Escrito por: Alejandro Rutto Martínez
El ser
humano se ha caracterizado por el hacer: desde las más remotas etapas de la
historia lo suyo ha sido el ejercicio práctico de actividades que le
permitieron subsistir y sobrevivir pese a los embates de la naturaleza y las
amenazas de animales cuya fuerza y poderío lo amenazaban a él y a su familia. La necesidad de obtener alimento, protegerse
del clima y defenderse de otros seres, lo llevó a ejercer actividades prácticas
como cazar, pescar, atacar, huir, trepar, correr. Todo lo anterior iba
conformando desde la génesis de la historia la praxis de la vida, es decir la
praxis social que, por supuesto, evolucionó con el desarrollo del tiempo y los
cambios de pensamiento y de acción de la humanidad
Dentro de
la praxis social está la praxis educativa, relacionada con la forma en que la
sociedad ha sistematizado su conocimiento
para después compartirlo con las actuales y futuras generaciones. Lo que se hace, lo que se comprueba, lo que
es validado como posible y como eficiente va formando el bagaje de
conocimientos útiles que le permiten al
hombre movilizarse hacia estadios.
La praxis
educativa simplemente ocurre. Su única exigencia consiste en que estemos vivos
y nuestros sentidos estén en condiciones de percibir el entorno para que la razón pueda discernir y escoger
aquello que sea más útil y se adapte a las necesidades del momento o del
futuro.
El tema
ha motivado que una gran variedad de autores se dediquen a estudiarlo y de ese
estudio proceden respetables opiniones como las de Paulo Freire quien propicia
la praxis en la enseñanza para
liberar al hombre, que es producto de su realidad socio-histórica y aboga por
un proceso que involucre al educando y lo haga partícipe de la transformación
de su realidad, a la que debe aprender a problematizar, y a hallar soluciones.
Parte
del debate ha girado alrededor de la controversia sobre la importancia, la
utilidad y la prevalencia de la reflexión o de la praxis. Lo anterior nos lleva
de manera obligatoria a pensar en la pregunta sobre la dicotomía contenida en
el interrogante ¿es más importante la praxis o la teoría?
Para
un campesino siempre será más importante cortar la hierba y los matorrales,
aunque no sepa ni la familia, ni la especie, el género o los subgéneros a los
que pertenecen y tampoco se preocupará demasiado por la información científica
acerca del ñame o la yuca que se dispone a cultivar. Lo mismo puede pasarle a un conductor en la
carretera sometido a la ley de la inercia que posiblemente no conoce y obligado
a hacer cálculos respecto a velocidad, tiempo y distancia, sin haber asistido a
clases de matemáticas ni de física. O el
futbolista que de manera empírica ha aprendido a aprovechar la dirección del
viento para darle la dirección deseada
al balón que desea anidar en la portería del equipo rival.
Sin
embargo, el devenir de la historia ha demostrado que la teoría y la praxis
tiene un punto de encuentro en los saberes: no se puede construir saber si no
hay reflexión, pero la reflexión encuentra su mejor cimentación en la práctica
desde la cual puede teorizar, formular hipótesis y descubrir o validar nuevos
conocimientos.
Lo
anterior nos lleva a descartar la frase anónima colgada en el ancho tablero de
internet según la cual: “Teoría es cuando
se sabe todo y nada funciona; praxis cuando todo funciona y nadie sabe por qué”
Para María Soledad García, en su artículo La praxis educativa, “Como práctica social, la Educación consiste en la formación del Hombre dentro y fuera del ámbito escolar. Educar es un hecho; y como tal implica responsabilidad y compromiso con lo que se hace.”
Respecto
a la práctica educativa esta tiene que ver con un proceso intencionado,
sistematizado y apegado a una filosofía y un modo de ver el mundo.
Según
Cecilia Fierro la práctica educativa es una praxis social objetiva e
intencional en la que intervienen los significados, las percepciones y las
acciones de los agentes implicados en el proceso.
A la
luz de lo anterior el quehacer educativo va más allá de la aplicación de
técnicas de enseñanza. Por el contrario, es una acción de cierta
complejidad e intencionada que impacta
varios aspectos entre los que Cecilia Fierro destaca como dimensión personal,
impersonal, institucional, social, didáctica y valoral.
La
práctica educativa es, pues, un acto, o mejor, una serie de actos encadenados
que conducen al desarrollo personal, académico, ético y profesional de los individuos. .
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