Víctor Hugo: El porvenir está en manos del maestro de escuela
Por: Alejandro Rutto Martínez
Cierta vez andando por ahí, en los afanes de la vida, me preguntaron por qué era maestro. Si mal no recuerdo quien primero me hizo esa pregunta fue Leonardo el zapatero que de vez en cuando se encarga de mi calzado. Después el empleado del transporte que diariamente me lleva a casa volvió a hacerme la misma pregunta.
Y así, una por una, varias personas se turnaron tratando de encontrar una explicación razonable al hecho de que alguien se dedique por entero al arte de la enseñanza. No sé si se confabularon para hacerme todos juntos la misma pregunta o si fue pura casualidad.
Pero lo cierto del caso es que consiguieron inquietarme y aquí estoy yo mismo preguntándome por qué soy un maestro.
A decir verdad no he encontrado la respuesta correcta pero en cambio he encontrado muchas respuestas sueltas que, unidas entre sí, no me aclaran mucho las cosas pero por lo menos me hacen llegar a la conclusión de que soy feliz siendo maestro.
Aquí están algunas de esas respuestas, dirigidas a quienes me preguntaron y a quienes no lo hicieron. Son respuestas sobre todo para mí mismo y para ese maestro que hace algún tiempo vive en mi interior. Soy maestro porque se me ha concedido el privilegio de construir mundos posibles y soñar con universos imposibles.
Porque comparto el cambio y a veces también hago que el cambio ocurra. Soy maestro porque cada día aprendo el doble de lo que enseño. Por que es la única forma que existe de ganarlo todo sin perder nada.
Soy maestro porque me siento como el alfarero tomando en mis manos mentes inocentes que al pasar por mis clases se convertirán en preciosos elementos de la alfarería social.
Soy maestro porque tengo la oportunidad de compartir con seres humanos de verdad, con personas de carne y hueso. Con gente que se equivoca, que tropieza y cae y se vuelve a levantar sin rendirse ni maldecir. Soy maestro por que es la única manera de lograr que me paguen mientras me divierto.
Tal vez deba explicarme mejor. Siendo maestro, siento la misma sensación agradable, la misma excitación que siente mi vecino mientras conduce su flamante carro último modelo. Soy maestro porque mis estudiantes, es decir, mi gente me concede el privilegio de contarme sus confidencias, de expresarme sus desalientos y manifestarme sus ilusiones.
Soy maestro porque siéndolo ejercito un oficio desafiante, que es, al mismo tiempo muy fácil y también bastante difícil. Es ingrata y a veces injusta mi profesión. Pero tiene algo especial, por encima de las injusticias y de las ingratitudes, me gusta ser maestro.
Pero hay algo más que aún no les he contado: desde que soy maestro no trabajo. Me han dicho los que conocen el trabajo que este es muy duro y desagradable. Yo mismo lo pude comprobar cuando trabajaba en otros oficios, es decir cuando aún no tenía la dicha de ser maestro. Pero en cambio ahora... ahora la dureza del trabajo no la siento.
Porque, ¿cómo voy a llamarle trabajo a mi distracción favorita? Soy maestro porque me fascina el instante mágico en que descubro unos ojos atentos, una mente abierta un rostro optimista, una postura de entusiasmo: con ellos marcho por la senda del acuerdo y de los éxitos compartidos.
Y también soy maestro porque me agrada el ceño arrugado del estudiante incrédulo, los ojos entrecerrados del que duda, la pregunta ingenua del confundido, la afirmación retadora del hombre crítico... esos gestos, esas acciones y sus dueños, me avisan que sigo siendo humano y que puedo equivocarme. Soy maestro porque creo que Dios tiene confianza en mí.
De otra manera no permitiría el buen Señor que esté compartiendo tanto tiempo con los hombres y las mujeres, ávidos de aprender y de emprender. Pudieron ir a otra parte para calmar su sed de aprender, pero vinieron a donde mí buscando un maestro.
Vivo mi existencia intensamente siendo maestro y, pensándolo bien, no creo que haya una forma de vivir más intensamente la vida. Soy maestro porque tengo fe, esperanza y amor. Tengo fe en un porvenir del cual se me ha permitido ser protagonista.
Tengo la esperanza de caminar algún día por un camino tan amplio en donde usted y yo podamos transitar sin tropezarnos y tan angosto que pueda sentir de cerca nuestros afectos y calor humano. Y tengo el amor que cientos de personas me dan y me reciben mientras hago lo único que soy capaz de hacer bien: ser una persona humilde, amable y al servicio de mi gente.
En resumidas cuentas, quiero decirle al mundo que soy maestro porque los maestros somos... ...constructores de paz...sembradores de sueños...forjadores del progreso...visionarios de mundos nuevos y mejores. Es por eso que, maestro soy, y por siempre lo seré.
Por: Alejandro Rutto Martínez
Cierta vez andando por ahí, en los afanes de la vida, me preguntaron por qué era maestro. Si mal no recuerdo quien primero me hizo esa pregunta fue Leonardo el zapatero que de vez en cuando se encarga de mi calzado. Después el empleado del transporte que diariamente me lleva a casa volvió a hacerme la misma pregunta.
Y así, una por una, varias personas se turnaron tratando de encontrar una explicación razonable al hecho de que alguien se dedique por entero al arte de la enseñanza. No sé si se confabularon para hacerme todos juntos la misma pregunta o si fue pura casualidad.
Pero lo cierto del caso es que consiguieron inquietarme y aquí estoy yo mismo preguntándome por qué soy un maestro.
A decir verdad no he encontrado la respuesta correcta pero en cambio he encontrado muchas respuestas sueltas que, unidas entre sí, no me aclaran mucho las cosas pero por lo menos me hacen llegar a la conclusión de que soy feliz siendo maestro.
Aquí están algunas de esas respuestas, dirigidas a quienes me preguntaron y a quienes no lo hicieron. Son respuestas sobre todo para mí mismo y para ese maestro que hace algún tiempo vive en mi interior. Soy maestro porque se me ha concedido el privilegio de construir mundos posibles y soñar con universos imposibles.
Porque comparto el cambio y a veces también hago que el cambio ocurra. Soy maestro porque cada día aprendo el doble de lo que enseño. Por que es la única forma que existe de ganarlo todo sin perder nada.
Soy maestro porque me siento como el alfarero tomando en mis manos mentes inocentes que al pasar por mis clases se convertirán en preciosos elementos de la alfarería social.
Soy maestro porque tengo la oportunidad de compartir con seres humanos de verdad, con personas de carne y hueso. Con gente que se equivoca, que tropieza y cae y se vuelve a levantar sin rendirse ni maldecir. Soy maestro por que es la única manera de lograr que me paguen mientras me divierto.
Tal vez deba explicarme mejor. Siendo maestro, siento la misma sensación agradable, la misma excitación que siente mi vecino mientras conduce su flamante carro último modelo. Soy maestro porque mis estudiantes, es decir, mi gente me concede el privilegio de contarme sus confidencias, de expresarme sus desalientos y manifestarme sus ilusiones.
Soy maestro porque siéndolo ejercito un oficio desafiante, que es, al mismo tiempo muy fácil y también bastante difícil. Es ingrata y a veces injusta mi profesión. Pero tiene algo especial, por encima de las injusticias y de las ingratitudes, me gusta ser maestro.
Pero hay algo más que aún no les he contado: desde que soy maestro no trabajo. Me han dicho los que conocen el trabajo que este es muy duro y desagradable. Yo mismo lo pude comprobar cuando trabajaba en otros oficios, es decir cuando aún no tenía la dicha de ser maestro. Pero en cambio ahora... ahora la dureza del trabajo no la siento.
Porque, ¿cómo voy a llamarle trabajo a mi distracción favorita? Soy maestro porque me fascina el instante mágico en que descubro unos ojos atentos, una mente abierta un rostro optimista, una postura de entusiasmo: con ellos marcho por la senda del acuerdo y de los éxitos compartidos.
Y también soy maestro porque me agrada el ceño arrugado del estudiante incrédulo, los ojos entrecerrados del que duda, la pregunta ingenua del confundido, la afirmación retadora del hombre crítico... esos gestos, esas acciones y sus dueños, me avisan que sigo siendo humano y que puedo equivocarme. Soy maestro porque creo que Dios tiene confianza en mí.
De otra manera no permitiría el buen Señor que esté compartiendo tanto tiempo con los hombres y las mujeres, ávidos de aprender y de emprender. Pudieron ir a otra parte para calmar su sed de aprender, pero vinieron a donde mí buscando un maestro.
Vivo mi existencia intensamente siendo maestro y, pensándolo bien, no creo que haya una forma de vivir más intensamente la vida. Soy maestro porque tengo fe, esperanza y amor. Tengo fe en un porvenir del cual se me ha permitido ser protagonista.
Tengo la esperanza de caminar algún día por un camino tan amplio en donde usted y yo podamos transitar sin tropezarnos y tan angosto que pueda sentir de cerca nuestros afectos y calor humano. Y tengo el amor que cientos de personas me dan y me reciben mientras hago lo único que soy capaz de hacer bien: ser una persona humilde, amable y al servicio de mi gente.
En resumidas cuentas, quiero decirle al mundo que soy maestro porque los maestros somos... ...constructores de paz...sembradores de sueños...forjadores del progreso...visionarios de mundos nuevos y mejores. Es por eso que, maestro soy, y por siempre lo seré.
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