Biografías

sábado, 12 de agosto de 2017

La revolución de las conciencias

Escrito por: Alejandro Rutto Martínez 
Alexis Carrel:   “Es imposible educar niños al por mayor; la escuela no puede ser el sustitutivo de la educación individual.” 
La escuela, en términos generales, es uno de los entes más reacios al cambio en 2000 años de historia, cuando los maestros enseñaban a los estudiantes a través de la lectura de algunos documentos o de lo que los maestros sabían y los estudiantes no. El apóstol Pablo escribe en el libro de los hechos: "Yo soy judío, nacido en Tarso de Cilicia, pero criado en esta ciudad, educado bajo Gamaliel en estricta conformidad a la ley de nuestros padres, siendo tan celoso de Dios como todos vosotros lo sois hoy."  (Hechos 22:3). En nuestros tiempos la escuela cree aún en el maestro que comparte sus conocimientos, que enseña y procura hacer mejores a sus estudiantes. ¿Qué ha cambiado?
Sería injusto decir que nada ha cambiado. Se mantienen algunos aspectos como la ubicación de los muebles, la rígida disciplina, el vehemente mandato de homogeneizar a los estudiantes bajo el falso entendido de que todos son iguales y aprenden de la misma manera y la estigmatización y reprobación de aquellos que no son capaces de responder como el sistema quiere que respondan. 
En cierto sentido,  el sistema educativo sigue insistiendo en la estéril labor de lograr que los peces trepen a los árboles cuando se hicieron para ser felices y nadar con libertad y sabiduría en las aguas turbulentas de un río furioso o en el cálido lecho marino de las profundidades inexploradas o en las tranquilas aguas de un hermoso lago rodeado de plácidas colinas tapizadas de verde por el pincel de la primavera. 
A lo largo de los años la sociedad ha aplaudido a la escuela por su loable labor de transformar la vida de las personas pero no son pocas las voces que se han levantado también para cuestionar su papel, y, sobre todo, el modus operandis que adoptó, importado desde las enloquecidas fábricas nacidas en el corazón de la Revolución Industrial, y cuya labor consistía ( y consiste aún) en producir de manera automática miles de artículos ( en algunos casos millones) con las mismas características y de acuerdo con los mismos estándares de producción. 
El escritor, conferencista y escritor británico Ken Robinson retó a los modelos educativos a reinventarse cuando afirmó que:  “La educación es la culpable, casi siempre, de desviar a la gente de sus talentos” 
No es extraña no novedosa esta afirmación. Séneca, mucho antes lo había dicho de otra manera: “No aprendemos gracias a la escuela, sino gracias a la vida.”    Pero aún más duros fueron Einstein y Mark Twain, reconocidos el uno como el mejor físico del siglo XX y el segundo como una de las plumas más prolíficas de los Estados Unidos. El primero manifestó que la educación es lo que queda después de olvidar lo que se ha aprendido en la escuela; el segundo fue más allá cuando afirmó: "“Nunca he permitido que la escuela entorpeciese mi educación.” 
Después de leer lo anterior, ¿Qué deberíamos hacer? ¿Cerrar las escuelas y dejar que cada quién se las arregle como pueda para educar a sus hijos?  Por supuesto que no. 
Lo que se necesita es una escuela dispuesta a reinventarse cada día y ajustarse a las necesidades cambiantes de la sociedad. Necesitamos que se considere a cada niño como un proyecto individual, promisorio, poderoso y en ese sentido apoyarlo, impulsarlo, protegerlo y ayudarlo a llegar al puerto seguro de su destino como hombre de bien y de servicio para su entorno. 
No es posible que haya más facultades de educación y nada  cambie. No es posible que los docentes se gradúen en maestrías y doctorados en los que les enseñan nuevos métodos, metodologías y modelos y les abran los ojos sobre lo dinosáurico que era el modelo anterior y, cuando lleguen a sus clases, después de celebrar ruidosamente su nuevo título, vuelvan a hacer lo mismo que hacían antes: de la misma forma, a la misma hora y con los mismos actores. 
Necesitamos una revolución de los currículos, pero, sobre todo, una revolución de las conciencias. Necesitamos comprender que la educación tiene un deber sagrado de tomar el duro y rudimentario barro humano para convertirlo en el bello y atractivo objeto cuya reluciente imagen inspirará a la sociedad a descubrirse y redescubrirse para conseguir el fin de elaborar la fina filigrana del bienestar y la felicidad de la familia universal. 

En otras palabras, la escuela debe mirar hacia la sabiduría africana y aprender del noble pueblo de ese continente indómito: "Para educar a un niño hace falta la tribu entera"

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