Por: Alejandro Rutto Martínez
Maicao es una tierra en donde el amor, de paso hacia el país de la felicidad, hizo una escala supuestamente corta. Pero, una vez cumplido su tiempo, quiso regresar por donde vino, en su tarea sin final de llegar a todos los puertos y de pasar por todos los lugares del mundo conocido. Comenzó a buscar su lugar de retorno y se sorprendió al darse cuenta que no lo encontraba. Siguió en la búsqueda de sus huellas pero aún así siguió como si jamás hubiera ido ni venido de ninguna parte. Pronto comprendió que jamás podría salir de este lugar y se quedó a vivir en él.
En adelante otras personas comenzaron a tener la misma sensación de que era difícil encontrar el camino de regreso y también se quedaron a vivir en esta esquina de la inmensidad.
Desde entonces enamorarse de Maicao es lo normal, para quien pisa este suelo de lodo y piedra y sus calles de arenas y pequeñas piedrecillas formadas con particular simetría por las ondas del tiempo en su trasegar por el infinito mar de la eternidad.
En mi caso particular me enamoré de Maicao por que en su suelo milenario fui traído a la vida y en su mañana incomparable mis pupilas tuvieron su primer feliz encuentro con la hermosa luz dispuesta por Dios para iluminar su obra creadora.
Amo a Maicao por sus vías, derechas y concurridas, en cuyas aceras sembradas de árboles de tupido follaje, ruedan los vestigios de mi infancia feliz y las voces de mis hermanos y mis amigos enfundados en el uniforme raído de alborozados jugadores de fútbol callejero. Porque en tus parques envejecidos vi la primera flor saludable y bella, la primera brizna de césped maravillosamente coloreado de verde por la mano del Pintor del universo.
Amo a esta tierra por sus mil voces con sus mil acentos, pródiga señal de que habito un saliente del mundo en donde nadie es extranjero ni extraño.
Amo a mi tierra maicaera por su sangre mestiza en la cual se han entrelazado el embrión de de todas las razas y se fusiona la historia de varios pueblos comprometidos con su grito emancipador y su deseo de tener un encuentro feliz con su propio destino.
Amo a esta tierra de ensueño y porvenir por su sol radiante capaz de calcinar las piedras y de cuartear el lodo seco de los arroyos agonizantes pero que es incapaz de herir el alma y ni el espíritu de aquellos en cuyo rostro se encuentran las raíces de la vida.
Amo a mi tierra por su gente de todas partes, por sus recuerdos de aquí y de allá, por sus versos alegres, por sus versos melancólicos, por su amor al trabajo, por su afecto al suelo en donde lucha y sueñan en un apasionado idilio nacido en la mañana fresca o en la noche promisoria.
Amo a Maicao, tierra de incesante movimiento desde el eterno manantial del tiempo hasta la aurora vigorosa de su sol encendido en mil colores y de sus trupíos inmersos en el festival interminable de la feliz supervivencia frente a los embates de la adversidad.
Amo a mi tierra por sus mil lugares para satisfacer su interminable sed de reencontrarse con su espíritu y su deseo de rendirle tributo a la vida.
Maicao es una tierra en donde el amor, de paso hacia el país de la felicidad, hizo una escala supuestamente corta. Pero, una vez cumplido su tiempo, quiso regresar por donde vino, en su tarea sin final de llegar a todos los puertos y de pasar por todos los lugares del mundo conocido. Comenzó a buscar su lugar de retorno y se sorprendió al darse cuenta que no lo encontraba. Siguió en la búsqueda de sus huellas pero aún así siguió como si jamás hubiera ido ni venido de ninguna parte. Pronto comprendió que jamás podría salir de este lugar y se quedó a vivir en él.
En adelante otras personas comenzaron a tener la misma sensación de que era difícil encontrar el camino de regreso y también se quedaron a vivir en esta esquina de la inmensidad.
Desde entonces enamorarse de Maicao es lo normal, para quien pisa este suelo de lodo y piedra y sus calles de arenas y pequeñas piedrecillas formadas con particular simetría por las ondas del tiempo en su trasegar por el infinito mar de la eternidad.
En mi caso particular me enamoré de Maicao por que en su suelo milenario fui traído a la vida y en su mañana incomparable mis pupilas tuvieron su primer feliz encuentro con la hermosa luz dispuesta por Dios para iluminar su obra creadora.
Amo a Maicao por sus vías, derechas y concurridas, en cuyas aceras sembradas de árboles de tupido follaje, ruedan los vestigios de mi infancia feliz y las voces de mis hermanos y mis amigos enfundados en el uniforme raído de alborozados jugadores de fútbol callejero. Porque en tus parques envejecidos vi la primera flor saludable y bella, la primera brizna de césped maravillosamente coloreado de verde por la mano del Pintor del universo.
Amo a esta tierra por sus mil voces con sus mil acentos, pródiga señal de que habito un saliente del mundo en donde nadie es extranjero ni extraño.
Amo a mi tierra maicaera por su sangre mestiza en la cual se han entrelazado el embrión de de todas las razas y se fusiona la historia de varios pueblos comprometidos con su grito emancipador y su deseo de tener un encuentro feliz con su propio destino.
Amo a esta tierra de ensueño y porvenir por su sol radiante capaz de calcinar las piedras y de cuartear el lodo seco de los arroyos agonizantes pero que es incapaz de herir el alma y ni el espíritu de aquellos en cuyo rostro se encuentran las raíces de la vida.
Amo a mi tierra por su gente de todas partes, por sus recuerdos de aquí y de allá, por sus versos alegres, por sus versos melancólicos, por su amor al trabajo, por su afecto al suelo en donde lucha y sueñan en un apasionado idilio nacido en la mañana fresca o en la noche promisoria.
Amo a Maicao, tierra de incesante movimiento desde el eterno manantial del tiempo hasta la aurora vigorosa de su sol encendido en mil colores y de sus trupíos inmersos en el festival interminable de la feliz supervivencia frente a los embates de la adversidad.
Amo a mi tierra por sus mil lugares para satisfacer su interminable sed de reencontrarse con su espíritu y su deseo de rendirle tributo a la vida.
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