ENRIQUE MARULANDA AARON. Y LOS GATOS
Protagonistas:
ENRIQUE MARULANDA AARON (q.e.p.d.)
ORLANDO “El Quemao”
Cualquier día de un año cualquiera, estaba Orlando “El Quemao”, marido de la prima Nelly Fernández Jiménez, hermana de Olsón, sentado en la puerta del Hotel Bucaramanga, en Fonseca, (él era el administrador) en una posición bastante cómoda, las piernas estiradas y montadas en el sardinel de la casa. Somnoliento y abochornado por el calor de las 2:00 de la tarde. La brisa era repentina y llegaba y se iba, ese era el lugar que todas las tardes, éste paisano escogía para “siestar”; era tan fuerte el calor que los abanicos del techo lanzaban olas de fuego insoportable y solo allí era posible sopórtalo.
Protagonistas:
ENRIQUE MARULANDA AARON (q.e.p.d.)
ORLANDO “El Quemao”
Cualquier día de un año cualquiera, estaba Orlando “El Quemao”, marido de la prima Nelly Fernández Jiménez, hermana de Olsón, sentado en la puerta del Hotel Bucaramanga, en Fonseca, (él era el administrador) en una posición bastante cómoda, las piernas estiradas y montadas en el sardinel de la casa. Somnoliento y abochornado por el calor de las 2:00 de la tarde. La brisa era repentina y llegaba y se iba, ese era el lugar que todas las tardes, éste paisano escogía para “siestar”; era tan fuerte el calor que los abanicos del techo lanzaban olas de fuego insoportable y solo allí era posible sopórtalo.
¡Buenas!, escucho Orlando una voz aflautada y con un ligero falsete que le resultaba conocida. Se enderezó y contestó el saludo. Se trataba de su vecino, Enrique Marulanda Aarón, quien vivía al frente y también era condueño del Hotel Maite, que administraba la señora -Nerys Duarte, compañera sentimental de enrique.
¿“Orla”, usted que está haciendo? No señor Enrique aquí reposándome, tratando de echar una siestecita, pero este calor no deja, ¿Qué se le ofrece? Enrique le pidió el favor que lo acompañara a la finca a hacer una diligencia. Este se entro a la casa, se puso los zapatos, agarró un sombrero y enseguida estaba listo. Ya “Quique”, estaba del otro lado de la calle, en la puerta del Hotel Maite y le hacía señas a Orlando que se acercara. Rápidamente atravesó la distancia y se encontró con el vecino. Este lo agarró del brazo y lo condujo al patio en donde le señaló cuatro (4) cajas de cartón bien amarradas y le dijo que le ayudara a montarlas al carro, pero que recordara que eran cuatro y que iban llenas.
Orlando se limitó a hacer lo que el amigo le pedía, cogió dos cajas y Enrique levantó las otras dos y las llevaron al carro, un Jeep Willis modelo 55, sin cabina un poco maltratado de latas y pintura, pero en muy buen estado de rodamientos y de motor, que ostentaba un letrero en la defensa delantera, que con letras ordinarias decía: “Me 100to 9cito”.
Enrique hizo otra seña a Orlando, que se montara y emprendieron el viaje a la finca, “Las Minas”, ubicada cerca de Conejo, corregimiento de Fonseca, despensa agropecuaria del municipio, retirado unos 30 Km al sureste de la cabecera. Durante todo el trayecto no intercambiaron ni una sola palabra, cada quien iba en su mundo interior. De vez en cuando Enrique fruncía el seño y soltaba el timón con una mano y se quitaba el sombrero, Orlando lo miraba de soslayo y pensaba que sería lo que el señor Enrique llevaba en esas cajas. El se imaginaba que eran unos pollitos, porque al momento de montar las cajas sintió que arañaban por dentro. Sin embargo no se atrevió a preguntar y así llegaron a su destino, después de un viaje de aproximadamente 40 minutos.
No le he dicho nada durante el trayecto, porque quiero que usted sea el testigo de esta operación, usted es un hombre serio al que yo aprecio mucho. Le dijo Enrique, ¡Hágame el favor de coger dos cajas y sígame!, pasaron un arroyo de aguas cristalinas y empezaron a subir una ligera colina de algunos 50 m. de alto, siguieron caminando durante unos diez minutos y se detuvieron.
Bajaron las cajas y le dice Enrique: ¡“Orla” abra las dos cajas y vacíelas, que yo hago lo mismo con las mías! Soltaron las cajas y vaciaron el contenido. El cual no era más que 30 gatos de todos los tamaños. Orlando quedo algo sorprendido, quería soltar una carcajada pero por respeto al hombre mayor, no dijo nada. Se limitó a escuchar a Enrique que le dijo: “Es para que usted se dé cuenta lo que estamos haciendo y sea testigo más adelante”. Recogieron las cajas y se devolvieron, los gatos se perdieron en la maleza y los dos amigos bajaron hasta la casa finca, donde se tomaron una totuma de leche cuajada, montaron un queso y emprendieron el viaje de regreso. La bajada es más rápida y en cuestión de 30 minutos ya estaban en casa. Se despidieron los amigos y cada cual se dedicó a hacer lo que le correspondía.
Pasaron dos semanas y Orlando, que era albañil de profesión, seguía reposando en la puerta de la casa, después del almuerzo. No estaba sentado en la posición que le gustaba, sino de frente a la casa de su vecino, cuando lo vio que venía y hablaba solo, moviendo la cabeza de un lado para el otro. ¡“Orla” venga acá! Lo apretó por el brazo y se lo llevó casi empujándolo y lo llevo hasta el patio de la casa y señalando hacia el interior le dijo: ¡Véalos ve, son tres veces que los he “votado” y se regresan! Por ahí dicen que los gatos si uno los vota al otro lado de un río o de un arroyo, no encuentran el camino de regreso. Ya van son tres veces “Nene”. Orlando no pudo más y soltó la carcajada y se fue para su casa, a contarle la historia a su mujer, quien me la contó a mí.
Escribió: Armando José Olmedo Larrazábal
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