Escrito por: Alejandro Rutto Martínez
Es el 16 de julio de 1.998 y el reloj metálico de tablero
azul que llevo en mi mano izquierda señala las 9 de la mañana. El país se alista para la posesión de Andrés Pastrana,
quien ha ganado las elecciones a Horacio Serpa gracias a que ha prometido
lograr la paz con las FARC; los franceses celebran su primer campeonato del
mundo, tras vencer a Brasil por 3-0 en París. En nuestro pueblo la gente está
enloquecida con la moda de los recién llegados teléfonos celulares, unos aparatos gigantes y costosos que
se han convertido en símbolo de prestigio social; y como buena noticia, se ha
iniciado la construcción del nuevo centro del Sena en la salida a Riohacha, el
que remplazará al querido pero pequeño edificio situado en la calle 9 con
carrera 1b del barrio Libertador. La empresa Telemaicao ha anunciado que en
pocos días los usuarios disfrutarán de un nuevo servicio que se llama internet,
de cual nadie sabe muy bien qué cosa es, pero según los ingenieros de la
empresa, está destinado a cambiar el mundo.
Miro de nuevo mi reloj de pulsera y éste marca las 9:30. La
familia está reunida en una sala de espera contigua a la sala de partos del
viejo Hospital San José en el Barrio el Carmen. Mi mamá y mis hermanos
respondieron al anuncio que les hice una hora antes y todos están a mi lado
para acompañarme en uno de los sucesos más importantes de mi vida: el
nacimiento de mi tercer descendiente. Soy un feliz padre de dos hermosas niñas,
de manera que en mis constantes diálogos con el Cielo he sido insistente en que
deseo un varoncito, que se llamará Ernesto como su abuelo.
Hace unas semanas estuvimos donde el
ginecólogo quien nos dijo que la criatura gozaba de buena salud, pero se negaba
rotundamente a mostrar su sexo. A él, según su experiencia, le parecía que se
trataba de una niña. Con esta noticia
mis conversaciones con la autoridad celestial se volvieron mucho más frecuentes
e intensas. Por lo menos cinco veces al día tomaba la línea directa de la
oración y le daba gracias al Padre Eterno por la bella familia que me había
regalado y por la salud de quien venía en camino. Y terminaba recordándole mi
deseo de ser padre, por primera vez, de un varoncito.
Mis hermanos, ocupados como estaban en arreglar el mundo no
se habían dado cuenta la ansiedad en la que yo me encontraba. Mi mamá los
ayudaba en esa dura tarea de cambiar las cosas malas de esos tiempos y tampoco
se preocupaba mucho por mí. Mi esposa y
mi suegra estaban al otro lado de la puerta color crema y ninguna de las dos daba
señales de vida.
Los minutos pasaban al ritmo frenético de la sirena de una ambulancia.
Y por si se me olvidaba que estábamos en el hospital muy pronto lo recordaría
por el olor a piso recién lavado con
desinfectante y el ir y venir de médicos y enfermeras enfundados en sus batas
blancas. No muy lejos de donde estábamos se escuchaba la música a todo timbal y
los cohetes que estallaban cerca de las nubes para darle colorido a la
celebración de la virgen del Carmen, la más taquillera de todas las vírgenes de
la iglesia.
Mis amigos más cercanos y la familia me habían instruido para
que recibiera con amor al nuevo miembro de la familia. Conocedor de sus
intenciones de consolarme por anticipado por si la naturaleza deseaba hacerme
la jugada de hacerme papá de otra hermosa niña, les respondía que no se preocuparan,
que yo sabía aceptar la voluntad Superior. Pero en el fondo seguía confiando en
mis buenas relaciones con el Dueño de la fábrica de bebés que existe allá en el
cielo.
Son las 9:45 de la mañana y lo que más deseo es recibir
noticias de lo que está pasando allá adentro. A esa hora llegó mi hermano Rafa,
el único que faltaba y a quien más le costó convencer al portero de que era
miembro de la familia. Estaba despeinado, con una barba de tres días y calzaba
un zapato de color marrón y otro de color negro. Con esa facha, faltó poco para
que los vecinos le dieran limosnas.
A las 9.48 de la mañana pasó un camillero a quien conocía de
los tiempos gloriosos en que el Deportivo Maicao era capaz de congregar a toda
la ciudad en una tarde de fútbol dominical. Casi me arrodillo delante de él
para que me diera por lo menos una noticia de la sala de partos. Me saludó con afecto y ya iniciaba una amena
conversación sobre un golazo que Efrén Fierro le hiciera 14 años ante al
Sporting de Barranquilla, pero lo interrumpí abruptamente. Le dije que otro día
hablábamos de eso, que se colara en esa misteriosa sala y averiguara lo que
estaba sucediendo. Tuve que prometerle que después continuábamos la
conversación y que le regalaría una grabación de ese gol en la voz de Luis
Octavio Cruz, el mejor narrador de fútbol de La Guajira.
El hombre se perdió en medio de las batas blancas y entonces
sí comenzó la desesperación. Un minuto, dos, tres…y nada que regresaba. Finalmente se abrió la bendita puerta y
apareció él, el camillero fanático del fútbol me puso la mano en el hombro, me
miró a los ojos…guardó silencio durante cinco eternos segundos…y luego, en vez
de darme una respuesta, me hizo una pregunta, y luego otra y otra más:
- ¿Usted cuántos hijos tiene?
- Dos, le respondí
- ¿Y de qué sexo son?
- Niñas, le respondí, con la voz mientras las manos le hacían
señales de que se apurara en la respuesta
-El hombre me quitó las manos de los hombros y me abrazó.
Felicitaciones, me dijo, ¡¡¡acaba de nacer su primer varón!!!
No sabía qué hacer en ese momento, quise arrodillarme y dar
gracias al cielo, pero la algarabía de la familia me lo impidió. Ellos hicieron
una pausa en las remembranzas del Maicao de antes y de la Riohacha de sus
nostalgias para escuchar al camillero y cuando éste me dio la noticia, se
abalanzaron sobre mí como si acabara de hacer el gol para ganar el campeonato mundial
de fútbol.
Minutos después apareció el doctor Carmelo Fuentes, quien
había tenido a su cargo el acompañamiento médico y un poco después la abuela
blanca con el hermoso y robusto niño en sus brazos quien con su llanto nos
decía que sus pulmones estaban en perfecto estado.
Razón en felicitarme con tanto ruido quienes así lo hicieron
porque un trofeo de cualquier competencia se oxida, se desarma o se pierde
después de 21 años. Pero mi hijo Ernesto creció sano, hermoso y fuerte y me ha
dado más alegría que todos los goles y todas las medallas juntas.
Posdata. Elon Ernesto Rutto diálogo sobre fútbol con el
camillero se dio un poco más adelante en medio de la prisa porque los dos
llegábamos tarde a ver un partido de fútbol en el estadio Hernando Urrea. Con
quien sí hablo de este deporte todos los días es con Ernesto, el varoncito que
tanto le pedí a Dios y que hoy está de cumpleaños. Me heredó la costumbre de
vibrar y sufrir por las Selecciones de Colombia e Italia y por Nacional y
Juventus. Y hasta la pasión de escribir sobre fútbol parece que la llevara en
la sangre.
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