Escrito por: Mirollav Kesien
Leer Las historias de Beruski parte 7
¿Una luciérnaga?, se preguntó a sí
mismo. Si fuera una luciérnaga entonces no volaría sobre el océano sino sobre
la tierra.
¿Y si hubiera tierra cerca de donde
estaba?
Era casi imposible que así fuera,
se dijo, pero… ¿y esa luz, entonces de dónde provenía?
Si esa luz era real, si existía más
allá de los límites de su imaginación sólo podía provenir de alguna costa o de
una embarcación y, cualquiera de esas dos posibilidades era mejor que la de
estar en medio del océano aferrado a la sustancia volátil de la nada, sin
esperanzas y condenado a ser vencido por el cansancio, los calambres, la
debilidad y la desesperación.
Respiró profundo, permaneció
completamente inmóvil durante algunos minutos y luego se decidió a nadar hacia
el lugar desconocido en donde había visto la luz que ahora no podía encontrar
en el oscuro horizonte. Se dijo a sí mismo que no perdería nada pues le daba
igual morir en un lugar o en otro. Llegó a la conclusión de que si iba a
desfallecer lo haría luchando por su vida.
Se revistió de las pocas fuerzas
que le quedaban y emprendió su lucha contra las aguas embravecidas, de vez en
cuando se detenía a navegar aferrado a alguno de los numerosos peñascos que se
le aparecían como obstáculo pero también como pequeños puntos intermedios en
los cuales podía descansar.
Avanzó y avanzó aunque no llegaba a
ninguna parte. Tal vez su esfuerzo era
en vano y hubiera sido mejor permanecer en donde estaba antes de haberle creído
a la supuesta luz que le coqueteaba desde la supuesta playa que había resultado
ser una luz que lo engañaba desde la orilla de ninguna parte.
Se concentró para mirar de nuevo
hacia la dirección en que había creído ver la luz. Miró a la izquierda, se
detuvo en el centro y luego a la derecha. Iba a seguir en su observación, pero
sintió en la espalda el fuerte golpe de una ola con una potencia superior a
todas sus fuerzas.
Sintió que una fuerza apocalíptica,
la mayor con la que se hubiera enfrentado, lo arrastraba hacia el final de su
vida, sus pulmones no encontraban el oxígeno necesario para poder sobrevivir y
sus brazos cansados no encontraban dónde aferrarse.
Tanto esfuerzo y dolor, tanta lucha
contra las fuerzas de la naturaleza le hicieron perder el conocimiento.
Horas después abrió de nuevo sus
ojos, se movió con dificultad y se dispuso a nadar de nuevo, pero no sentía el
agua del mar. Abrió bien los ojos y observó que el sol del nuevo día comenzaba
a derramar sus auroras sobre su magullada humanidad. Y el agua había
desaparecido por una sencilla razón: ahora se encontraba en la una solitaria
playa de algún lugar del mundo.
Trató de incorporarse pero decidió
permanecer postrado. No sabía cómo darle gracias al Creador pero se mantuvo de
rodillas cierto tiempo. De su boca salía una sola palabra repetida numerosas
veces:
-Gracias, gracias, gracias, gracias
Miró a lo lejos y pudo observar
pequeñas embarcaciones amarradas con firmeza a un árbol. De algo podía estar
seguro: no estaba en una isla solitaria. Al amanecer se dio cuenta de que en la
playa había huellas e indicios de que los seres humanos acostumbraban a pasar
por ese lugar.
Celebró que estaba con vida y en un
lugar donde encontraría a otros seres humanos que tal vez podrían ayudarlo.
Lo que vio a continuación le
preocupó y lo llevó al estado de máxima
alerta y de nuevo le hizo caer en un dilema: mantenerse en donde estaba o
alejarse a toda prisa.
¿Qué era lo que sus ojos veían?
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