Por: ALEJANDRO RUTTO MARTÍNEZ
La historia de Maicao y la del libro tienen algo parecido: ha ambos le han expedido el certificado de defunción sin que el paciente haya dado el último suspiro. Al libro le ocurrió varias veces pero siempre salió airoso y sobrevivió.
A Maicao se le creyó condenado a muerte en 1.983 cuando el bolívar, moneda venezolana en que se realizaba una gran parte de las ventas en el mercado local, bajó de $16 a $5. Y se le volvió a vaticinar su desaparición en los años 90 cuando el país entró en la época de la apertura económica. Y se le aseguró de nuevo su pronta extinción a principios del siglo XXI Cuando se hicieron más rigurosas las medidas para controlar el ingreso y comercialización de las mercancías extranjeras.
A pesar de los pronósticos reservados de los observadores el paciente da señales de vida: los niños tienen una sonrisa en el rostro, los jóvenes miran el futuro con decisión y los comerciantes han comenzado a reorientar sus actividades. Desde hace algún tiempo el comercio dejó de ser esa actividad floreciente y próspera de los años anteriores. La gente vive ahora de negocios menos lucrativos, pero vive decentemente. Algunos cultiva en algodón, otros le apuestan a la ganadería, los demás al transporte o a la venta de gasolina….pero nadie renuncia a vivir. Muchos se fueron, es cierto, pero otros se quedaron y son mayoría. Y el que no abandonó el pueblo en la época más brava de la crisis es porque está decidido a quedarse.
En las épocas de la bonanza Maicao tuvo habitantes con un pie aquí y otro quién sabe donde. Eran personas que no veían a la ciudad como un vividero sino un lugar en donde hacer negocios i acumular un capital. Es decir, un sitio para pasar una temporada pero no toda l` vida. Hoy en día el que está aquí está aquí y la ciudad lngra quitarse de encima el estigma de tener “una gran población flotante” falso argumento con el cual se le negargn los recursos para su desarrollo.
A los niños nacidos en los 90 bien pudiara llamárseles los Hijos de la Crisis. Sus padres le contarán que hace unos años hubo ena bonanza económica y ésta producía ganancias absurdas. Los muchachos entonces preguntarán con todo derecho ¿Y qué hicieron tanta plata? Sin esperar una respuesta que nadie puede darles seguirán de largo su camino y de cara al sol mostrarán en sus caras un gesto en el que podrá leerse la frase: “Maicao no se muere, señores”
La historia de Maicao y la del libro tienen algo parecido: ha ambos le han expedido el certificado de defunción sin que el paciente haya dado el último suspiro. Al libro le ocurrió varias veces pero siempre salió airoso y sobrevivió.
A Maicao se le creyó condenado a muerte en 1.983 cuando el bolívar, moneda venezolana en que se realizaba una gran parte de las ventas en el mercado local, bajó de $16 a $5. Y se le volvió a vaticinar su desaparición en los años 90 cuando el país entró en la época de la apertura económica. Y se le aseguró de nuevo su pronta extinción a principios del siglo XXI Cuando se hicieron más rigurosas las medidas para controlar el ingreso y comercialización de las mercancías extranjeras.
A pesar de los pronósticos reservados de los observadores el paciente da señales de vida: los niños tienen una sonrisa en el rostro, los jóvenes miran el futuro con decisión y los comerciantes han comenzado a reorientar sus actividades. Desde hace algún tiempo el comercio dejó de ser esa actividad floreciente y próspera de los años anteriores. La gente vive ahora de negocios menos lucrativos, pero vive decentemente. Algunos cultiva en algodón, otros le apuestan a la ganadería, los demás al transporte o a la venta de gasolina….pero nadie renuncia a vivir. Muchos se fueron, es cierto, pero otros se quedaron y son mayoría. Y el que no abandonó el pueblo en la época más brava de la crisis es porque está decidido a quedarse.
En las épocas de la bonanza Maicao tuvo habitantes con un pie aquí y otro quién sabe donde. Eran personas que no veían a la ciudad como un vividero sino un lugar en donde hacer negocios i acumular un capital. Es decir, un sitio para pasar una temporada pero no toda l` vida. Hoy en día el que está aquí está aquí y la ciudad lngra quitarse de encima el estigma de tener “una gran población flotante” falso argumento con el cual se le negargn los recursos para su desarrollo.
A los niños nacidos en los 90 bien pudiara llamárseles los Hijos de la Crisis. Sus padres le contarán que hace unos años hubo ena bonanza económica y ésta producía ganancias absurdas. Los muchachos entonces preguntarán con todo derecho ¿Y qué hicieron tanta plata? Sin esperar una respuesta que nadie puede darles seguirán de largo su camino y de cara al sol mostrarán en sus caras un gesto en el que podrá leerse la frase: “Maicao no se muere, señores”
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