Por: Martín López González
El guerrerismo en el poder ha sembrado miedo, odio e insensibilidad en la mente de los colombianos. Parece no asombrarnos una fosa común con 2.000 cadáveres, dando muestra de una esquizofrenia social. A esto se suma un doble discurso oficial, unas veces de fogoso lenguaje cuando se refiere a unos actores del conflicto, pero discreto con las atrocidades de los otros. Un niño de doce meses degollado, con el argumento que cuando crezca puede armarse y ser del bando contrario, ya no nos sorprende.
Colombia está ubicado entre los 15 países más violentos del mundo (www.visionofhumanity.org/gpi/results/ranking/2009), acompañados por Irak, Afganistán, Somalia, Israel, Sudan, Zimbabue, Líbano, Corea del Norte, Pakistán, Chad, entre otros. El 92% de los asesinatos no proviene del conflicto armado; son civiles matándose entre sí. Es la inseguridad ciudadana y la violencia cotidiana en una escalada de odio e intolerancia, que aumenta exponencialmente. Una simple discusión por el precio de una carrera de taxi en cualquier ciudad de Colombia puede terminar en agresión física o asesinato.
Tampoco hay extrañeza con la noticia de que el crecimiento económico fue del 0,4% en el 2009; 23,5 millones de colombianos viven en la pobreza y 9,7 en la indigencia; el desempleo formal alcanza el 15%. Así mismo, la desigualdad social (la más alta de América Latina y una de las mayores del mundo) es tan monstruosa que, según informe de la ONU, al distribuir $1.000, el 10% de los hogares más ricos capturarían $500 de este ingreso; mientras el 20% más pobre sólo recibiría $9. Abriéndose de este modo, cada día más esta gran brecha.
A pesar que en las encuestas el clamor nacional es la solución de los problemas que genera el desempleo, la pobreza, los nunca antes vistos niveles de corrupción y la crisis de la salud. Las mismas indagaciones favorecen a quienes ofrecen el lenguaje camorrista de exterminio de la insurgencia narcoterrorista. Un discurso promesero y encantador del 2002 con casi los mismos términos en el 2010. Orquestado por matrices mediáticas nacionales e internacionales con tácticas del miedo que exacerban las aversiones y temores estampados en la memoria colectiva de los colombianos.
Los mismos grandes socios gringos, que otrora dieron medalla a la libertad como premio a la lealtad, a través de su Departamento de Estado, ahora censuran crímenes de estado como los asesinatos a personas protegidas, más comúnmente conocidos como Falso Positivos y la burda y descarada corrupción de Agro Ingreso Seguro. Denunciada hasta la saciedad como una constante en toda la gestión de gobierno. Colombia se ha convertido en un socio impresentable para el actual gobierno de los Estados Unidos.
Es vergonzoso para el país que desde Europa se niegue la extradición del famoso Yair Klain porque acá puede ser torturado; a él, precisamente el campeón de la tortura de las masacres y magnicidios. Esa es la forma como nos ven los europeos. El país ha estado embarcado en una aventura histórica de tinte guerrerista. Las heridas abiertas durante los dos últimos periodos presidenciales sangran profusamente. Los fatídicos actores de este ruidoso tiempo continúan con todo el poder económico y político en todas las instancias del estado.
En medio de este escenario los colombianos más pensantes, en una opinión que crece exponencialmente, no quieren la continuidad. En contraste, hay candidatos presidenciales que la están planteando deliberadamente. En otras palabras, el desplome del engendro ideológico en el poder, es precisamente lo que reclaman como propio y auténtico y de lo que tratan de agarrarse.
Afortunadamente el que imita hasta los gestos y poses del padre putativo y le fascina que lo llamen por el diminutivo de su apellido, ya no es candidato. El otro repite casi textualmente sus discursos en un afán de probar que es el único capaz de continuar lo que según ellos, no debe dar marcha atrás. Se jacta de ser el más fiel seguidor y nunca opositor del mesías glorificado por el Estado de Opinión.
Una muestra de que hijos de tigres, aunque sean ideológicos, salen pintados es que como nunca los niveles de corrupción en el país llegaron a cotas insospechadas y es precisamente el “legítimo sucesor” el más avezado en esas prácticas. Tiene razón este candidato al reclamar la legitimidad, pues nadie como él para continuar lo que ya la opinión comienza a catalogar como una gran desgracia para el pueblo colombiano.
¡Unámonos al sueño de una Colombia nueva, al sueño de un país donde sea más importante la educación que la guerra!
El guerrerismo en el poder ha sembrado miedo, odio e insensibilidad en la mente de los colombianos. Parece no asombrarnos una fosa común con 2.000 cadáveres, dando muestra de una esquizofrenia social. A esto se suma un doble discurso oficial, unas veces de fogoso lenguaje cuando se refiere a unos actores del conflicto, pero discreto con las atrocidades de los otros. Un niño de doce meses degollado, con el argumento que cuando crezca puede armarse y ser del bando contrario, ya no nos sorprende.
Colombia está ubicado entre los 15 países más violentos del mundo (www.visionofhumanity.org/gpi/results/ranking/2009), acompañados por Irak, Afganistán, Somalia, Israel, Sudan, Zimbabue, Líbano, Corea del Norte, Pakistán, Chad, entre otros. El 92% de los asesinatos no proviene del conflicto armado; son civiles matándose entre sí. Es la inseguridad ciudadana y la violencia cotidiana en una escalada de odio e intolerancia, que aumenta exponencialmente. Una simple discusión por el precio de una carrera de taxi en cualquier ciudad de Colombia puede terminar en agresión física o asesinato.
Tampoco hay extrañeza con la noticia de que el crecimiento económico fue del 0,4% en el 2009; 23,5 millones de colombianos viven en la pobreza y 9,7 en la indigencia; el desempleo formal alcanza el 15%. Así mismo, la desigualdad social (la más alta de América Latina y una de las mayores del mundo) es tan monstruosa que, según informe de la ONU, al distribuir $1.000, el 10% de los hogares más ricos capturarían $500 de este ingreso; mientras el 20% más pobre sólo recibiría $9. Abriéndose de este modo, cada día más esta gran brecha.
A pesar que en las encuestas el clamor nacional es la solución de los problemas que genera el desempleo, la pobreza, los nunca antes vistos niveles de corrupción y la crisis de la salud. Las mismas indagaciones favorecen a quienes ofrecen el lenguaje camorrista de exterminio de la insurgencia narcoterrorista. Un discurso promesero y encantador del 2002 con casi los mismos términos en el 2010. Orquestado por matrices mediáticas nacionales e internacionales con tácticas del miedo que exacerban las aversiones y temores estampados en la memoria colectiva de los colombianos.
Los mismos grandes socios gringos, que otrora dieron medalla a la libertad como premio a la lealtad, a través de su Departamento de Estado, ahora censuran crímenes de estado como los asesinatos a personas protegidas, más comúnmente conocidos como Falso Positivos y la burda y descarada corrupción de Agro Ingreso Seguro. Denunciada hasta la saciedad como una constante en toda la gestión de gobierno. Colombia se ha convertido en un socio impresentable para el actual gobierno de los Estados Unidos.
Es vergonzoso para el país que desde Europa se niegue la extradición del famoso Yair Klain porque acá puede ser torturado; a él, precisamente el campeón de la tortura de las masacres y magnicidios. Esa es la forma como nos ven los europeos. El país ha estado embarcado en una aventura histórica de tinte guerrerista. Las heridas abiertas durante los dos últimos periodos presidenciales sangran profusamente. Los fatídicos actores de este ruidoso tiempo continúan con todo el poder económico y político en todas las instancias del estado.
En medio de este escenario los colombianos más pensantes, en una opinión que crece exponencialmente, no quieren la continuidad. En contraste, hay candidatos presidenciales que la están planteando deliberadamente. En otras palabras, el desplome del engendro ideológico en el poder, es precisamente lo que reclaman como propio y auténtico y de lo que tratan de agarrarse.
Afortunadamente el que imita hasta los gestos y poses del padre putativo y le fascina que lo llamen por el diminutivo de su apellido, ya no es candidato. El otro repite casi textualmente sus discursos en un afán de probar que es el único capaz de continuar lo que según ellos, no debe dar marcha atrás. Se jacta de ser el más fiel seguidor y nunca opositor del mesías glorificado por el Estado de Opinión.
Una muestra de que hijos de tigres, aunque sean ideológicos, salen pintados es que como nunca los niveles de corrupción en el país llegaron a cotas insospechadas y es precisamente el “legítimo sucesor” el más avezado en esas prácticas. Tiene razón este candidato al reclamar la legitimidad, pues nadie como él para continuar lo que ya la opinión comienza a catalogar como una gran desgracia para el pueblo colombiano.
¡Unámonos al sueño de una Colombia nueva, al sueño de un país donde sea más importante la educación que la guerra!
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