Por: Alejandro Rutto Martínez
Acabo de cumplir diez años y por primera vez voy a una cancha de fútbol. Me acompañan dos vecinas, de confianza de mis padres. Ellas son madre e hija. La madre con surcos en su rostro muestra el paso despiadado del tiempo. Su hija a pesar de tener solo quince años, también es vieja a mi juicio, pues me lleva media vida de ventaja.
A través de la multitud no logro distinguir quienes son los jugadores. Solo recuerdo a alguien que pasa raudo con la pelota con un uniforme a rayas azules y blancas. ¿Sería del Deportivo Santander? Pasa el fútbol por primera vez en mi vida, pero no por mis ojos que se inundaban del espeso polvo que levantaba la brisa rebelde de esa tarde. ¿También la brisa es rebelde?
En un descuido salgo corriendo escapándome de mis guardianas pero la quinceañera sale tras de mí respirándome en la nuca, así que no soy completamente libre. Hoy pienso que a muchos señores les hubiera gustado ser perseguidos por una mujer de quince, pero ese día no era mi caso.
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En la caminata de regreso, cuando mi perseguidora me trae de vuelta prendida al cuello de mi camisa, un amigo de la casa me invita a un helado beneficiando también a mi perseguidora.
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Cuando nos acercamos la anciana regaña a su hija por creer que había gastado el dinero en helados para ella y para mí. Aún hoy recuerdo su cara de bruja rebelde al sentirse amenazada por la ruina. ¿También las brujas son rebeldes?
Cuando nos acercamos la anciana regaña a su hija por creer que había gastado el dinero en helados para ella y para mí. Aún hoy recuerdo su cara de bruja rebelde al sentirse amenazada por la ruina. ¿También las brujas son rebeldes?
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