrestar el
poderío de un buen Rifle existía la
solución elástica y segura llamada Raúl Navarro.
Después de haberme enamorado de Nacional investigué un poco
más sobre sus colores, su escudo y su historia.
Por cuenta de ésta última supe que el equipo no había ganado un título
en los últimos diecinueve años. Pero todo eso cambiaría pronto, al menos era la
esperanza del nuevo seguidor.
Partido tras partido crecía mi entusiasmo por el equipo,
pero sobre todo mi afecto por el héroe melenudo, ágil y atlético que protegía a
nuestro equipo de los fieros disparos de Jorge Ramón Cáceres; de las geniales incursiones de Alejandro
Brand; de la zurda con potencia recargada de Ponciano Castro; de las ágiles
llegadas de Willigton Ortiz…en fin yo soñaba que tus actuaciones nos llevarían
muy cerca del cielo del fútbol de donde bajaríamos una estrella para adornar nuestro
escudo y la hazaña finalmente fue lograda en ese maravilloso 1.973 y ratificada más tarde en 1.976.
Después de tu retiro del fútbol supe poco de ti, pero mi corazón palpitó de una forma especial cuando supe que vendrías a nuestra tierra como director técnico de un equipo de Montería participante en la Primera C.
Tuve la dicha de estrechar tu
mano y me sentí recargado de grandes
energías; la verdad, no sabía cómo dimensionar el momento y la felicidad de
conocer a mi héroe de la infancia, al argentino que abrazó la ciudadanía de mi
patria, al hombre que jamás dio como
perdido un balón, así tuviera que lanzarse contra un bosque de fornidas piernas
para adueñarse de ese objeto redondo que por ningún motivo podía profanar la
valla de su equipo.
Hace unos días el reloj de tu vida marcó los 79 años, de
los muchos que Dios en su infinita misericordia tiene reservados para ti, y por
tu mente pasarán recuerdos dignos de ser enmarcados en la galería de la
memoria, como las veces en que fuiste la figura del partido; otros, tan
importantes que deberían esculpirse con cincel en el muro de las hazañas
humanas como los penales atajados a “La Fiera” Cáceres, “Pipico” Dos Santos,
Pla, Valiente, Willington, Troncone, Irigoyen, Beltrán y Álvaro Muñoz
Castro.
Mereciste más, mi amigo. Más títulos, más reconocimientos,
más convocatorias a la Selección y más figuración internacional. Pero la vida
te dio todo, una hermosa familia, gente que te quiere y no te olvida y amigos
anónimos como yo que te deben su amor al fútbol, su condición de seguidor del
equipo amado y su profundo respeto por quienes custodian la portería, el umbral
sagrado del fútbol.
Gracias mi buen amigo, gracias por tanto.
Atentamente,
Alejandro Rutto Martínez
Maicao-Guajira-Colombia
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