Biografías

jueves, 19 de febrero de 2009

La Columna de Abel Medina

Nota de la Redacción: Abel Medina es dueño de una de las más prolíficas plumas del departamento de La Guajira y su estilo se caracteriza por una especial forma de tejer palabras para diseñar historias cargadas de sabor y significado.
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Desde hoy nos acompañará todas las semanas con una columna dedicada a los más diversos temas de la cultura, historia, educación, política...y todo lo que sea digno de ser contado a través de la palabra escrita.


Las mayorías: ¿Legitimador del absolutismo?

En los regimenes democráticos, y aún en algunos que tras la máscara deleznable de la democracia esconden un oscuro absolutismo, el poder de las mayorías constituye no sólo la forma de legitimar la gobernabilidad sino, a veces también de perpetuarla.


Cuando un gobernante cuenta con las mayorías supone que sus acciones y decisiones (buenas o malas) están justificadas o refrendadas por el poder primario, esencial y absoluto de esa mayoría que lo eligió o la que, gracias a las encuestas, mantiene una imagen favorable.

En los sistemas democráticos como los que imperan en Colombia se impone el principio que ya aludiera el pensador y escritor español Miguel de Unamuno: "yo soy mi mayoría y no siempre tomo las decisiones por unanimidad".Con los recientes resultados de las elecciones convocadas para responder el referendo de enmienda constitucional en Venezuela se pone en evidencia lo que en Colombia también se viene instaurando, especialmente durante el gobierno de Álvaro Uribe Vélez: el imperio creciente del absolutismo concedido en las urnas por el aplastante poder de las mayorías.

En ambos caso las mayorías de presentan tanto a nivel absoluto (mayoría en la votación popular) como en la representativa (mayoría en el parlamento).

Sin embargo, para muchos analistas de las ciencias políticas parece ser que el binomio democracia representativa y mayorías absolutas, en el caso colombiano y venezolano, no facilitan la interrelación política, es un sistema que cuarta la participación de la ciudadanía y merman y empobrecen todo tipo de iniciativas provenientes de los grupos de la oposición, haciendo al mismo tiempo que la gestión sea más opaca, menos transparente y más teledirigida (es decir, más partidista).

Los gobiernos de Uribe y Chávez justifican sus actos políticos invocando el apoyo popular mayoritario aunque la oposición reclame el necesario respeto por las minorías y las instituciones.

En nuestro país, la democracia ha servido para justificar variados hechos y situaciones, que muchas veces exceden la legitimidad que pueden contener los reclamos.

A nombre de haber ganado con sobrados guarismos dos elecciones y mantener en promedio un 70% por ciento de imagen favorable en las encuestas, Uribe pone pecho y lance en ristre, amenaza a las cortes y al Banco de la República con restarle poder, sabe que a la hora de proponer una reforma constitucional su bancada lo aprobará sin dilaciones ni criticidad; sabe que de proponer un referendo esa masa electoral lo apoyará.

Haber modificado la constitución política para perpetuarse en el poder (ya lo hizo y está a punto de hacerlo de nuevo) es una muestra de los excesos en que bajo el aval cómplice de las mayorías puede incurrir un gobernante como Uribe, y es una fórmula que acaba de darle una nueva sonrisa a Chávez (el gobernante que más elecciones ha convocado en Venezuela, claro, también el que más ha ganado comicios).

“Vamos a restearnos” amenaza Chávez a la oposición cada vez que objetan la legitimidad de su mandato. “Vamos a un referendo” reta Uribe a quien tome decisiones en contra de su gobierno.

Estos dos gobernantes no solo gozan del privilegio de las mayorías ciegas conquistado con propuestas y un discurso meramente populista, farandulero y un manejo de los imaginarios colectivos sino que han encarnado un ferviente mesianismo.

Uribe acaba de repetir en Estados Unidos su amenaza de hace algunos meses: no quiere perpetuarse en el poder pero ante el caos que vive el país, él se sacrificará para seguir gobernando. Chávez, al igual, cree que sin él el país colapsará en manos de los apátridas.

Ambos se creen tan revestidos del favor popular que no imaginan un gobierno sin ellos, se creen los únicos empoderados y ungidos por el pueblo para regir los destinos de la patria.

La situación de los dos países nos hace pensar en el interrogante que planteó Giovanni Sartori como título de uno de sus libros: ¿Qué es la democracia? Una respuesta breve y profunda conduce a sostener que es, por un lado, un sistema político que intenta hacer efectivas la igualdad y la libertad y, por otro, un conjunto ético y transparente de procedimientos de decisión.

Justamente, para muchos este aspecto "procedimental" implica que la democracia es el poder de la mayoría, la voluntad del mayor número como fuente genuina de derechos. Bajo esta concepción primaria, toda falta de acuerdo se resuelve mediante la regla de la mayoría.

Y éste parecería ser el concepto que anida detrás de algunas actitudes de ambos gobiernos y sus seguidores, que han dejado un sabor amargo en importantes sectores de la sociedad, el cual advierte que sus ideas, propuestas y derechos constituyen meros actos discursivos o románticos textos constitucionales, ante la inflexibilidad de los proyectos oficiales o la conducta desbordada de las "banderas" mayoritarias.

Es que, sometido a un escrutinio lógico, el concepto de mayoría pierde sustancia. Se pregunta con agudeza Sartori: ¿qué cualidad ética añade un voto para tener la virtud mágica de convertir en correcto el querer de 51 y en incorrecto el de 49?

Ante quienes creen que las acciones de estos gobiernos se legitiman por el hecho de tener el respaldo en las encuestas y en las votaciones pongamos el retrovisor de la historia: tanto Mussolini como Hitler cimentaron su barbarie sobre la base del respaldo de las mayorías; Trujillo mancilló la historia de República Dominicana y Pinochet la de Chile sobre los hombros de un pueblo que lo idolatraba; Fujimori defraudó, conspiró, delinquió y reformó la constitución peruana a su veleidoso querer con el respaldo de las mayorías, esa misma que aún pide clamorosa su libertad en las puertas de los tribunales limeños.

Los colombianos (a no ser por la resistencia de los maestros) tuvimos a punto de aprobarle a Uribe el más despiadado raponazo al bolsillo de los pobres con el referendo; el congreso venezolano le aprobó a Chávez una ley habilitando concediéndole poderes ilimitados para gobernar por varios meses, el congreso rehusando a su privilegio del control político, un paradoja que solo se presenta en un sistema en el que las mayorías confía tanto en su presidente que cree que todo lo que decida o haga le conviene a la patria (¿no pasa lo mismo en Colombia?)

Las mayorías uribistas en Colombia seguirán decidiendo el futuro del país, son esa masa de más del 70% que votará por Uribe o por quien señale con su dedo divino en los próximos comicios presidenciales.

Esa misma masa que él ha convencido que un buen presidente es el que más “le echa plomo a la guerrilla” sin importarle aspectos como el desempleo, la inversión social, el crecimiento de la pobreza, el desplazamiento forzado, la violación de los derechos humanos y la violencia en las calles.

Es la mayoría macartista que estigmatiza y criminaliza a quienes no están con el presidente (en Colombia quien no está a favor de Uribe está a favor de las FARC y por lo tanto es traidor a la patria, caso Piedad Córdoba), es la mayoría que mantiene una imagen intacta e invicta del presidente aunque se le señale los falsos positivos, de su elección fraudulenta, del vergonzoso episodio de la “yidispolítica”, del respaldo de un congreso paramilitar y de los supuestos privilegios para estos grupos armados, de su contubernio con el grupo AVAL para sacar del negocio las pirámides y con los importadores parta sacar el comercio de whisky de Maicao de la competencia.

¿Adónde nos llevarán las mayorías? Es el gran interrogante que nos hacemos los que están como yo, en ese reducido margen del 30% que espera, como las de Venezuela, que algún día impere una democracia madura y menor sujeta al populismo y la telepolitica. No nos olvidemos que, desde mediados del siglo XIX, el concepto de "mayorías y minorías" en la democracia ha venido dando un vuelco valorativo radical.

En la ciencia política estadounidense, la expresión "democracia madisoniana" recuerda que la democracia no se define como el poder omnímodo de la mayoría, sino como el compromiso constitucional con la garantía de los derechos intangibles de las minorías, lo cual implica un conjunto de limitaciones institucionales y sociales a la soberanía mayoritaria, que han dado cabida al concepto de "democracia constitucional".

Mientras esto se instaura en Colombia y en Venezuela, suframos el gobierno y los peligros de las mayorías.

19-febrero-2009