""Lucho por una educación que nos enseñe a pensar y no por una educación que nos enseñe a obedecer". Paulo Freire
He sostenido siempre que el acto educativo es
uno de elementos básicos para que la persona camine de prisa detrás de la
utopía que seguramente nunca podrá alcanzar pero que, en atención a Galeano, le
permitirá moverse siempre adelante.
No creo que la educación esté obligada a
cumplir con una labor mesiánica de salvar a la humanidad pero sí es un camino
seguro para motivarla y ayudarla a seguir un camino a través del cual
encontrará su propio goce y se aproximará a la construcción de los sueños
individuales y colectivos.
Sin embargo, creo que la educación,
en cierto sentido, es una herramienta, y como tal puede ser utilizada por el
dueño de ésta tanto para bien como para mal. Para bien porque sirve para
que el individuo sea desafiado y en medio del desafío que la vida le plantea
pueda llegar a la búsqueda de la felicidad.
La educación puede hacer que
el campesino sea un buen ingeniero agrónomo en el futuro; y conseguir que el
niño que soñaba con ser piloto, pueda, algún día, por lo menos montarse en
avión en condición de pasajeros; y también puede hacer que la niña traviesa y
vivaracha que en la soledad de su aldea sueña con ser doctora para curar a sus
abuelitos, al fin llegue a vestir la bata blanca de médico y trabajar en el
aséptico hospital de la gran ciudad. Y también puede ser utilizada para
bien porque en los procesos de mediación pedagógica el maestro y el estudiante
pueden reconocerse como integrantes de un mismo contexto social en
la que juntos habrán de construir procesos de cambio.
La educación es uno de los
medios que existe para conocer, saber y aprender, y le sirve a las comunidades
para sistematizar su acervo cultural y sus tradiciones y garantizar la
prolongación de su existencia.
Sin embargo, la educación puede
ser también un medio de manipulación y de sometimiento a las clases
populares y vulnerables para que éstas continúen, sin derecho a la protesta, en
la situación de exclusión a la que han sido sometidas durante los cinco siglos
subsiguientes a la llegada de los europeos a lo que hoy es Iberoamérica.
La educación es parte de la artillería pesada utilizada por el establecimiento
para lograr sus fines y garantizar su solidez y perpetuarse como lo único bueno
y aceptable para la sociedad.
La educación popular está
llamada a romper con el paradigma de que lo que existe y como existe es lo
mejor. Su función es ayudar a descorrer el velo de la ignorancia y no de
cualquier ignorancia como la de no saber que 2 +2 son 4, sino la ignorancia de
saber que nos están destruyendo el medio ambiente del cual dependemos, que nos
están cambiando la cultura que nos hizo fuerte, que nos están metiendo en
una forma de vida en
el que las cosas son más importantes que las personas y en que el arte popular
debe doblegarse ante el poder arrollador de la cultura foránea.
La educación popular tiene el
reto de educar personas
pensantes, que no se compran ni se vendan por un pedazo de pan ni por un millón
de monedas de oro y tiene también el compromiso sagrado de llevarnos por el
camino de la emancipación social, y comprender a Eduardo Galeano cuando nos
invitó a ser desobedientes cada vez que recibimos órdenes que humillan nuestra
conciencia o violan nuestro sentido común.
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