Por: Gloria Gaitán
Arturo Jaramillo, mi abuelo materno, fue un clásico representante del radicalismo liberal de finales del siglo XIX y principios del siglo XX. Antioqueño, se casó con una joven y bella muchacha, perteneciente a una aristocrática y rica familia, igualmente antioqueña – los Jaramillo-Uribe -, pero su matrimonio terminó por encontrar la gran reticencia de sus suegros, dadas sus ideas anticlericales y radicalmente liberales.
La situación se le hizo imposible, viéndose obligado a alejarse de su esposa y de sus seis hijos, uno de las cuales - mi madre, que heredó toda su rebeldía - se casaría más tarde con Jorge Eliécer Gaitán.
Mi abuelo se fue a vivir a Bucaramanga donde fundó un reconocido periódico político liberal al que llamó “El verbo rojo”, donde expuso, con osadía, su ideario anticonservador y anticlerical, ganándose el odio del clero y la maledicencia del gobierno conservador.
Finalmente, Arturo Jaramillo fue envenenado y, mientras agonizaba, salió a la circulación el periódico de los jesuitas con un gran titular que decía: “Ha muerto el Jabalí”. Mi abuelo, a la lectura del artículo hizo un último esfuerzo, se levantó y lanzó un ejemplar del Verbo Rojo con otro gran titular que decía “No ha muerto el Jabalí”, falleciendo poco tiempo después.
El pueblo bumangués, que le había tomado mucho cariño, se lanzó a protestar contra los jesuitas, pero estos dijeron que Arturo Jaramillo se había suicidado y así fue como pudieron impedirle que fuera enterrado en el cementerio católico de Bucaramanga. Una gran manifestación recorrió la ciudad llevando el ataúd al cementerio laico, donde con aportes de los más humildes construyeron un monumento en cemento, en forma de obelisco.
Todos esos acontecimientos influyeron en la formación temperamental de mi madre y la convirtieron, en recuerdo a su padre, en una luchadora por los derechos de los disidentes. Lamentablemente el cementerio laico ha sido desmantelado y las autoridades de la ciudad no han dado razón de los restos de ese digno suegro de Jorge Eliécer Gaitán, quien murió asesinado en defensa de sus ideales libertarios.
La situación se le hizo imposible, viéndose obligado a alejarse de su esposa y de sus seis hijos, uno de las cuales - mi madre, que heredó toda su rebeldía - se casaría más tarde con Jorge Eliécer Gaitán.
Mi abuelo se fue a vivir a Bucaramanga donde fundó un reconocido periódico político liberal al que llamó “El verbo rojo”, donde expuso, con osadía, su ideario anticonservador y anticlerical, ganándose el odio del clero y la maledicencia del gobierno conservador.
Finalmente, Arturo Jaramillo fue envenenado y, mientras agonizaba, salió a la circulación el periódico de los jesuitas con un gran titular que decía: “Ha muerto el Jabalí”. Mi abuelo, a la lectura del artículo hizo un último esfuerzo, se levantó y lanzó un ejemplar del Verbo Rojo con otro gran titular que decía “No ha muerto el Jabalí”, falleciendo poco tiempo después.
El pueblo bumangués, que le había tomado mucho cariño, se lanzó a protestar contra los jesuitas, pero estos dijeron que Arturo Jaramillo se había suicidado y así fue como pudieron impedirle que fuera enterrado en el cementerio católico de Bucaramanga. Una gran manifestación recorrió la ciudad llevando el ataúd al cementerio laico, donde con aportes de los más humildes construyeron un monumento en cemento, en forma de obelisco.
Todos esos acontecimientos influyeron en la formación temperamental de mi madre y la convirtieron, en recuerdo a su padre, en una luchadora por los derechos de los disidentes. Lamentablemente el cementerio laico ha sido desmantelado y las autoridades de la ciudad no han dado razón de los restos de ese digno suegro de Jorge Eliécer Gaitán, quien murió asesinado en defensa de sus ideales libertarios.
Ojalá los jóvenes que ahora se reúnen para recuperar la memoria a través de la literatura - con historias y ficciones - se interesen por recuperar ese trozo de historia que enaltece la dignidad de quienes creen en sus sueños y están dispuestos a morir por ellos. No sería difícil localizar el destino de esos restos a través de la Alcaldía de Bucaramanga que ha sido la encargada de remover el cementerio.
Bogotá, septiembre de 2008
Bogotá, septiembre de 2008
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