Por: Martín López González*
La Guajira, en especial Riohacha, necesita urgentemente una nueva generación de familias unidas, optimistas y amantes del trabajo, que cimenten en la niñez y juventud un verdadero compromiso de crecimiento para consigo mismo y para con los demás. Una educación integral, uniendo a padres, profesores, alumnos y comunidad en general como actores principales en la formación y consolidación de una identidad cultural colectiva hacia la búsqueda de un sentido de pertenencia.
Al aprovechar que la familia constituye en sí misma un contexto socio- cultural a través del cual llegan a los niños y jóvenes muchas de las actividades y elementos que son característicos de una cultura, se logra que sus mentes se llenen de contenidos y normas de convivencia que les permitan desarrollarse como seres sociales solidarios y tolerantes. Los paradigmas actuales plantean una gran preocupación.
La dinámica de la organización social y familiar de la Riohacha de otros tiempos, cuyos miembros solían tener en común usos y costumbres casi tribales, contrasta con la dispersión actual de principios y valores. En épocas pasadas la “aldea” se comportaba como una sola familia, donde imperaba la unidad y la solidaridad y los jóvenes y niños veían en cualquier mayor otro padre, vigilante de los comportamientos sociales.
En ese medio los padres de familia, en su gran mayoría, eran excelentes ciudadanos formadores de ciudadanos, que sin ningún tipo de miramientos reprendían a cualquier “desconocido” que incumplía la más mínima norma social. Posteriormente averiguaban el linaje y procedencia del implicado, con la consiguiente notificación a los padres biológicos, haciendo el papel de policías cívicos.
Eran los patrones sociales tradicionales arraigados en la moral católica y en los mecanismos de regulación legal lo que permitía que muchos jóvenes siguiéramos las reglas sociales por las buenas, por el deseo de ser un excelente ciudadano. Desde el saludo obligado a todos, en especial a los mayores; la vestimenta, la puntualidad, la auto-prohibición a mentir, la observación del vocabulario usado, la inculcación del estudio y el deporte, el respeto a las tradiciones y a la cultura, formaban un conjunto que hacía brillar o deslucir el comportamiento social esperado.
Presumo, ya que a esto nunca se le hizo una medición cualitativa, que la fuerte autorregulación de los jóvenes provenía, en mayor porcentaje, del deseo de ser un ciudadano ejemplar por satisfacción moral en cumplimiento del sentido de pertenencia social u orgullosa “riohacheridad”. En menor proporción por temor a la culpa o a la vergüenza social. Los mayores seguían un proceso de acondicionamiento conductual, avergonzando a quienes se salían de los cánones de comportamiento civilista y, a la vez, felicitando la rectitud ciudadana que se manifestaba aún en la niñez. Esto influía en el desempeño total de la sociedad.
Los miles de millones de dólares provenientes de USA producto del contrabando de narcóticos a mediados de los setenta del siglo anterior impactaron fuertemente a La Guajira y extravagantemente a Riohacha, donde se desarrolló una fuerte separación entre lo legalmente permitido y los comportamientos cotidianos, culturalmente aceptados.
Desaparecieron casi por completo la ética, la integridad, la responsabilidad, el respeto a las leyes y reglamentos, el respeto por el derecho de los demás ciudadanos, la puntualidad y, sobre todo y lastimosamente, el amor al trabajo. Lo anterior rompió el puente entre el pasado -la generación de los abuelos y anteriores- y las nuevas descendencias. Se alteraron los elementos de enlace entre abuelos, padres e hijos; especialmente los valores que rigen la vida de los miembros de la familia y sirven de inspiración y guía para sus acciones. Así, algunas tradiciones transmitidas inter- generacionalmente, se dispersaron. Más adelante con el desplazamiento geográfico de miles de personas a Riohacha, atraídos por la alucinación económica, el panorama se hizo más complejo, confuso y diverso.
No ha habido aún, treinta años después, un intento serio en tratar de reconstruir este puente roto en lo relacionado con aumentar el cumplimiento de normas de convivencia y la resolución pacífica de conflictos. Muchos de los Alcaldes que hemos tenido ni siquiera son conscientes de esta situación. La que ha venido de mal en peor, llegando a niveles extremos, haciendo invivible la ciudad. Más tarde, será más triste. Para hacer de Riohacha una mejor ciudad hay que comenzar por allí. Sin esto, no hay Nueva Riohacha, desafortunadamente.
*Psicólogo Social
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