Por Nuria Barbosa León
Cuba, antes del 1ro de enero de 1959
Mi padre enfermó en 1954. Nosotros, mis dos hermanos varones, mi madre y yo, pernotamos en una cuartería del barrio capitalino de Párraga.
El día de las madres de ese año, mi papá hizo un vómito de sangre, temblaba de la fiebre y no paraba de toser.
Mi madre se fue con él hacia la sala de urgencias del hospital Calixto García y los tres niños quedamos solos entre las paredes sin pintar del cuartito, con una cama matrimonial como único mobiliario.
A las dos horas regresan del cuerpo de guardia gratuito para la población y mi madre nos dice, -entre lamentos-, que no lo dejaron hospitalizado porque no tenía recomendación, ni dinero.
A partir de ese momento todos los tíos se movilizaron en busca de ayuda. Mientras tanto mi padre se debilitaba y mi madre no sabía qué hacer para aislarnos de la tubercolusis.
Una hermana de mi padre trabajaba de criada en casa de un Consejal, a quien le pedimos que intercediera en el caso. Sólo en vísperas de las elecciones hizo el compromiso de ingresar a mi padre a cambio del voto de toda la familia, incluido tíos y primos.
Mi padre ingresó en el hospital “La Esperanza”, (hoy Julio Trigo) en enero de 1957 y murió en agosto con sus pulmones minados por el bacilo y con sólo 40 años de edad.
Cuba, después del 1ro de enero de 1959
Mi madre hizo una trombosis en agosto de 1974, inmediatamente acudimos al policlínico donde se diagnosticó la enfermedad y en una ambulancia nos enviaron hacia el hospital “La Benéfica” (hoy Miguel Enrique) porque allí se disponía de las condiciones necesarias para hospitalizarla.
Al llegar, inmediatamente fue ingresada. Se le practicaron todo tipo de pruebas y exámenes. Nadie preguntó por dinero, procedencia social, recomendación u otra cosa. Los médicos velaron celosamente día y noche por su salud.
Cuando fue eminente la agonía de mi madre ellos me dieron a elegir dos opciones: Llevarla a casa para con un tratamiento medicamentoso para que su fallecimiento se produzca en el seno familiar ó dejarla hospitalizada todo el tiempo requerido.
Se optó por la segunda variante y su vida se apagó poco a poco pero con las atenciones médicas requeridas y el amor de sus familiares. Contaba con 60 años de vida.
Cuba, antes del 1ro de enero de 1959
Mi padre enfermó en 1954. Nosotros, mis dos hermanos varones, mi madre y yo, pernotamos en una cuartería del barrio capitalino de Párraga.
El día de las madres de ese año, mi papá hizo un vómito de sangre, temblaba de la fiebre y no paraba de toser.
Mi madre se fue con él hacia la sala de urgencias del hospital Calixto García y los tres niños quedamos solos entre las paredes sin pintar del cuartito, con una cama matrimonial como único mobiliario.
A las dos horas regresan del cuerpo de guardia gratuito para la población y mi madre nos dice, -entre lamentos-, que no lo dejaron hospitalizado porque no tenía recomendación, ni dinero.
A partir de ese momento todos los tíos se movilizaron en busca de ayuda. Mientras tanto mi padre se debilitaba y mi madre no sabía qué hacer para aislarnos de la tubercolusis.
Una hermana de mi padre trabajaba de criada en casa de un Consejal, a quien le pedimos que intercediera en el caso. Sólo en vísperas de las elecciones hizo el compromiso de ingresar a mi padre a cambio del voto de toda la familia, incluido tíos y primos.
Mi padre ingresó en el hospital “La Esperanza”, (hoy Julio Trigo) en enero de 1957 y murió en agosto con sus pulmones minados por el bacilo y con sólo 40 años de edad.
Cuba, después del 1ro de enero de 1959
Mi madre hizo una trombosis en agosto de 1974, inmediatamente acudimos al policlínico donde se diagnosticó la enfermedad y en una ambulancia nos enviaron hacia el hospital “La Benéfica” (hoy Miguel Enrique) porque allí se disponía de las condiciones necesarias para hospitalizarla.
Al llegar, inmediatamente fue ingresada. Se le practicaron todo tipo de pruebas y exámenes. Nadie preguntó por dinero, procedencia social, recomendación u otra cosa. Los médicos velaron celosamente día y noche por su salud.
Cuando fue eminente la agonía de mi madre ellos me dieron a elegir dos opciones: Llevarla a casa para con un tratamiento medicamentoso para que su fallecimiento se produzca en el seno familiar ó dejarla hospitalizada todo el tiempo requerido.
Se optó por la segunda variante y su vida se apagó poco a poco pero con las atenciones médicas requeridas y el amor de sus familiares. Contaba con 60 años de vida.
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