Escrito por: Abel Medina Sierra
En el mundo postmoderno de la música y las implacables lógicas del
mercado, no todo lo que suena viene de la fuente que se nos presenta.
Difícil olvidar el vergonzoso capítulo de los famosos Milli Vanilli, el dúo de
pop conformado por los bailarines Fabrice Morvan y Rob Pilatus, quienes a
finales de los 80’ vendieron unos 7 millones de discos y hasta alcanzaron a
ganar un Grammy.
Estos apuestos afrodescendientes, de la mano del
productor alemán Frank Farian, tramarían el mayor fraude en la historia de la
música: ellos aparecían como los intérpretes pero serían los cantantes
Charles Shaw, John Davis y Brad Howell quienes en realidad grabarían las
canciones.
Lo anterior tenía una lógica para Farian: los cantantes nos tenían
“presencia escénica marqueteable”, la que le sobraba a los bailarines.
Para las presentaciones en vivo se acudía al llamado playback, que consiste
en reproducir una pista y ellos solo simulaban cantar. Pero en 1988, en una
presentación en vivo para la cadena MTV prácticamente “el disco se rayó” Y
los Milli Vanilli tuvieron que correr al camerino pues no tenían voz para suplir
la falla técnica.
De allí vino el acoso de la prensa y la careta se cayó, Morvan y
Pilatus tuvieron que reconocer la farsa en 1990.
En el caso del vallenato no es que hayamos tenido un caso que por allí se le
acerque al sonado escándalo mencionado.
Pero tampoco está exento de los
fraudes y de algunos que caso, que sin ser del todo fraudulento, atribuyen
una obra o una interpretación a una persona muy distinta a la que en
realidad la hizo. En el ámbito donde más ocurre es el de las composiciones.
Bien se sabe que por compromisos de exclusividad con el sello Codiscos,
Leandro Díaz debió registrar a nombre de su ya extinto hijo, Óscar Díaz,
varias de sus canciones, entre ellas como “Dónde”.
Que “El tropezón” no
aparece a nombre de Adolfo Pacheco sino de su señora esposa.
También existe el caso de personas que aparecen como autores de varias
canciones y el título de compositores si haber compuesto nunca una pieza
musical como el caso de los ya fallecidos Lácides Redondo y Tulio Villalobos
Támara. Estas personas, por su influencia recibieron varios “regalitos” de los
compositores de moda como “Mi hija de vida”, grababa por Los Betos, de
Rafael Manjarréz que se la cedió a Villalobos y “Alma viajera”, grabada por
los Zuleta, y cedida por Julio Oñate Martínez a Redondo.
Otro caso es el de los acordeoneros. En varias producciones aparece en los
créditos un nombre y en realidad quien grabó fue otro músico. En las
grabaciones de las Diosas del Vallenato con la voz de Patricia Teherán,
aparecía en la portada y créditos Maribel Cortina pero en realidad era Omar
Geles quien tocaba en la grabación.
El mismo Geles grabó en la primera
producción de Adriana Lucía pero los créditos fueron para Gustavo Babilonia
que ni el estudio se asomó. El un álbum de Yoye Cotes aparece como
acordeonero Rubén Rodríguez pero fue Rolando Ochoa quien tocó; en el de
Ciro López con Edward Ramos quien grabó fue el hermano de éste,
Chemita Ramos, quien no podía aparecer porque tenía exclusividad con otro
sello.
También es conocido por algunos que en una producción de Carlos
Cotes grabó Jhonny Gámez pero quien se llevó los créditos fue Beto Molina y
de Sergio Guzmán en el que toca el mismo Gámez pero aparece en la portada
Osmel Meriño quien apenas grabó una sola canción: “Limeña”.
En lo que respecta al canto, estos casos son muy raros pues es difícil hacerlos
pasar desapercibido. Pero muchos no cayeron en cuenta que en la canción
“Con calma y paciencia” grabada en el álbum “Listo pa´la foto”, parte de la
canción es cantada por su hijo Martín Elías. A ese mismo recurso acude la
disquera Sony y los herederos de Diomedes Díaz en su desaforado afán de
seguir explotando, aunque esté muerto, esa mina de plata que fue el
Cacique de la Junta.
Aunque en los créditos aparecen sus hijos Rafael Santos y Martín Elías, para
cualquier persona que no es seguidor fiel de los estilos de estos intérpretes,
pasará desapercibido cuándo qué parte de la canción canta Diomedes y cuál
sus hijos.
En una canción aparece como acordeonero César Ochoa y quien
grabó fue Rolando. Pero eso no es lo peor, en los últimos días se han
escuchado voces de los mismos diomedistas quienes se quejan de un fraude
de enorme dimensiones: en algunas canciones ni siquiera canta Diomedes
sino uno de sus más reconocidos imitadores como lo es “Toño” Cacique
quien es bien renombrado en Santa Marta.
Si esto es así como se viene denunciando, estaríamos en presencia del mayor
fraude en la historia del vallenato y la más vergonzosa afrenta a los miles de
seguidores del Cacique de la Junta.
Parece que no es suficiente que Orlando
Liñán lo anuncien como Diomedes Díaz en los conciertos y que sus hijos
completen sus canciones. Hay que esperar qué se nos viene el afán
desmedido de seguir explotando comercialmente la idolatría por el Cacique
original y de “revivir” su voz.
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