Biografías

martes, 16 de septiembre de 2008

La tía de mis amores

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La historia que voy a contarles podría iniciarse como los cuentos de hadas que tanto nos deleitaron en la infancia y que aún divierten a tantas personas: «Érase una vez…»
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Pues bien, érase una vez dos hermanas que vivían felices por allá en la Calle del Carmen en Riohacha, a unos cien metros de la Casa de Gobierno.
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Las dos eran riohacheras y las dos tenían la sangre mestiza de María de los Remedios Martínez Deluque («Meme» Martínez para no decir un nombre tan largo)
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Las dos eran laboriosas, amables y tenían un raro encanto para hacerse querer de quienes compartían con ellas su época y su espacio.
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Pero también palpitaba en ellas el sello de las diferencias causadas quién sabe por qué extraño factor de la genética o de la crianza: la una era inmensamente sosegada y la otra era de carácter fuerte; una era de palabras escasas pero suficientes y la otra era comunicativa y de expresiones firmes.
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Una se llamaba Juana Paulina Guerrero porque adoptó el apellido de su padre y la otra se llamaba Isnelda Martínez porque prefirió «echarse» el apellido de la mamá»
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Y cuando llegó la hora de abandonar la soltería, volvieron a mostrar sus marcadas diferencias aun en la escogencia de quien habría de ser el compañero de toda la vida: Juana Paulina escogió al «Socio», un hombrón alto fuerte, trabajador, amoroso y negro, pero bien negro y no tuvo que ir muy lejos ni esperar tanto, ni pararse en el puerto a esperar a los marinos de países remotos por que el caballero de su vida vendría de cerca, de muy cerca.
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Y vivirían siempre en Riohacha, la tierra que les hacía palpitar aceleradamente sus corazones Isnelda, en cambio, escogió a Ernesto, un campesino, también alto y fuerte, trabajador y de escasas palabras, a quien el destino había traído desde su lejano y pequeño pueblo situado al pie de los Alpes en Italia.
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Y se fueron a vivir a Maicao, la promisoria tierra en donde labrarían su porvenir. «El Socio» «El italiano» se parecían mucho en el carácter pero su físico era bien distinto: el uno era negro como sus ancestros africanos y el otro blanco y rubio como sus padres europeos.
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Y cuando llegaron los hijos, siguieron las diferencias. Los de Juana Paulina y el «Socio» eran morenos esbeltos y los de Isnelda y Ernesto, blancos y, algunos, rubios y de ojos azules. Por supuesto, no se parecían en nada…y, a simple vista, no se podía deducir que fueran familia. Pero eran familia y se querían, y se quieren como hermanos.
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Quien escribe estas líneas nació en el hogar de Isnelda y el Italiano. Y se me enseñó a querer a mi tía Juana con todas las fuerzas del alma y con todo el cariño que pueda albergar el corazón. Hace un año mi tía partió hacia la eternidad a reunirse con el Socio, con su hermana Isnelda y con Ernesto, quienes se habían marchado antes.
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Todos me hacen mucha falta pero hoy, en el primer aniversario de ese encuentro, extraño mucho a Juana Paulina, la tía de mis amores.

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