Escrito por: Alejandro Rutto Martínez
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Parafraseando la canción: "Tan bueno y tan noble como era Eduardo, y la muerte infame me lo arrebató"
Eduardo Pinto Viloria fue uno de esos jóvenes guajiros que vio en la educación la posibilidad de superarse y ser cada día mejor.
A corta edad había la despiadada violencia que azotó a los pueblos de La Guajira en los años 90 le había arrebatado a Eduardo "Lalo" Pinto, su padre.
Él era un líder cívico y comunitario, a quien los votos de sus coterráneos habían llevado al concejo municipal de Maicao.
En esos tiempos Maicao, Cuestecitas, Albania y Los Remedios, hacían parte de un solo municipio: Maicao.
La mamá y los tíos de Eduardo sabían que el muchacho estaba para grandes cosas e hicieron los esfuerzos necesarios para ayudarlo en sus estudios.
Y lo lograron. El muchacho pasó con honores por el bachillerato y la universidad.
Y regresó a su pueblo con su diploma de médico, un cúmulo de amistades y el deseo de especializarse en medicina forense.
El hospital San José de Maicao fue una de sus primeras escalas en su camino profesional. En el principal centro hospitalario de la frontera.
Sus diagnósticos certeros, su carisma y su caballerosidad fueron el medio que Dios utilizó para obsequiarle la amistad de sus compañeros y pacientes.
Sus diagnósticos certeros, su carisma y su caballerosidad fueron el medio que Dios utilizó para obsequiarle la amistad de sus compañeros y pacientes.
Una vez formado como médico forense fue Maicao la ciudad en donde comenzó su nueva etapa. Aquí se inició como director local de Medicina Legal por un tiempo, hasta cuando fue ascendido como Director en el departamento de La Guajira.
Se trasladó a Riohacha y de nuevo tiene un ejercicio profesional brillante. En la capital de La Guajira se convierte en defensor de los derechos de la mujer y activista contra la violencia de género y el maltrato infantil.
En varios foros y seminarios se destacó por su discurso firme, certero y bien documentado a favor de los más vulnerables.
En varios foros y seminarios se destacó por su discurso firme, certero y bien documentado a favor de los más vulnerables.
Los reconocimientos a su labor fueron permanentes y esto le valió un nuevo ascenso:; fue nombrado Director de Medicina Legal en la Regional Norte.
De nuevo brilló como un profesional talentoso, siempre al servicio de la comunidad y con una gran claridad respecto a los principios y valores que siempre defendió.
¿Hasta dónde llegaría esa carrera ascendente? Esa era la pregunta que sus conocidos se hacían, pues alos méritos y las aspiraciones de Eduardo Pinto Viloria eran las de un hombre que luchaba por ser cada día mejor.
La pregunta quedó sin respuesta. Llegó hasta donde lo permitió la sabia voluntad de Dios, el noble Creador que en los próximos días abrigará a la familia con su consuelo y compañía.
Posdata: Es 6 de mayo y casi todo el pueblo ha dedicado el día a las honras fúnebres de su hijo ilustre.
Bajo un sol abrasador de de casi 40 grados de temperatura han ido a la casa de Rebeca Viloria, la inconsolable madre, en el barrio 1o. de mayo; han caminado hacia la sede de Medicina Legal en donde sus compañeros tienen una bata blanca y un nudo en la garganta; han ido hasta la iglesia San José en donde el sacerdote ha intentado explicar los misterios de la muerte y se han escuchado los discursos emocionados de quienes lo conocieron mejor, especialmente Hilbert Pinto, su tío Hilbert presidente de la asamblea y se han leído los decretos de homenaje póstumo; han llegado a la casa de la abuela, quien había pedido que se lo llevaran por última vez, para verlo de cerca como cuando era un bebé y le sonreía con ternura.
Y lo han acompañado por fin hasta el cementerio en donde sus restos permanecerán para siempre.
En la tarde el sol calcinante se ocultó y el cielo estuvo tupido de gris. Un poco después no pudo resistir más y comenzó a llorar, como lloraba la madre desconsolada, las tías desconcertadas y el pueblo lleno de dolor.
Mientras las gruesas gotas de agua golpeaban con fuerza la copa de los árboles a lo lejos, desde una vieja casa del barrio se escuchaban, como fantasmas sonoras, las notas melancólicas de una vieja canción:
"Tan bueno y tan noble como era mi Eduardo, y la muerte infame me lo arrebató"
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