Antony de Melo: Hay dos tipos de educación, la que te enseña a ganarte la vida y la que te enseña a vivir.
La década de los años 80 casi llegaba a su final y la historia del día a día nos mostraba un mundo convulsionado como siempre.
La iglesia católica era dirigida por un papa proveniente de la Polonia socialista; las potencias continuaban mostrándose los dientes en el inevitable final de la Guerra Fría; los alemanes de uno y de otro lado se llenaron de valor y un buen día, cansados de soportar a los tiranos que los habían separado, echaron al suelo el ignominioso muro de Berlín; la Unión Soviética fue incapaz de seguir arropando bajo el mismo manto a un sinnúmero de naciones que reclamaban el derecho a escribir su propia historia.
En Colombia, mientras tanto, el Estado libraba una feroz lucha contra el narcoterrorismo culpable del miedo y del mar de sangre en el cual se sumergía el país.
Cuatro aspirantes a la presidencia de la república caían abatidos por las manos asesinas y ciegas del sicario contratado por la mafia. Ese era el entorno histórico de la época en aquel memorable 1.989 cuando conocí al profesor Alonso Cuello Cuello.
En alguna parcela de mi memoria se aloja aún aquella noche de inicios de semestre cuando conversaba animadamente con el periodista Jorge Castillo y el estadígrafo Jaime Cuello.
Estábamos haciendo un análisis juicioso de los acontecimientos y ya casi habíamos arreglado el mundo cuando de repente Jorge miró el reloj y nos dijo: "Dentro de media hora se inicia la clase de derecho administrativo y más nos vale que vayamos siguiendo, pues el grupo es muy numeroso y la cátedra es tan interesante que a ella asisten a un quienes no están matriculados".
Nos vimos obligados a dejar el mundo a medio arreglar y corrimos al salón que nos correspondía en la vieja sede de la Universidad de La Guajira. El aula, en efecto, se encontraba colmada por estudiantes de todos los semestres. Como pudimos encontramos un pupitre para cada uno y nos dispusimos a esperar al afamado catedrático.
Cuando ésta llegó se hizo un silencio solemne interrumpido únicamente por el sonido típico que hacen las agendas al rozarse con la madera de los escritorios. En ese momento miré hacia donde se encontraba mi compañero Jaime Cuello y de inmediato comprendí que entre él y el profesor existía un vínculo que iba a más allá de lo académico. Por sus apellidos y su extraordinario parecido físico me fue fácil concluir que eran hermanos.
El profesor Alonso vestía siempre comuna impecable guayabera blanca que le hacía juego con las numerosas canas que lucía, según él, como producto no de los años sino de la inteligencia. Además portaba siempre consigo a numerosos códigos y voluminosos documentos de los cuales se nutría para ser uno de los mayores conocedores del derecho administrativo en el país.
Las clases eran amenas y muy provechosas y, aunque el profesor nos estimulaba para que participáramos con las inquietudes que tuviéramos todos preferíamos aprovechar el tiempo en escuchar al maestro.
Poco a poco nos enterábamos del intrincado modus operandis del sistema legal colombiano, de las diferencias entre un régimen presidencial y uno parlamentario; de porqué no podía decírsele órgano legislativo departamental a las asambleas ni órgano legislativo municipal a los concejos; de las diferencias que existían entre los conceptos de descentralización y desconcentración administrativa; y de la preeminencia el bien común sobre el interés particular.
En atención a sus enseñanzas nos convertimos en críticos de la constitución vigente y comenzamos a plantear como parte de nuestro discurso la necesidad de que el país tuviera una nueva constitución nacional. Dos años después se aprobó la constitución de 1991 y cuando eso sucedió no pude menos que recordar al profesor Alonso y su capacidad para anticiparse a los tiempos.
Unos años más tarde la vida me permitió tener el privilegio de contar con el mi ex profesor de derecho administrativo como compañero en el posgrado de Administración de Programas de Desarrollo Social en donde tuvo brillantes intervenciones que me enseñaron tanto o más que la de quienes fungían como docentes.
Para varias generaciones de guajiros Alonso cuello fue el verdadero gurú del derecho administrativo y permanentemente acudimos a él para consultar los sobre diversos temas relacionados con el ejercicio profesional.
Hoy cuando nuestro querido profesor no se encuentra entre nosotros recuerdo con nostalgia la noche aquella en que Jorge Castillo nos tomó del brazo para llevarnos apresuradamente al salón de manera que pudiéramos llegar antes de que se acabaran los puestos. En medio de la tristeza reflexiono y en un nuevo abrazo con Jaime y Jorge les digo: "El maestro se ha marchado porque también él debía comenzar a ocupar su puesto, su puesto en la eternidad"
La década de los años 80 casi llegaba a su final y la historia del día a día nos mostraba un mundo convulsionado como siempre.
La iglesia católica era dirigida por un papa proveniente de la Polonia socialista; las potencias continuaban mostrándose los dientes en el inevitable final de la Guerra Fría; los alemanes de uno y de otro lado se llenaron de valor y un buen día, cansados de soportar a los tiranos que los habían separado, echaron al suelo el ignominioso muro de Berlín; la Unión Soviética fue incapaz de seguir arropando bajo el mismo manto a un sinnúmero de naciones que reclamaban el derecho a escribir su propia historia.
En Colombia, mientras tanto, el Estado libraba una feroz lucha contra el narcoterrorismo culpable del miedo y del mar de sangre en el cual se sumergía el país.
Cuatro aspirantes a la presidencia de la república caían abatidos por las manos asesinas y ciegas del sicario contratado por la mafia. Ese era el entorno histórico de la época en aquel memorable 1.989 cuando conocí al profesor Alonso Cuello Cuello.
En alguna parcela de mi memoria se aloja aún aquella noche de inicios de semestre cuando conversaba animadamente con el periodista Jorge Castillo y el estadígrafo Jaime Cuello.
Estábamos haciendo un análisis juicioso de los acontecimientos y ya casi habíamos arreglado el mundo cuando de repente Jorge miró el reloj y nos dijo: "Dentro de media hora se inicia la clase de derecho administrativo y más nos vale que vayamos siguiendo, pues el grupo es muy numeroso y la cátedra es tan interesante que a ella asisten a un quienes no están matriculados".
Nos vimos obligados a dejar el mundo a medio arreglar y corrimos al salón que nos correspondía en la vieja sede de la Universidad de La Guajira. El aula, en efecto, se encontraba colmada por estudiantes de todos los semestres. Como pudimos encontramos un pupitre para cada uno y nos dispusimos a esperar al afamado catedrático.
Cuando ésta llegó se hizo un silencio solemne interrumpido únicamente por el sonido típico que hacen las agendas al rozarse con la madera de los escritorios. En ese momento miré hacia donde se encontraba mi compañero Jaime Cuello y de inmediato comprendí que entre él y el profesor existía un vínculo que iba a más allá de lo académico. Por sus apellidos y su extraordinario parecido físico me fue fácil concluir que eran hermanos.
El profesor Alonso vestía siempre comuna impecable guayabera blanca que le hacía juego con las numerosas canas que lucía, según él, como producto no de los años sino de la inteligencia. Además portaba siempre consigo a numerosos códigos y voluminosos documentos de los cuales se nutría para ser uno de los mayores conocedores del derecho administrativo en el país.
Las clases eran amenas y muy provechosas y, aunque el profesor nos estimulaba para que participáramos con las inquietudes que tuviéramos todos preferíamos aprovechar el tiempo en escuchar al maestro.
Poco a poco nos enterábamos del intrincado modus operandis del sistema legal colombiano, de las diferencias entre un régimen presidencial y uno parlamentario; de porqué no podía decírsele órgano legislativo departamental a las asambleas ni órgano legislativo municipal a los concejos; de las diferencias que existían entre los conceptos de descentralización y desconcentración administrativa; y de la preeminencia el bien común sobre el interés particular.
En atención a sus enseñanzas nos convertimos en críticos de la constitución vigente y comenzamos a plantear como parte de nuestro discurso la necesidad de que el país tuviera una nueva constitución nacional. Dos años después se aprobó la constitución de 1991 y cuando eso sucedió no pude menos que recordar al profesor Alonso y su capacidad para anticiparse a los tiempos.
Unos años más tarde la vida me permitió tener el privilegio de contar con el mi ex profesor de derecho administrativo como compañero en el posgrado de Administración de Programas de Desarrollo Social en donde tuvo brillantes intervenciones que me enseñaron tanto o más que la de quienes fungían como docentes.
Para varias generaciones de guajiros Alonso cuello fue el verdadero gurú del derecho administrativo y permanentemente acudimos a él para consultar los sobre diversos temas relacionados con el ejercicio profesional.
Hoy cuando nuestro querido profesor no se encuentra entre nosotros recuerdo con nostalgia la noche aquella en que Jorge Castillo nos tomó del brazo para llevarnos apresuradamente al salón de manera que pudiéramos llegar antes de que se acabaran los puestos. En medio de la tristeza reflexiono y en un nuevo abrazo con Jaime y Jorge les digo: "El maestro se ha marchado porque también él debía comenzar a ocupar su puesto, su puesto en la eternidad"
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