Biografías

sábado, 1 de marzo de 2008

SECCIÓN DE CUENTOS: Obras de César Castro

MAICAO AL DÍA
Nota de la Redacción: César Castro es un connotado periodista del Caribe que desde hace varias décadas se encuentra afincado en Riohacha. El periodismo lo combina con la docencia y también con la producción de bellas piezas literarias. Hace unos días publicamos su primer cuento y, a pedido de los lectores, presentamos hoy otro de sus escritos cargados de imaginación y bellas figuras literarias.
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¡Tramposo!
Por: César Castro
Fue un grito seco, rencoroso, formidable, casi imposible de creer que hubiese salido del cuerpo enjuto y encorvado del viejo Rafael Iguarán. Pero, así fue.

El viejo Rafa no miró a ninguno de los asistentes al sepelio de Víctor Pacheco Laborde en una ardiente mañana del 16 de febrero de 1993 en Riohacha y se marchó.

“Micho Pacheco” como se le conocía familiarmente a Pacheco Laborde había sido intendente de la región y con el paso del tiempo llegó a ser su primer alcalde. La hoja de vida de “Pachecol” como le decía Nacho Vives servía para llenar toda una enciclopedia ya que pasó por bombero, policía, cónsul, bacteriólogo, profesor, periodista, concejal, congresista, fundó la cruz roja de Riohacha y hasta el último momento de su vida su casa fue albergue de desamparados y fue precisamente un desamparado con desequilibrios mentales quien lo mató de un tiro. Un solo tiro. Fue increíble.
Su sepelio fue histórico. Orlando Vidal Joiro lo dio como un ganador en el juego de la vida. Pero, la expresión del viejo Rafa: “¡Tramposo! " Quedó flotando como un interrogante redondo en todo el ambiente del cementerio.

Quizá por la expresión serena de su rostro, Mercedes Mengual “Meche” fue la única que entendió al viejo Rafa. Rafa salió por un lado y Meche le dio la espalda al gentío y salió arrastrando sus años hacia su casa.

Rafa, Víctor y Meche, ejemplares representativos de la Riohacha que se fue, acostumbraban a reunirse a hablar en el parque Padilla. Hablaban de todo y de todos, le dedicaban horas al padre Nando, a la Pipi y a Calilí. La política local era tema de todos los días.

Apretando su bolsito de peluche Meche hizo un supremo esfuerzo para subir el sardinel de su casa y se sentó en su mecedora de siempre. Cuando recordó la expresión: “¡Tramposo!” sonrió. Ella sabía que Rafa y Víctor desde hacía varios años se habían empeñado en apostar en todo. Las partidas de dominó terminaban en pelotera porque siempre ganaba Víctor. Rafa insistía en que le hacía trampas.

Apostaban hasta el día en que iba a llover. Y caía o no caía gota según apostara Víctor. Víctor le apostaba y le ganaba hasta diciéndole cuando iba a haber aguacero con tempestad. No había manera de ganarle.

Por eso el día en que los dos, viejos, arrugados y doblados por el peso de los años, en todo el frente del mar de Riohacha se miraron el uno al otro de pies a cabeza, sin hablar, apostaron a la muerte. Fue una apuesta muda; pero, un pacto de caballeros como siempre lo fueron ellos.
Y volvió a ganar Víctor. Rafael acompañó el cadáver hasta el cementerio; pero, allí no pudo más, el rostro se le congestionó de la sangre y gritó a todo pulmón: “ ¡Tramposo!”.