Por: Alejandro Rutto Martínez
Quiero que mis amigos sepan que estoy de verdad triste en este día. La partida de David Sánchez Juliao me tomó de sorpresa como a todos en este país y, por supuesto, me conmovió. Me conmovió como lector de sus obras, como oyente casi fanático de El Flecha, El Pachanga y Abraham All Humor, pero, sobre todo como amigo que fui de este intelectual cuya voz de locutor de noticias, su barba de patriarca oriental y sus ocurrencias de hombre Caribe a carta cabal, marcó una época en la literatura colombiana.
Lamento profundamente su inesperada partida, pues jamás hubiera sospechado que tendría que marcharse a una edad en la que aún tenía tantos libros que escribir, películas que rodar y manos que estrechar en un país en donde fue genio y figura tanto entre quienes lo querían como entre quienes leían con desconfianza sus textos hasta el punto de calificarlo de manera despectiva.
Con cierta frecuencia David era invitado a conferencias y a conversatorios en el departamento de La Guajira. La primera vez que lo vi fue en una de las Ferias del Libro Organizada por el Colegio Colombo Árabe, institución en la que se sintió a gusto, como en su propia casa, por una razón particular: allí se sentía como en su natal Lorica, rodeado por amigos de acento árabe y con ellos participaba en interminables tertulias en las que además hacía uso de sus conocimientos del idioma para intercalar en los diálogos algunas palabras de español y otras en el idioma de sus amigos.
Desde entonces no perdió ninguna oportunidad para venir a este pueblo de la Frontera en donde se sentía tan a gusto. Una vez se le escapó a sus anfitriones en Riohacha y se vino con José Manuel Barros simplemente a sentarse en el Parque Bolívar. Barros me invitó a la tertulia y allí estuve al poco tiempo. Luego nos trasladamos a la terraza del Maicao Juan Hotel y un poco más tarde llegó el médico Gustavo Múnera, a quien llamamos para que hiciera algo por la rodilla izquierda del ilustre visitante, afectada por un dolor más agudo que el que sufría El Flecha en las golpizas que recibía durante su frustrada carrera como boxeador.
Un poco después se esfumó del festival de la Sal y los Flamencos en Manaure y se vino de nuevo, en esta ocasión a la casa de Gustavo Múnera en donde gozamos de su deliciosa charla durante más de dos horas en una legendaria velada caracterizada por las risas los aplausos y, por supuesto, las fotos al lado del ex embajador en la India. Vendría una vez más a una conferencia en la Universidad de La Guajira y a una tertulia en la sede del Cabildo Zenú.
Un día nos sorprendió cuando nos contó que le gustaría radicarse en Maicao, al menos por un tiempo. La verdad que al principio lo tomamos como la cortesía de un buen amigo con una ciudad hospitalaria, pero lo repitió una y otra vez hasta el punto que terminamos por creer que lo estaba pensando en serio. Un día, a través del teléfono, me contó que uno de sus amigos de una importante empresa le había ofrecido un apartamento y que estaba esperando “solucionar unas cosas” para venirse a esta tierra. Yo viví en México un tiempo y de ahí salió ‘Pero sigo siendo el Rey’…quién sabe qué va a salir de mi residencia en esta tierra hermosa de trupíos, cardones y desierto…”
David no alcanzó a cumplir su plan de venirse a Maicao, en donde a veces lo trataban como un árabe más, pero a todos nos quedó la sensación de que él siempre fue un amigo, pero muy buen amigo, de esta tierra maicaera.
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