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Abraham Lincoln: "Casi todos podemos soportar la adversidad, pero si queréis probar el carácter de un hombre, dadle poder".
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Desde nuestra más tierna edad hemos aprendido, la mayoría de nosotros en las aulas de clases, que son tres los poderes públicos. Y se nos ha enseñado también que esa tridivisión es una de las más importantes conquistas populares porque excluye a posibilidad de que una sola persona gobierne al mismo tiempo que expide leyes e imparte justicia, como ocurre en los territorios oprimidos por la tiranía.
En los tiempos bíblicos Herodes y Pilatos, gobernantes que representaban el poder romano, tenían al mismo tiempo la investidura de jueces para juzgar y condenar a los acusados en una clara expresión de los poderes concentrados en la misma persona. Hoy, cuando la mayoría de los países libres tienen firmemente constituidas las tres ramas del poder público, las cuales además deben ser autónomas e independientes, se hacen cábalas sobre cuál es el cuarto poder.
¿Cuál poder de todos es el más importante después del que tienen los gobernantes, los legisladores y los jueces? A los medios de comunicación y, especialmente, a la prensa se le menciona frecuentemente como el “cuarto poder”, precisamente por su influencia en la opinión pública y la forma en que incide para que los poderes tradicionales sean aceptados o rechazados por las mayorías. Sin embargo, el emblemático periodista, escritor y docente Javier Darío Restrepo tiene otra opinión.
En su libro “Cuarenta lecciones de ética” afirma “…el poder del periodista no es el que tradicionalmente se ha querido dar a entender con la expresión ‘cuarto poder’. El verdadero cuarto poder es la sociedad, que con su voto nombra o destituye a los titulares de los tres poderes tradicionales”
Según el autor citado aparece pues la sociedad como el verdadero cuarto poder; sin embargo, es obvio que en una época como la nuestra y en un país como el que nos vio nacer, existen otros poderes de igual o mayor alcance que los ya mencionados.
El poder económico, por ejemplo, no es solo una fuerza, sino algo muy parecido a un dios que todo lo decide, lo impone y lo cambia. Incluso, seduce a la sociedad, para que ésta, a su vez, designe o destituya a los poderes tradicionales. Si algo o alguien no engrana en este poder, está destinado a desaparecer. Y ya han desaparecido hospitales que alguna vez atendieron a los pobres.
Y están a punto de privatizarse universidades en donde por años se han formado los hijos y las hijas despueblo. Pero hay otros poderes, algunos de ellos no tan evidentes, como el miedo, que nos impide a actuar como quisiéramos y debiéramos por temor a las represalias. Y el de la delincuencia organizada que es capaz de apoderarse de las más importantes instituciones de la sociedad a través de sus redes envolventes de riqueza desmedida y corrupción desbordada.
Finalmente mencionemos el más enigmático de los poderes: el poder detrás del poder. Cuando descubramos de qué o de quién se trata sabremos por qué ocurre lo que ocurre en el país. Y en el mundo.
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